Introducción

—"Algunos pretenden que el viaje es impracticable y se apoyan en el mal éxito que han tenido otras tentativas análogas".

—"Pero esta es nueva! completamente nueva! A nadie se le había ocurrido que pudiera franquearse una distancia tan formidable, y mucho menos pretender verificarlo."

—"Posible o no posible, poco me importa."

—"El hecho es que el viaje se ha llevado a efecto, y Nic-Nac, el atrevido Livingstone de los espacios, se encuentra hoy en San Buenaventura, donde el Dr. Uriarte le prodiga todos los cuidados imaginables."

—"Espero que tu entusiasmo por el Sr. Nic-Nac no te llevará a imitarle en su descabellada y fantástica excursión, pues de lo contrario, ya sabes que la casa de orates es bastante extensa, que en ella hay algunas celdas desocupadas, y que el Sr. Uriarte maneja las duchas con extraordinaria maestría."

—"Nunca mi espíritu me ha instigado a verificar tan gloriosa empresa, pero te aseguro que si algún día...."

—"Tendríamos el disgusto de ponerte en manos de Uriarte, y a las dos horas de tu llegada al templo de la sensatez, el chorro te obligaria, cuando menos, a vacilar respecto de la probabilidad del viaje...."

Así hablaban en un corrillo, en la noche del 19 de Noviembre de 1875, algunos jóvenes que paseaban por la Plaza de la Victoria.

—"Es una gran calamidad” decía un viejo en otro corrillo algo separado del primero, "si la comuna estalla en Buenos Aires..."

—"¡Quien se acuerda ya de la comuna?" interrumpió otro señor, de blanca barba y anteojos verdes.

—"Pero si recién hace tres días que se ha descubierto la conspiración."

—"Eso qué importa? tiempo suficiente ha habido durante esos tres días para pesar los incidentes. Entretanto una nueva curiosidad viene a despertar vehementemente la atención pública.

—"Los diarios no se han ocupado hasta ahora sino de la conspiración!"

—"Es cierto;—pero no lo es menos que mañana habrán olvidado a Bookart, para no pensar sino en Nic—Nac."

—"Nic—Nac! pero ese es el nombre de clase de galletitas que fabrica Bagley!" exclamó otro señor más viejo aun, escarbándose......las cicatrices de los dientes.

—"Galletitas o biscochos, el caso es que el Sr. Nic-Nac preocupará vivamente mañana el espíritu del pueblo ilustrado."

—"¿Y el pueblo no ilustrado?"

—"Se preocupará también por imitar."

Y de esta manera, unos negando el hecho, otros compadeciendo a su autor, algunos aceptando todas y cada una de las circunstancias del viaje, lo cierto es que doce o catorce grupos que comentaban la novedad según sus alcances, no habían prestado atención a los muchachos que corrían por las calles en todas direcciones, vendiendo boletines y mortificando a los transeúntes con sus estentóreos alaridos.

Preocupada la sociedad de Buenos Aires con el peligroso trance en que le hubiera de haber visto envuelta a no fracasar los planea del nuevo Catilina, devoraba diariamente media docena de boletines, muchos de los cuales no eran sino nuevas ediciones de los primeros, pero con un apéndice edificante en el que decía "Luego más detalles" y nada más.

Por eso cuando los muchachos cruzaban las calles ofreciendo nuevos boletines, los lectores se multiplicaban,—en lo que no hacían sino imitar al bolsillo del editor de las noticias,—porque la avidez de conocer nuevas complicaciones del asunto, hacía refluir al centro de la ciudad no sólo a ciertos habitantes pacíficos de los suburbios, sino también a muchos moradores de los pueblos circunvecinos.

Si grande fue la extrañeza del pueblo al ver que en los últimos boletines se había olvidado completamente la cuestión comuna, no fue menor su sorpresa cuando leyó:

"Gran noticia! viaje extraordinario! Nic-Nac acaba de llegar del planeta Marte y las autoridades le han enviado a San Buena Ventura.— Uriarte en grandes apuros, porque Nic-Nac no se somete al chorro de agua fría. Luego más noticias."

Media hora más tarde, los mismos muchachos vendían el mismo boletín, al cual se había agregado:

"La excitación pública crece por grados;— el Gobierno Nacional ha telegrafiado al Sr. Gould, director del observatorio astronómico de Córdoba, preguntándole si tal viaje es posible, y Mr. Gould ha contestado que es muy afecto a las papas fritas,— Luego más noticias."

Momentos después, una nueva edición agrega:

"Error gravísmo!!! No es cierto que Mr. Gould sea afecto a papas fritas, a lo menos no dice así en su telegrama. El empleado que recibía aqui el parte, deseando irse a cenar, recordó aquella sustancia, y la consignó en vez de escribir lo que Mr. Gould había dicho: El Sr. Presidente haga enchalecar a quien tal cosa pretenda. Con esto queda salvado nuestro error.— Nic-Nac ofrece publicar sus aventuras antes de tres días — luego, etc.

Dos días después, nadie se acordaba de la comuna, ni de Nic-Nac, lo que prueba una vez más cuán pasajeras son las grandezas humanas.

Pero una imprenta de nuestra capital trabajaba en razón inversa de la actividad de la memoria del pueblo y en razón directa de la impaciencia de Nic-Nac,..... lo que prueba una vez más que la ley de Newton es aplicable en todas las circunstancias posibles e imposibles.

Los diarios del 22 de Noviembre de 1874 anuncian en venta en todas las librerías un libro que lleva por título "Viaje maravilloso del Sr. Nic-Nac etc.”

En nuestros tiempos, las ideas serias no cumplen su destino sino envueltas en el manto de la fantasía; —así ha dicho un excelente pensador;—vamos pues a leer el libro del Sr. Nic-Nac,—quizá resuelva alguna cuestión importante.

Capítulo I
Preocupaciones del autor.

Nada más admirable que el mecanismo perfecto de los cielos.

Nada más lastimoso que la ignorancia humana.

Dotados de sentidos débiles si le comparan a los de otros animales, pretendemos haber resuelto las cuestiones más importantes que pueden estimular el espíritu en la senda de la investigación. Podemos compararnos a un viajero que debiendo seguir un rumbo fijo se encontrara de pronto en un laberinto de senderos; sólo la casualidad puede sacarle del dificil trance; marino que en el Océano pierde sus instrumentos, deja flotar su nave cual hoja que el viento arrastra.

Así los filósofos, careciendo por completo de los últimos elementos de investigación, concentran su espíritu y aparentan explicar los fenómenos del universo por cualquier capricho de su imaginación, cual si se tratara de resolver una cuestión abstracta, único caso en que es permitida semejante concentración. No de otro modo cierra y aprieta ambos ojos quien procura examinar un débil organismo en un microscopio, instrumento que quizá no conocía ni de nombre.

Pero es necesario romper con tan antiguo sistema, libertar el espíritu del peso de la materia y elevarlo sustancialmente a aquellas regiones que puedan servir quizá para resolver los puntos más difíciles del Universo.

Un gato negro se presenta a mis ojos y le observo.

Este gato es real bajo el punto de vista de la investigación primera, pero este gato no es sustancial, porque carece de muchas condiciones esenciales.

Este gato aparece virtualmente; —no es ni un reflejo, ni una sombra, pero es un gato. Lo veo y aunque no lo palpo, podría asegurar que su naturaleza es comprensible.

¿Quién puede negar que en virtud de fuerzas, desconocidas, sea posible emprender viajes extraordinarios, como sería el caso de este gato, cuyo cuerpo y espíritu hallándose quizá a doscientas leguas de distancia, viene a impresionarme con su imagen real, sí, real, aunque no es materia?

Este no es seguramente un simple fenómeno del espíritu. Basta imitar a este gato y quedan vencidas todas las dudas.

La imagen no es material, y sin embargo es perceptible. Un espejo refleja una figura, la devuelve con todos sus elementos..... y esa imagen no es espíritu tampoco. ¿Podría acaso dársele el nombre de materia espiritual?

Cuando el espíritu se lanza atrevidamente a interpretar ciertos misterios, retrocede ante la inmensidad del intento por la exigüidad de los elementos de que dispone; sujeto al dominio de los sentidos, estos no van más allá de su limitado poder.

Pero si al espíritu acompaña la imagen; si en esta se conserva la fuerza sensual, libre en tanto de la materia, ¿no es posible penetrar en el mundo de lo desconocido e interpretar el Universo?

Millones de millones de luminares centellean en el espacio. La ciencia los bautiza, calcula las distancias, observa sus rayos, descompone los elementos de su luz y numerándolos, los archiva en sus bibliotecas. ¿Y la vida? ¿Son acaso desiertos esplendorosos lanzados al espacio para que el hombre los contemple?

No, la vida palpita en cada uno de esos granos del arenal brillante de los cielos, y esas maravillas que el espíritu sólo no comprende, van a resolverlas el espíritu y la imagen.

Capítulo II
El autor consulta a un espiritista

Mi juventud ha sido una borrasca.

Mi espíritu tenía toda la vaguedad del infinito, y apesar de esto, me llamo Nic-Nac.

En 1856—contaba apenas veinte años—todas mis preocupaciones se habían desarrollado, sin tener empero un vínculo que las ligara, vínculo con que los años las han fortalecido hoy, tanto más cuanto que he resuelto graves problemas desconocidos no sólo por los filósofos sin sentidos, sino también por los sabios sensuales.

Acababa de llegar de Europa un espiritista.

Nadie le conocía.

Sólo una persona le consultó;—y esa persona que halló el ideal de sus aspiraciones en la palabra de aquel hombre, esa persona fui yo.

Pronto existió entre nosotros la comunión del alma; empero, si vastas eran sus ideas cuando se relacionaban con el mando de los espíritus, más vastas aún eran las mías, porque ellas se referían a los espíritus y a la materia toda, al Kosmos del panteista, el supremo soñador de los soñadores.

¡Qué bella es la vida de los sueños!

El sueño es el que liga el espíritu humano con los grandes misterios de la Naturaleza.

Aquel espiritista se llamaba Friedrich Seele, o si queréis su nombre en castellano, Federico Alma.

Nadie ha llevado nunca un nombre más bien puesto.

Muchos hay que tienen el apellido de Torres, y sin embargo, son de una estatura menor que la mediana; otros ostentan el de Leon, y he conocido algunos que huían de un gato.

Pero 8eele, o más bien Alma, era como una concesión suprema de la verdad a la realidad. Aquí no había contraste, ese chocante contraste de los Torres y los Leones, porque si alguna vez ha existido sobre el mundo un alma corpórea y tangible, ha sido en la personificación de Friedrich Seele.

La vida material se había sublimado en él por decirlo así, transformándose sus manifestaciones en una serie de fenómenos psíquicos, análogos al que presentaría una visión perceptible e intangible a la vez, como la de ese gato negro que desde hace algunas horas persigue con su forma inmaterial el poder de mis sentidos.

Seele, y este nombre ya lo indica, era Alemán, y en su espíritu noble se había concentrado toda la fuerza pensante de su nación, todos los sueños, todas las nieblas, todos silfos, todas las bellezas, todas las luces que nacen, brillan, vuelan, vagan y coloran el espíritu de Alemania.

Versado en todas las ciencias físicas y morales, le era igualmente familiar la interpretación de un fenómeno cósmico, como la explicación de un fenómeno psíquico, y si a todo esto se reune su fuerza poderosa como médium, tendremos que admitir que Seele podría tener notables imitadores, pero jamás rivales.

Seele no era de aquellos espiritistas o para hablar con mayor exactitud, de aquellos médiums que saben llamar espíritus muy versados en la vida del Dr. Agüero, pero que ignoran cuantas letras tiene la palabra sol en quichua.

Seele era un sabio, más aún, era un espíritu, más aún, era médium.

Los espiritistas, en general, son tratados de charlatanes, pero Seele no lo era, porque Seele demostraba de una manera palpitante todo aquello que de él o de sus genios familiares se averiguaba.

Un ejemplo:—cierto día un sabio le preguntó: "¿cuántas letras tiene la palabra carbonada en chino?” consultado uno de los genios, contestó "tiene nueve letras, así como sombrero en inglés, tiene ocho."

—"No es cierto" repuso el consultante, "sombrero, en inglés, se dice hat:—tiene tres letras y no ocho."

—"¡Necio!" repuso el genio, "en inglés, hat tiene tres letras, pero sombrero tiene ocho letras en el mismo o en cualquier otro idioma".........

Si el genio se hubiera reducido a la carbonada, el consultante habría quedado satisfecho, y se hubiese depedido mentando la sabiduría de Seele, que tenía a su servicio genios tan doctos; pero cuando recordó el positivismo por filiación de ideas, el consultante y los asistentes se retiraron, tratando a Seele de charlatán y al genio de farsante.

Esa fue la opinión del pueblo más tarde, pero bien sabía yo que el pueblo no tiene, ni puede, ni debe tener opinión.

Consulté al espiritista y quedé convencido, después de la primera conferencia, que era imposible encontrar un hombre comparable a ese hombre.

—"El espíritu,” me dijo, "y particularmente el espíritu de cada uno de los hombres, no es sino un parte mínima de un espíritu universal, sólo y único, del cual es emanación directa. Así como al materia se compone de átomos, el espíritu universal está formado de espíritus atómicos, en los cuales existen todas las fuerzas que caracterizan la vida humana en su forma espiritual. En ella las sensaciones se manifiestan con toda su pureza, y encierran la imagen, o sea lo perceptible. Carecen de peso, de resistencia y de impenetrabilidad, pero son visibles por encerrar la imagen."

—"De manera que es posible contemplar una de esa imágenes sin más auxilio que el de nuestros sentidos?" le pregunté.

—"Sí, porque los sentidos del hombre forman parte de un espíritu, y como este es de la misma naturaleza que el otro, siendo ambos a su vez integrantes del espíritu universal, la imagen le percibe por medio de las funciones propias de los sentidos."

—"Y cómo se explica que siendo el espíritu simple, puesto que le habéis denominado atómico, o mejor aún, átomo espiritual, pueda constar de partes con fuerza propia, siendo así que la condición esencial del átomo es la de no tener partes."

—"Ese es el átomo de la ciencia; pero el átomo espiritual, aunque realmente tiene partes, si queréis denominarlas de este modo, ellas no son sino cualidades que se manifiestan por vibraciones llamadas sentidos."

—"De manera que después de la muerte, el espíritu se separa de la materia, conservando los sentidos y la imagen?"

—"Sí, y aún antes de la. muerte. ¿No habéis observado que durante el ensueño todas las funciones corpóreas conservan su intensidad en el espíritu? ¿No habéis contemplado vuestra imagen flotando en el espacio a la manera de un ave o de un astro, y que esta imagen percibía todos los fenómenos sensibles? Y sin embargo, la materia estaba muerta, aunque los fenómenos vegetativos continuaban."

—"Pero ese espíritu mío que veía flotar no era sino una emanación del órgano que lo segrega."

—"Segrega? ¿acaso el espíritu es una secreción?"

—"Sí, y prueba de ello que cuando el órgano aquel produce menos espíritu, cuando la secreción disminuye, disminuye también la fuerza espiritual."

—"Fuerza que por otra parte conserva toda su acción durante el ensueño ¿no es verdad?"

—"Tenéis razón, Sr. Seele. ¿De manera que según vuestra doctrina, el espíritu es una emanación del alma universal, y esta emanación es susceptible de recibir impresiones, independientemente de la materia en que vibra?"

—"Sí, y además posee la imagen."

—"¿Puede acaso el espíritu vinculado a la materia desprenderse de ella en algunos momentos determinados?"

—"Sí, y no solamente se desprende, sino que lleva también la imagen, condición esencial de su existencia. Este fenómeno cuya forma más comun es el ensueño, presenta algo muy característico. En un ensueño, cuanto más nos acercamos al alma universal, tanto menos recordamos, al despertar, las maravillas de que hemos sido testigos. Y es porque el peso de la materia ahoga por decirlo así la fuerza de la memoria, la cual no conserva sino una idea vaga, perdida, de lo que ha contemplado."

—"¿Y qué es necesario hacer para romper el yugo material?"

—"Disminuir su acción, privándose de todo alimento.”

—"¿Y hay medio alguno de reconocer cuándo ha llegado la materia a espiritualizare completamente?"

—"Cuando el hambre nos ha idiotizado."

—"Eso es para el ensueño; ¿y si ahora tuviera la idea de lanzar mi espíritu-imagen a visitar los planetas?"

—"Tendríais que someteros antes a las mismas privaciones, y cuando sintierais que vuestra debilidad os aniquilaba, observaríais que el espíritu se alejaba, siendo más fijo su rumbo, cuanto mayor fuera la intensidad de vuestro deseo."

—"Según eso, mi espíritu en imagen puede visitar otros cuerpos celestes, y hallar en ellos fenómenos desconocidos hasta hora por el hombre?"

—"Sin duda alguna, y lo que es más aún, podréis comunicar directamente con el resto de los espíritus libres o esclavos que pueblan los demás astros, o bien los que habitan en el éter."

Me retiré con algún apetito. Sin embargo, iba a comenzar desde aquel momento a privarme de todo aquello que debilitara el espíritu, fortaleciendo la materia. Como prueba de mi energía, pasé el resto del día leyendo la descripción de las bodas de Camacho.

Capítulo III
Primeras consecuencias del experimento.

Hace ocho días que no pruebo bocado, ni bebo una gota de agua.

Las fuerzas de mi cuerpo me abandonan, y apenas puedo contener la débil pluma con que trazo estas líneas.

Los dolores del hambre, terribles al principio, han rendido al cuarto día, y creo que los órganos internos van reduciéndose, como el grano de alcanfor que se evapora paulatinamente.

La materia muere; pero el espíritu crea alas, y siento próximo el momento de la partida.

El rostro se deprime en las sienes y en las mejillas, los ojos saltan de las órbitas, las crispaciones de los músculos han desaparecido también.

Me contemplo en un espejo y me horrorizo de mí mismo. Si esta es la imagen con que voy a presentarme a los otros espíritus, no dudo que se alejarán espantados......

Siento sacudimientos tetánicos... no importa.... quizá es el espíritu que los produce al desprender la imagen de la materia......

Mi familia está desconsolada... quiere llamar un médico.... necia! no sabe que voy a entrar

en comunicación directa con el alma universal! Las convulsiones aumentan.... siento un calor particular.... fiebre......

Las imágenes terrenales van perdiendo su intensidad... solo percibo bultos... Ah! la familia... galera, botas, pulso, reloj... médico!

Un bulto, un médico, me toma la mano... su mano es de hielo... me estremece! ¿tendrá su corazón como la mano?... infeliz.... porqué no ha consultado a Seele?

Me mira......apenas le distingo.

—"Está moribundo!” dice en voz baja, y sonrio al oirle, porque mi espíritu que va recobrando ya la libertad, al contacto del médico, aumenta la intensidad de su sentidos.

Al examinar mi sonrisa exclama "Loco! muere loco!"

Sonrío nuevamente; el médico retrocede.

—"Qué bien sería darle algún alimento!" dice. Vuelve a tomarme el pulso. "Ha muerto! Qué bien hubiera sido alimentarle en sus últimos días! Ha muerto!"

Muerto! ja! ja! infelices ¿no sabéis que recién ahora estoy vivo, y que el espíritu y la imagen, flotando ya en el éter de las almas, goza de toda la actividad del espíritu universal? Muerto! ¿llamáis muerte al momento supremo de la gloria? ¿No veis mi espíritu que se eleva? ¿No lo veis? ¿No reconocéis la imagen?

Allá en la tierra queda mi cuerpo rodeado por lo que era mi familia.

Junto a la mesa en que escribía, el médico que contribuyó a libertar mi espíritu, contempla azorado una hoja de papel sobre la cual van apareciendo estas líneas espontáneamente.

Es mi genio subordinado quien las traza. Pero el médico no percibe al genio ¿por qué?.........

Ah! qué horror!

Ese médico no tiene imagen.

Ese médico no tiene fisionomía.

Yace tendido en el suelo.

Acaba de espirar de espanto.

Su espíritu, su imagen, flota también en el éter de las almas libres.

Capítulo IV
El torbellino

Libre! libre!

Lo siento y lo comprendo, pero lo comprendo y lo siento con los sentidos del alma, cuya fuerza se desarrolla a medida que me alejo del centro de mi acción antes mortal.

La noche va girando alrededor de la Tierra a semejanza del rayo de una rueda, y los continentes y los mares se envuelven un momento entre la sombra, para reaparecer luego palpitantes de vida y de luz.

De vida!—de luz!

¿Qué es la vida de la Tierra comparada con la vida del espíritu en el éter?

¿Qué es la luz sobre los mares, junto a estos átomos luminosos que centellean en turno mío, y que no son sino otros tantos espíritus integrantes del alma universal?

Su inmenso torbellino me arrastra léjos del mundo en que he vivido; pero aunque casi tengo ya el don de la omnisciencia, ignoro por completo a donde vuela la nube de espíritus, entre cuyas luces flota el mío.

Torrente vertiginoso, su fuerza solo es calculable por el conjunto.

Mi libertad no es completa aún, porque todavía no me encuentro esencialmente desligado de los vínculos terrenales—las afecciones se conservan vagamente, aunque a medida que me alejo van perdiendo su fuerza primitiva y llegará el instante en que, absolutamente privado de ellas, sienta toda la gloria de la libertad suprema de las almas.

¿A dónde vas espíritu mio, arrastrado por el torbellino etéreo?

Me alejo... me alejo sin cesar.

El torbellino gira, ondula, se desborda, fluctúa y se aleja, y con él se alejan, fluctúan, se desbordan, ondulan y giran los espíritus, a semejanza de una niebla de luz arrastrada por un soplo divino.

Hemos franqueado los confines del mundo, allí donde termina el aire que respiran los mortales, y el éter, el espacio sin límites, se abre a mis sentidos, a mi espíritu-imagen, ya libre de los afectos terrenales.

Y el torbellino gira, ondula, se desborda, fluctúa y se aleja, y con él se alejan, fluctúan, se desbordan, ondulan y giran los espíritus, a semejanza de un polvo luminoso y animado impelido al infinito por la voz de la eternidad.

Capítulo V
Seele.

La tierra se confunde con el resto de las esferas y el espacio sin resplandores no reverbera la luz de los astros centellantes.

Y brillan los espíritus con rayos más intensos y más blancos, a medida que se condensan en el alma universal.

En el centro de la inmensa nube rutila un disco rojizo.

Mi espíritu-imagen formando extensos espirales vuela en dirección a ese disco.

Súbitamente se detiene, y uniéndose a uno de los espíritus, concentra los espirales, aumentando la velocidad de aproximación.

¿Que espíritu-imagen es aquel? y cual es su destino, al precipitarse con el mío, almas inmortales, hacia el disco rojo?

¡Seele! ¡es el espíritu de Friedrich Seele que forma con mi espíritu la fusión de dos almas!

El disco rojo aumenta sus proporciones, y aproximando vertiginosamente nuestros espirales, sentimos su atracción inevitable.

Comenzamos a caer,... su acción es irresistible,.... los espirales han generado la caída recta... nuestro espíritu-imagen reconoce un astro.

Capítulo VI
En el otro mundo

—"Conque, maestro, pisamos nuevamente tierra firme? De modo que el torbellino, los espirítus, el éter, todo ello ha sido pura fantasía, sueño?"

—"¿Sueño! ¿dudáis acaso de vuestra transmigración?"

—"¿Transmigación, decis, Sr. Seele?"

—"Como gustéis, Sr. Nic-Nac; podéis llamarla transplanetación;—tanto vale."

—"Pero, ¿acaso no pisamos el mismo planeta Marte en que hemos vivido siempre?"

—"No, señor Nic-Nac, acabamos de llegar de la Tierra que veis brillando como una estrella en aquel grupo."

—"¿La Tierra? ¿qué significa eso?"

—"Significa que vuestro espíritu no ha arrancado la imagen de la materia sino por la intervención de un médico."

—"Médico? ¿Y qué es un médico?"

—"Un médico es un ser desgraciado, cuyo destino le obliga a borrar la memoria de las cosas humanas en los espíritus que vuelan hacia Marte."

—"No os comprendo, maestro."

—"No es extraño. Vuestro espíritu está sujeto aun a la acción del médico, y hasta tanto no se haya desprendido él también de la atracción terrestre, no podréis gozar de la libertad absoluta de los espíritus-imágenes."

—"De modo que si no hubiera intervenido ese médico recordaría un pasado imajinario?"

—"¿Imajinario? ¿porqué lo llamáis imajinario?"

—"Porque solamente existe en vuestra imaginación. Yo gozo de todos mis sentidos, siento toda la integridad pensante de mi espíritu, y sin embargo no recuerdo nada de lo de que me habéis hablado."

—"Pero observo," dijo Seele, "que un punto luminoso, formando abiertos espirales, se dirige hacia nosotros, y que los rojizos resplandores de Marte amortiguan su blanca intesidad."

—"¿Y qué es ese punto luminoso, señor Seele?"

—"Es... cómo! ¿habéis olvidado vuestra peregrinación etérea?"

—"No, maestro, pero su recuerdo es vago."

—"Bien.... es la influencia del espíritu-imagen del médico que se acerca la que os confunde."

Algunos momentos después,—que los mortales llaman años, y que para nosotros los espíritus no son sino vibraciones rápidas de nuestra eternidad,—un punto blanco, luminoso, ténuemente rosado por la influencia del resplandor Marcial, vino a unirse con nosotros.

Mi espíritu-imagen experimentó un choque psíquico al contacto de aquel punto.

Era el médico cuya presencia en la Tierra desligó completamente mi espíritu de la materia y mi memoria de los recuerdos.

Pero al sentir mis resplandores confundidos con los resplandores del médico, mi espíritu recobró la memoria de las cosas pasadas, y un gato negro, un espíritu-imagen de gato negro, vino a confirmar todos los misterios de la olvidada existencia terrenal.

Desde aquel momento reconocí que había transmigrado,—que el espíritu que flotaba en la rojiza atmósfera del planeta Marte, había animado un cuerpo en el planeta Tierra, y que los afectos, los odios, las preocupaciones y el saber, podían conservarse, dominados, empero, por una gran fuerza de justicia y de imparcialidad.

Desde aquel momento también, alma sin cuerpo, espíritu-imagen sin materia, podía penetrar los secretos de mi nuevo mundo.

Capítulo VII
Marte

Entre la zona de órbitas que describen los fragmentos planetarios llamados Asteroides y la elíptica senda en que circula Tierra, a una distancia media de 58,000,000 de leguas del Sol, traza Marte su circulo de fuego, después de haberse acercado al gran núcleo hasta 52, para alejarse luego hasta 63 millones.

Su diámetro es algo mayor que el radio de la Tierra y su volumen llega apenas al séptimo del de este planeta, en tanto que su superficie equivale, una de sus cuartas partes solamente.

En torno de su esfera gira la noche sin otra vislumbre que la de las estrellas y la de algún espíritu-imagen perdido entre las sombras;—y en el hermoso día de rojizos resplandores, brilla un sol cuyo disco alcanza próximamente la mitad del que contempláis vosotros, oh! mortales.

Todo esto lo sabéis los que desde la Tierra estudiáis el cielo, y no ignoráis que mi nueva mansión en los espacios suele acercarse hasta 14 millones de leguas, después de haberse alejado de vosotros 106 millones;— habéis averiguado que presenta en la superficie manchas blancas brillantes, rojas y verdes, pero ignoráis completamente cuántas maravillas encierran estas manchas, donde la vida y la luz

gravitan sin cesar en torno vuestro;—pero como en breve tiempo debéis también volar, espíritus-imágenes, hacia el disco rojo, voy a iniciaros en sus extraños misterios, voy a guiaros por las dilatadas llanuras y ásperas montañas de Protobia y de Melania; voy a presentaros en las grandes ciudades de Seélia, y vais a acompañarme en los espléndidos bosques de Nic-Naquia.

El planeta Marte, lo mismo que el planeta Tierra, tiene una forma esferoidal, aplanada en los polos cubiertos de perpetua nieve y presenta en el resto de su superficie continentes y mares.

Tomemos este esferoide, o imitando lo que siempre habéis hecho, mortales de la Tierra, segmentémoslo para poderlo estudiar.

Ante todo se presenta un carácter particular y que esos mares son mediterráneos, y el continente no interrumpido, encierra sus aguas verde—azules

Señalad el ecuador de Marte y formando dos hemisferios, el Boreal y el Austral, examinad en el primero un mar digitado, cuyas profundas ensenadas, dirigidas al Nordeste, imitan una mano gigantesca, cuyo dedo mayor llega apenas al mar del polo, de donde lo separa una faja de tierra que corriendo hacia el occidente,se dilata en vasta llanura.

Esta mano, este mar, tiene solamente cuatro dedos, cuatro ensenadas, tres de las cuales corren al polo, en tanto que la última, separándose hacia el Sudeste cual prolongado pulgar, penetra en el hemisferio austral, en cuya zona templada forma una ensenada circular que le sirve de yema.

Si desde el polo Norte trazamos un meridiano que baje rozando el extremo del dedo índice del Mar Digitado, este quedará al occidente del meridiano, y si ahora consideramos el hemisferio occidental del planeta dividido en cuatro fracciones o cuartos de disco, una al N. O., otra al S. O., la tercera al N. E. y la última al S. E., veremos que el mar queda en el cuarto N. O. Hacia el oriente del meridiano, y al Norte del ecuador, la tierra se extiende hasta confundirse con la del otro hemisferio, es decir, con el oriental.

Lo que podemos llamar el pulgar del Mar Digitado, corre desde el cuarto N. O. hacia el S. E. y baña. con sus espumas septentrionales las costas de una faja de tierra que extendiéndose paralelamente a él, rodea. adelgazándose, la yema o ensenada, pero corriendo entonces hacia el occidente, se dilata en vasta superficie, cuyos bordes superiores acarician el rayo perpendicular del Sol.

Esta última porción se denomina Nic-Naquia Meridional, y las tierras del Norte, Nic-Naquia septentrional.

El hemisferio oriental es más unido, y los mares mejor circunscriptos. Al Norte, el Océano Boreal baña las costas de una faja transversa de tierra, que se une en ambos extremos con el continente occidental, y al sur de esta faja, el Mar Mediterráneo naciendo en el cuarto N. O. corre hacia el oriente y en el cuarto N. E. baja hacia el S. E. tocando el ecuador con su limite inferior. Hacia el Este del hemisferio, un dilatado mar que separa de Nic-Naquia el límite oriental del continente, corre de Norte a Sur.

Hacia el sur del extremo occidental del Mar Mediterráneo, las aguas de un mar pequeño determinan el límite Norte de Melania, y en el centro de este vasto territorio, centro también del cuarto S. O. del hemisferio, extiende otro mar su azulada superficie.

Casi paralelamente al meridiano central de este hemisferio corre un brazo del Mar Austral, pero sus aguas no llegan al ecuador del planeta.

Tal es a grandes rasgos la distribución de la tierra y del agua en nuestro nuevo mundo, agregando empero los dos grandes discos polares, blancos, brillantes, que no son sino las nieves eternas que determinan los extremos irregulares del eje Marcial.

Por esta descripción se puede comprender fácilmente la analogía que existe entre el planeta, Tierra y el planeta Marte, analogía que más de una vez ha de poder servirme para explicaros, mortales de la Tierra, algunos de los caracteres esenciales de la Martografia [Hubiera deseado emplear la palabra geografía, pero como me refiero al planeta Marte, claro que sería impropia, pues, como sabéis, mortales, geografía, significa descripción de la Tierra; Martografia será, entonces, descripción de Marte.—, filólogos terrestres. Nic-Nac.] comparada con vuestra Geografía.

Desde el primer momento resalta un hecho, y es que en el hemisferio occidental las dos Nic-Nacquias se asemejan a las dos Américas, y en el hemisferio oriental, en las mismas posiciones que Europa, Asia y Africa, se presentan Seélia, Protobia y Melania.

Capítulo VIII
Misterios

—"¿Sabéis, maestro, que observo algo muy curioso?”

—"Decidlo."

—"Cuando mi espíritu-imagen flotaba en el éter, me creia dotado del atributo de la omnisciencia, y ahora, en este desierto, me considero más ignorante que en la Tierra."

—"Es porque no estáis habituado aún al cuerpo que aprisiona vuestro espíritu;—quizá en breve tiempo oís diré lo contrario."

—"Porqué, señor Seele?"

—"Porque uno de los caracteres esenciales de los habitantes de Marte es la arrogancia intelectual, la que por otra parte está perfectamente justificada, pues sus adelantos, superiores a los de la Tierra, han sido conquistados a fuerza de numerosos sacrificios que hoy los colocan a la altura de la primera civilización planetaria."

—"¿Hay acaso habitantes en Marte?"

—"Lo dudáis, señor Nic-Nac? Nosotros mismos lo somos en este instante. pues ya veis que no sois un simple espíritu-imagen, sino un espíritu encerrado en una forma material. ¿No observáis un fenómeno curioso respecto del peso de vuestro cuerpo?"

—"Absolutamente ninguno."

—"Y pesáis no obstante la mitad menos que en la Tierra...."

—"Recuerdo sí, que en la Tierra franqueaba las distancias en doble tiempo que el que empleo ahora, pero no observo que haya disminuido el peso de mi cuerpo."

—"Pues precisamente en esa rapidez del movimiento actual podéis reconocer el peso disminuido a la mitad, y es porque en el planeta Marte la atracción es la mitad menos que en la Tierra. Pero ya distingo la nevada cima del Monte...... ¿queréis que le demos un nombre igual al de alguno de los de la Tierra? En sus entrañas esconde riquísimas minas de oro."

—"Lo bautizamos con el de Nevado de Famatina?"

—"Excelente. Pues allá en el horizonte del Norte distingo la blanca cima del Nevado de Famatina, ¿la veis?"

—"Sí, señor Seele, y observo con sorpresa que es muy semejante al de la República Argentina"

—"Tenéis razón; pero vuestra sorpresa será mayor cuando sepaíspque hemos tocado la superficie de Marte en el continente occidental."

—"Verdad?"

—"Y en la Nic-Naquia Meridional."

—"¡Qué coincidencia!"

—"En el hemisferio austral."

—"Mayor aún!"

—"En una llanura inclinada de Noroeste a Sudeste, en cuyo límite occidental se levanta una cadena de magníficas montañas."

—"Os chanceáis, maestro."

—"Y detrás de esa cadena...."

—"¿Qué hay?"

—"Un país que parece la hoja de una espada, a la que los habitantes de éste llaman Nación Transmontana."

—"Y cómo se llama este país que actualmente cruzamos?"

—"Ja, ja! sois muy curioso, señor Nic-Nac."

Verdaderamente Seele no era ya un espíritu-imagen revistiendo aquellos caracteres que le adornaban en la Tierra cuando era Federico Alma, o Friedrich Seele.......cuando era médium.

—"¿No observáis otro carácter en la Flora de esta región, señor Nic-Nac?"

—"Gramíneas! ¡gramíneas! leguminosas herbáceas!"

—"¿Y en la Fauna?”

—"En nombre del Ser Supremo! explicadme estos misterios, señor Seele; aquí veo el..... pero no,

— no quiero ver sino la deslumbrante cumbre del Famatina."

Llegamos al pié del Nevado que levanta atrevidamente su blanca cima, sacudiendo al huracán y a las tormentas la nieve que la cubre con helado sudario.

Y tendiendo la vista al Occidente, percibimos la inmensa cadena que limita en esa parte un valle espléndido por su aspecto y por sus aromas, valle que recibe sus aguas abundantes de las nieves derretidas al contacto de la piedra, y estas aguas, al desbordarse, torrentes impetuosos, inundan el valle, sin apagar la vida en los bosques de Naranjos, de Mirtos, de Laureles y de Limoneros, que perfuman el ambiente de aquel encantado Edén Marcial.

Una vegetación poderosa, hija del calor, de la luz y de la humedad, surge por doquiera, y hasta en las rocas brotan Flores del aire, preciosos Musgos y caprichosos Líquenes, como si un exceso de vida desafiara al helado gigante que limita el oriente de aquel valle.

Y en tanto que las borrascas sacuden al coloso, y arrancándole hebra por hebra de su blanca melena, las arrastran hasta el fondo del valle, las brisas más suaves y más tibias acarician los bosques de Limoneros que brotan en este, para más tarde, ondas de perfumes, trepan las faldas escarpadas del Nevado, llevándole un tributo paradíseo.

Capítulo IX
Consagración

Comenzamos a trepar la falda del Nevado.

Miramos hacia el valle. Un manto lúgubre se tendía paulatinamente sobre él.

Un vapor indeciso cubría los Limoneros;—los azahares habían caído deshojados, y las Flores del aire, marchitas y arrugadas, confundían su color con el color de los Musgos.

Un rumor extraño agitaba los bosques y la llanura; —las aves se recogían en las ramas de los espesos Laureles, y los insectos de brillante matiz apagaban el reverberar de sus alas esmaltadas.

El oro y la plata, el cobre y el plomo, se desagregaban en las vetas del Nevado, y parecían convertirse en impalpable polvo, bajo el impulso de no sé que extraño misterio.

Los rumores aumentaban en el valle, y las aves aturdidas buscaban más tupido follaje.

—"¿A donde vamos, señor Seele? ¿qué rumores son estos?"

—"Nuestra presencia es la causa de esta agitación, y no cesará hasta que el genio de esta montaña consagre nuestra existencia en el planeta. Nuestro traje negro, talar, causa aversión a todos los seres de este astro, por eso veis la vegetación triste, los animales aturdidos, y hasta el aire, sustancia insensible, agitarse en confusos y oscuros torbellinos."

—"Y el genio de la montaña?"

—"Habita las profundas cavernas del coloso, los antros inaccesibles a aquellos que ya han sido consagrados."

La ascensión continuaba, y al llegar a las nieves perpetuas, dijo Seele:

—"Por aquí, señor Nic-Nac, por aquí."

Y penetrando en una oscura galería, seguí a Seele, o más bien seguí un vago resplandor, una vislumbre indecisa que rodeaba su cuerpo a la manera de una niebla fosforescente.

Estaba transfigurado.

Observé que descendía, que bajaba siempre.

Una vislumbre más blanca, menos verdosa que la aureola de Seele, se destacó súbitamente entre la negra oscuridad.

—"Hemos llegado," dijo Seele, penetrando en un antro vastísimo, iluminado por un intenso resplandor. "He aquí donde se Martifican los espíritus-imágenes de la Tierra. Silencio!"

Levanté la vista y miré...... y vi no sé qué cosa extraña y luminosa.

Un rumor particular, como el fragor de una montaña que derrumba, conmovió los cimientos del coloso.

—"¡Seele!" exclamé involuntariamente, mezclando mi voz a las voces de la montaña.

Y agitado interiormente por no sé que fuerza particular, reconocí en los elementos de mi espíritu y en los elementos de mi cuerpo algo como una cesación de la vida terrestre, algo como una exaltación de la vida Marcial.

Más de un militar de nuestros días no ha tenido otra escuela. Los espíritus de Marte se lo demanden.

Capítulo X
Nic-Nac Marcial

—"¿Qué buscáis en Marte? ¿que venís a hacer en Marte?”

—"Extraño mucho, señor Seele, que me hagáis esa pregunta. ¿Quién me ha iniciado en los misterios del espiritismo? Seele;—¿quién me ha hecho morir de hambre en la Tierra? Seele;—¿que espíritu se ha unido al mío, cuando flotaba, átomo imperceptible, en el torbellino etéreo? el de Seele. ¿Y todavía me preguntáis qué busco en Marte y qué es lo que vengo a hacer en Marte?

—"Señor Nic Nac, soy el genio de esta montaña; estáis vinculado a ella por lazoS demasiado poderosos para que podáis romperlos, y espero....."

—"Yo espero, señor Seele......"

—"Espero que respondáis a las preguntas que os he hecho."

—"Deseo saber, ante todo, por qué razón vos, Seele, alemán, sois el genio del Nevado de Famatina."

—"Vos mismo le habéis dado este nombre; la culpa será, pues, vuestra. Si ello os desagrada, yo no puedo evitarlo."

—"Bien; y puesto que tan súbitamente os habéis transformado en genio de montañas, deseo me presentéis la fórmula de la respuesta que debo dar."

—"La fórmula es la verdad; tenéis que valeros de ella ante todo."

—"Yo busco en Marte los habitantes de la Tierra."

—"El único sois vos."

—"Yo?!"

—"Vos."

—¿Y el médico?"

—"También."

—"Y el espíritu-imagen del gato negro?"

—"Pertenece a Marte."

—"¿Y vos, señor Seele."

—"También pertenezco a Marte."

—"Debisteis decírmelo en la Tierra."

—"No me lo habéis preguntado allí."

Seele! he ahí como Seele, el delicado médium, había sido nada menos que el compañero del gato negro, ¡del gato! ¡de la imagen de la perfidia!

—"Podéis pensar, pues leo en vuestro pensamiento, todo lo que mejor os plazca, pero os aseguro que mi arrogancia Marcial está muy por encima de vuestras conjeturas."

"El genio de la montaña es bastante familiar...."

Y aunque Seele leyó también esta idea, no dejó de agradarle, pues aquella complacencia con que los que se creen superiores alagan a sus presuntos inferiores en la Tierra, se manifiesta en Marte del mismo modo: por una sonrisa.

Seele sonrió, y la niebla fosforescente que le envolvía con resplandores más extraños aun, brilló con mayor intensidad.

Una porción de aquella niebla rodeó mi cuerpo también, y un nuevo fragor de la montaña anunció que había llegado el momento de partir... sí, partir, pues mis resplandores visibles solamente para mí y para Seele en aquel instante, eran como una cesión de poder, como una trasmisión de fuerza.

Saludé al Sr. Seele y me retiré por la misma galería por la cual había entrado, y cuando hube llegado a las nieves perpetuas, es decir, cuando ya hube salido, sentí frío.

Miré al valle, y contemplé una vegetación lujosa y espléndida que brotaba de cada uno de los poros de Marte; admiré aquella magnificencia, y saltando de roca en roca, me acerqué al suelo llano, a la vasta planicie, cuyo horizonte perfectamente horizontal, se confundía con algunas nubes que flotaban en el espacio rosado.

La transformación había sido completa; las influencias exteriores obraban en mi nuevo ser de una manera mucho más enérgica y aunque recién iba comprendiendo lo que Seele me había dicho anteriormente respecto de la disminución del peso de los cuerpos en el planeta Marte, no por eso dejaba de experimentar punzantes dolores cuando desprecavidamente chocaba. con alguna roca del Nevado.

Las aves, por otra parte, abandonaban el espeso ramaje de los Laureles, y en vez de alejarse como antes lo habían hecho al contemplar nuestros trajes negros, talares, se acercaban a mí y me invitaban a acompañarlas en sus trinos; pero aunque hice varios ensayos por imitarlos, no me fue posible; algunos Avestruces,—porque en Marte también los hay— reían al examinar mis gestos imitativos. ¡Cómo no!... espíritu-imagen...

"Vamos, vamos,—esto no va tan mal,” dije para mí mismo, cuando noté que mi espíritu iba familiarizándose con aquella Naturaleza; porque debéis saber que es algo molesto convertirse en ave de rapiña etérea y andar trazando espirales, como si no hubiera nada más que hacer en este mundo— digo mal, en el otro.

Algunas florecillas sonreían también con sus pintadas corolas, y embalsamaban el ambiente con las ondas de sus suaves aromas—ya no me temían. Los azahares volvían a desplegar toda la pompa de sus amores, y el Mirto derramaba la fecundidad en torno de sus hojas humildes; el Laurel esparcía la gloria de su manto, y los Musgos se tendían a su sombra como un tributo al habitante de la Tierra consagrado.

Experimentaba vivos deseos de hablar, pero de hablar con un individuo que me entendiera, o a quien yo pudiera entender, porque si bien es cierto que Seele al darme fosforescencia me había trasmitido fuerza, no me había dicho una sola palabra respecto del idioma que hablaban los habitantes de Marte.

Podía muy bien suponer que aquella fosforescencia haría las veces de una idioma, pero y si... permitidme una reminiscencia terrestre: —"no entiendo una palabra de Inglés ¿habla vd. el castellano?” — "No, but I understand it very well"— Demanera que si me sucedía algo análogo con un habitante de Marte podría muy bien recitarme ciertas odas, ciertos poemas, ciertas rimas, y por más que me recitara no entenderle. ¿Y si para ellos el lenguaje de los signos no existia? Tendría que valerme de la fosforescencia;......medio muy eficaz, seguramente para tener entrada libre en los hoteles de Marte.

Estas ideas me atormentaban; pero la llanura era tan fértil, los frutos tan variados, los arroyos tan cristalinos, los Laureles tan espesos.... que casi no titubeaba en cobijarme, en un momento de apuro, entre los vástagos frondosos del árbol de la gloria; sería una. usurpación, está bien, pero eso es tan común, que casi aseguraría que hay más de un Nic-Nac en este mundo,—digo mal, en el otro.

El descenso del Nevado no solo había despertado mi apetito, sino que también me había fatigado. El festín estaba preparado, por mantel los blandos Muslos, por dosel la copa de un Naranjo, por manjar la perfumada fruta, por licor las aguas de una fuente Marcial que acariciaba el bronceo tronco del Naranjo.

Qué fruta tan delicada! y qué bien sienta después de haber andado saltando entre rocas! y cuán maravillosamente se asimila al respirar una atmósfera como la de aquel planeta, donde no andan flotantes las colerinas ni las enteritis a semejanza de espíritus imágenes.

Pero al llegar a la séptima Hesperidia, sentí que me tocaban el hombro derecho.

—"Hola!" exclamé—"sois vos compañero? opino que ahora podré tomar el alimento que me brindabais en la Tierra después de morir?"

—"No hay duda alguna; pero dejadme descansar, porque la consagración ha sido penosa."

—"Vos también habéis sido consagrado habitante de Marte?"

—"Yo también."

—"Y cómo terminó la ceremonia?"

—"Con unas pocas palabras del genio de la montaña..."

—"Seele, eh?"

—"Creo que sí."

—"Y qué os dijo al terminar?"

—"'Tomad la fosforescencia; ahora las pagaréis todas juntas."

—"Y qué habéis hecho luego?"

—"Empezar a pagarlas haciéndome pedazos en las rocas del Nevado."

—"Espléndida montaña, eh? pero qué! no tomáis más naranjas?"

—"Temo que puedan hacerme daño."

—"Je! je! je! olvidad esas supersticiones, Doctor; —ya lo veis apesar de que me habéis firmado el pasaporte, os estimo, y lamento que no hayáis imitado mi conducta. Pero en fin, vamos a vivir en Marte, ¿no es eso?"

—"Sí."

—"Entonces ¿porqué preocuparse con la higiene Terrestre?"

Un gato negro, pero no ya en espíritu-imagen sino en cuerpo real y tangible vino a interrumpir nuestra conversación.

—"Maldito gato; ahora que encuentro un compañero de ostracismo... "

—"Miau!"

—"Vamos, no queréis que diga ostracismo, eh, señor espíritu-gato?"

—"Miau!"

—"Doctor, disculpadme, pero creo que este gato pide una naranja. ¿Sería higiénico darsela?"

—"Miau!"

—"Y se aleja hacia el sudeste, porque creo que aquel es el Sud-este, ¿no os parece, Doctor?"

—"Miau!

—"Vaya ¡ha querido evitaros la molestia de contestar. Y nos llama, ¿no veis?

—"Y hace un movimiento antero-posterior repetido con la cabeza, como diciendo que sí."

—"Es un gato bastante original."

—"Indudablemente, ¿No creis, señor Nic-Nac, que debemos seguir a ese animal?"

—"Opino como vos, Doctor."

Nos pusimos de pié, y arrojando las cáscaras en la fuente, nos alejamos del frondoso Naranjo, a cuya sombra habíamos hallado un alivio a nuestro cansancio.

—"Doctor, podemos decir que hemos comido la primer fruta."

—"La primera! pues si Adam hubiera hecho lo que acabáis de hacer, comiéndose veintitrés naranjas, seguramente no vuelve a curar de una formidable entero-colitis."

—"Pero ha faltado Eva. ¿Que tal será la Eva de este Marte?"

—"Supongo que será como todas. Tendrá cabeza, brazos, piernas, cuerpo, y algo de que carece la Academia Española."

—"Opino, Doctor, que vuestra Martificación no ha sido completa."

—"Pero sí mi mortificación; os aseguro que el tal Señor Seele es un señor bastante impertinente. Figuraos......"

—"'Miau! miau!"

—"El gato corre. Me figuro Doctor, todo lo que se os ocurra; pero no perdamos de vista aquel animalito, que tal vez viene en nuestro auxilio."

—"Figuraos..."

—"Miau!"

—"Doctor! Doctor! estamos salvados! Una ciudad!"

—"¡Una ciudad! en Marte! Señor Nic-Nac, estamos salvados."

—"Acaso temíais......"

—"Nada, pero pienso ejercer mi profesión. Donde existe una ciudad, debe suponerse que ha habido obreros que la han construido, gente que la habita, instituciones que la rigen......"

—"Eso es muy natural. ¿Y si son antropófagos?”

—"Tenemos la fosforescencia para que no nos devoren."

—"Pero vos sois médico!"

—"Es verdad! en ese caso los devoraré yo a ellos."

Capítulo XI
La ciudad Marcial

El gato negro había sido nuestra brújula.

En el momento en que el Sol lanzaba sus rayos más oblicuos a la vasta llanura, y un vapor sutil se elevaba de la campiña florida, el Doctor y yo, precedidos por el gato negro, penetrábamos en una gran ciudad, cuyas innumerables torres se doraban por el lejano destello del astro agonizante.

Hasta aquel momento no habíamos visto un solo habitante de Marte, pero al llegar a la ciudad distinguimos muchos de ellos que cruzaban precipitadamente las calles o bien se asomaban por los balcones preguntando algo a los transeúntes, y cuando estos habían contestado, cerraban las persianas y aparecían un momento después en la puerta de calle de la casa, cambiaban signos y emprendían la marcha hacia uno o varios puntos de la ciudad.

Ignoro por qué misterio mayor aún no oíamos lo que hablaban, pero habiéndolo hecho notar al Doctor, este me dijo que "no era extraño", respuesta que podría ser muy científica, pero que no satisfizo mi curiosidad (opino que el médico hablaba por hablar, como hacen muchos en este mundo,—digo mal: en el otro).

—"Lo mejor que podemos hacer",dije al Doctor "es examinar esta ciudad, luego sus habitantes, sus costumbres después, y emprender una serie de investigaciones más o menos útiles, para el día en que nos veamos privados de nuestra fosforescencia."

—"Miau!"

—"Aha! cambia de dirección nuestro cicerone, ¿No veis, señor Nic-Nac?"

—"Tenéis razón."

—"Sigámoslo, pues."

—"Sigámoslo."

Al cabo de dos horas habíamos visto lo suficiente para poder describir la primer ciudad que se nos presentaba en Marte.

En el centro se extendía una gran plaza, en la cual se veía una elevada columna cilíndrica que sostenía un paralelipípedo gigantesco, y en cada una de las caras laterales de este cubo, se leía:

Theosophopolis

—"¿Qué opináis, Doctor?"

—"Opino que este debe ser el nombre de la ciudad. Es curioso:—en caracteres como los que se en la Tierra."

—"?"

—"Más aún, en griego."

—"Es realmente curioso. ¿Y cómo descomponéis esa palabra?"

—"Muy sencillamente: Dios, sabio, ciudad; de manera que debe significar: ciudad de Dios y de los sabios

—"Hola! conque esas habíamos tenido? Bien, en ese caso ya sabremos a qué atenernos."

Nos dirigimos al pié de la columna, y observamos que estaba situada en el punto de intersección de dos grandes calles, que corriendo de Norte a Sur y de Este a Oeste, dividen la ciudad en cuatro barrios, que a su vez pueden reunirse en dos agrupaciones, la del Naciente y la del Poniente. La primera de ellas es sumamente triste, las puertas de las casas no se abren casi nunca; un profundo silencio reina durante el día, interrumpido solamente por el crujir o más bien por las lamentaciones de unos instrumentos que los habitantes de la Tierra llamarían campanas,—pero que se diferencian de estas por su forma singular y caprichosa—y por los coros sagrados que nadie entiende, porque de ese modo perderían su carácter eminentemente místico.

—"Doctor, ¿qué os parece dar a esta agrupación del Naciente el nombre de Theopolis?"

—"No creo que pueda aplicársele otro mejor."

—"De manera que los barrios del Poniente serán Sophopolis"

—"Si la ciudad lleva un nombre mixto, es incuestionable que debemos admitir una división natural de la población urbana."

Sophopolis presenta un aspecto que en nada se semeja al de Theopolis.

En esta los edificios son tristes, oscuros, silenciosos; en aquella reina una algarabía continua; la luz descansa en el elemento blanco o rosado, y una majestad risueña y rígida a la vez parece haber trazado las líneas de los edificios.

Algo más curioso aun es que los habitantes de Theopolis muy rara vez penetran en Sophopolis; generalmente son jóvenes inexpertos, pero una vez que han entrado en ella, son vanos los elementos de que disponen las familias respectivas para hacerlos desistir de habitar en esos dos barrios bulliciosos.

Quizá esta es una opinión aventurada, pues aún no conocemos las costumbres de los Marcialitas, pero a juzgar por los movimientos de que hemos sido testigos, creo que no se les debe dar otra interpretación.

Algunos ríos ordinales riegan los muros de la ciudad, ríos en los cuales se baña toda la población en las ardientes horas del Verano Marcia, (lo que también puede ser una opinión aventurada; pero como en la Tierra esto es uno de los destinos de los ríos en los puntos en que hay Verano, y horas ardientes, creo que no voy muy lejos, pretendiendo que la gente se baña).

Respecto de los habitantes, su carácter está en armonía con los dos tipos de la ciudad.

Los que habitan en Theopolis son taciturnos, muy moderados en todos sus movimientos, pálidos, mudos y tan pesados de cuerpo como deben serlo de espíritu. En cuanto a sus formas o constitución física, no hemos hallado que se diferencien mucho de los habitantes de la Tierra. Parece, sin embargo, que su estatura es algo menor.

En Sophopolis el carácter es diametralmente opuesto. Los habitantes son comunicativos, sus movimiento perpetuos, su cutis es rosado y su rostro lleno de vida. No hemos podido aún oirles hablar, pero parece que la verbosidad es un rasgo muy propio de su existencia. Las palabras, a juzgar por el continuo movimiento de sus labios, pierden allí su carácter de elemento de relación indispensable, para convertirse en flujo crónico, según la expresión del Doctor.

"Miau! miau!”

La noche de Márte va tendiendo su triste oscuridad sobre los montes cercanos, los vapores se elevan de la llanura aumentando de intensidad, y las siluetas de las torres y de los edificios después de haberse alargado, obedeciendo al descenso del sol, se han confundido en las sombras del Naciente.

Nuestro oído percibe ya los sonidos con mayor claridad, en tanto que nuestra vista revela a nuestro espíritu un fenómeno maravilloso.

En Theosophopolis no se conoce la luz artificial, y aunque en realidad esta luz ha sido en la Tierra la mayor de las conquistas humanas sobre los misterios del progreso latente, en Marte no ha sido necesario hallar este gran elemento de civilización, ¿sabéis porqué? por una razón muy sencilla: cada uno lleva en sí toda la luz que necesita para sus necesidades y para los sus semejantes;—es como una aureola magnífica y rosada, tanto más intensa cuanto mayor es la oscuridad de la noche, de manera que cuando dos Marcialitas se encuentran en la calle, confunden su luces propias en una reverberación espléndida.

—"Observe, señor Nic-Nac", me dijo el Doctor, "que vuestro cuerpo esparce luz rosada, muy diferente de la que nos envió Seele en el momento de la consagración, pues aquella era azul-verdosa, pálida, fosforescente, y esta tiene resplandores que vivifican."

—"Es igual a la vuestra, Doctor, é idéntica a la de los habitantes de esta ciudad. ¿No opináis que debemos permanecer durante algún tiempo aquí para contemplar este neorama sin igual?"

—"Sí y es muy posible que seamos testigos de alguna escena nocturna; aunque en verdad, no sé cómo atreverme a decir que la noche nos circunda, porque es tan vivo el resplandor de los Sophopolitanos [Los habitantes de la ciudad de los sabios.] que si esto no es una espléndida aurora de ilusiones, ignoro qué nombre podríamos darle."

En aquel momento dirigimos la vista a uno de los dos barrios de Sophopolis y vimos algo semejante a una procesión. Iba a ponerme de pié, para adelantar hacia ella, pero el Doctor me detuvo.

—"¿A dónde vais?"

—"A ver aquello."

—"Y si os preguntan algo en el idioma que aquí se usa."

—"Les contestaré en el mío. Parece, sin embargo que el griego no es desconocido, pues el nombre de la ciudad."

—"¿Y si os hablan en griego?"

—"Haré lo mismo. Pero, cómo ¡Doctor! ¿y la. fosforescencia?"

—"Hasta ese recurso nos falta; ya lo veis, los resplandores son color rosa."

—"Miau! miau!”

—"Puedes maullar, Seele gatuno;—pero te aseguro que mientras no me hagas entender lo que aquí se habla........."

—"Miau! miau! miau!"

El gato negro echó a andar hacia la procesión y como lo habíamos hecho varias veces, lo seguimos.

—"Caballero!, sed bienvenidos, ¿cuando habéis llegado?" nos preguntó uno de los procesionarios.

Miré al Doctor.

El Doctor me miró.

Pero estábamos tan habituados a las maravillas, que casi no pasamos de mirarnos.

—"Hace poco, gracias,” contesté un momento después.

—"¿Hace mucho que habéis llegado a la plaza de Theosophopolis?"

—"Momentos antes de ponerse el sol. ¿Tendríais la bondad de indicarme qué significa esta procesión?"

—"Es una simple ceremonia casi diaria. Nuestra gran ciudad se compone de dos clases de habitantes¡ los de Theopolis y los de Sophopolis."

—"Lo había adivinado."

—"Bien, pues; cuando un habitante de Sophopolis llega a viejo, y se le acerca la hora de la transmigración, solicita de sus más próximos parientes que le lleven a morir a Theopolis, es decir, a la ciudad de Dios."

Miré al Doctor.

Pero el Doctor nada oía. En el espacio oscuro flotaba un punto blanco, vivo, y suave; suave como la luz de un planeta, vivo como el resplandor de una estrella, blanco como las almas de los ángeles.

—"Y es muy frecuente esta transición de una ciudad a la otra?"

—"Si," contestó el procesionario, "puede decirse que todos los días."

—"De manera que en el espíritu de cada Sophopolitano existen los elementos de un Voltaire?"

—"Peor aún la conversión es instantánea."

Un fenómeno que hasta entonces no había atraído mi atención me maravilló en extremo. Los resplandores del anciano, del Voltaire Marcial, eran tan pálidos y tan tenues que se hacían imperceptibles; pero en cambio, la reverberación, la condensación de luz que había sido determinada por los numerosos procesionarios llegaba a tal grado, que parecía una nube de ilusiones que iba a resolverse en torrente de ilusiones, así como las nubes de la Tierra se precipitan en cristalinas gotas.

Miré al Doctor; le llamé.

Pero el Doctor no me oyó.

En aquella nube de luz condensada, flotaba el punto blanco, vivo, suave y puro;—puro como la gloria celeste, suave coma la aureola de un espíritu, vivo como el aroma de un azahar, blanco como la luz del día;—...

Y acercándome más hacia el Doctor

—"Que es eso?" le pregunté."

—"Alma del alma que nadáis en un cielo de ilusiones, venid a mi!" exclamó sin responder a mi pregunta.

Capítulo XII
La procesión

¿Qué punto blanco era aquel y cuál su fuerza atractiva sobre el alma del Doctor?

¿Estaba sujeto este también a algún espíritu-imagen, representado por aquel punto blanco que flotaba en las altas regiones de la noche de Marte?

¿Debía comenzar inmediatamente la expiación del Doctor, como se lo había pronosticado Seele, el genio de la montaña, el médium terrestre, el compañero del gato negro, el pérfido Seele?

No lo sabía nadie en aquel momento; pero el Doctor seguía contemplando la visión etérea, alma sin cuerpo que iluminaba las sombras con sus blancos destellos.

—"Doctor! Doctor! temo mucho que ese punto blanco sea una brújula mal imantada!"

—"Alma del alma que nadáis en un cielo de ilusiones, venid a mi!" murmuró entre dientes. "Vosotros los que amáis la miel porque la miel es dulce; vosotros los que adoráis a Dios porque le teméis; vosotros los que no habéis arrancado el velo mortal de vuestra frente, callad! ¿No veis que no deben interrumpirse los espirales de las almas blancas?"

—"Es que vuestro cuello puede tomar la rigidez del mármol; no digo que no miréis al Zenit, pero recordad que es necesario conservar a la cabeza toda la soltura de sus movimientos."

—"Alma del alma... venid a mí!"

Y como si aquel llamado ejerciera un extraño poder sobre el lumen etéreo, este concentró sus curvas y brilló con mayor fuerza de rayos.

—"Por favor, amigo mío! tomemos las cosas como se presentan, ¿no veis doctor que somos ya habitantes de Marte, y que debemos obedecer a nuestro destino, después de estar sujetos, como estamos, a todas las peripecias de una nueva vida terrestre? ¿Creis acaso que vamos a remediar nuestras necesidades marciales contemplando espirítus-imágenes?"

"Miau! Miau!"

El Doctor volvió en sí;—el Doctor, para quien mis argumentos habían sido inútiles, no pudo resistir al llamado del gato, cuyo poder, desconocido para. nosotros, debía ser mayor que el del punto blanco, vivo, suave y puro; y después de arrancar un suspiro de lo más hondo del alma, hizo trazar a su nariz un cuarto de círculo y miró a los procesionarios, quienes después de haber hecho una parada habían emprendido nuevamente la marcha.

—"Venid! venid!" me dijo, "es necesario que formemos parte de esa procesión."

—¿Por qué?"

—"Por una razón muy sencilla. Lo que hemos visto, lo que hemos oído, basta para indicarnos que existe una gran relación entre los habitantes de Marte y los habitantes de la Tierra ¿no oís? ¿no veis? Ya las campanas......"

—"Pero si no son campanas..."

—"No importa; démosles ese nombre......ya las campanas lanzan al viento sus notas plañideras, y los habitantes de Theopolis, advertidos por este medio, abandonan su retiro y su silencio, para asistir a la ceremonia."

—"¿Á donde vamos?" pregunté al procesionario con quien antes habíamos hablado.

—"Al templo de la regeneración."

—"Se regeneran acaso los ancianos? ¿rejuvenecen por ventura y sienten palpitar en su corazón una nueva vida?"

—"No, pero transmigran."

—"¿Y a dónde van?"

—"A otro planeta."

—"De manera que cuando nosotros lleguemos a viejos y deseemos que se nos transporte a Theopolis, podremos ser regenerados?"

—"Sin duda alguna."

—"Y a qué planeta iremos a renacer?"

—"No sé."

¡Que desgracia! no sé......he aquí el gran oráculo de la humanidad! ¿qué es la vida? no sé; ¿qué es la muerte? no sé; ¿qué es el éter? ¿qué es la electricidad? no sé, no sé. Pero aunque ignoremos todo esto, deberíamos saber siquiera qué somos, de donde venimos y a donde vamos... pero no, el no sé, cual un gigante siempre más colosal, se levanta entre la humanidad y la verdad absoluta.

No importa... sigamos la procesión.

Los habitantes de Theopolis, en traje negro, talar, salían de sus moradas silenciosas, y reuniéndose al grupo de Sophopolitanos, engrosaban sus filas. Pero de sus labios no brotaba una sola palabra de relación entre hombre y hombre: sus labios que habían palidecido sin modular más voces que las de la oración, se agitaban en aquel momento, como si un resorte siempre activo arrancara a pesar de ellos la palabra mística.

¡Pero qué tristeza! Las luces que rodeaban sus cuerpos eran luces mortuorias, y junto a los resplandores de las de los Sophopolitanos, parecían haber sido creadas por el genio de las tumbas, para iluminar la belleza y magnificencia de la creación del genio de la vida.

Por una de aquellas evoluciones naturales en las grandes masas humanas en movimiento, cuando este no es determinado por una ley reguladora, nos hallamos envueltos en el mismo grupo en que iba el Voltaire Marcial. Nadie hablaba, a no ser para orar, exceptuando el anciano que de cuando en cuando decía:

—"Voy a morir, no, voy a regenerarme; pero ¿no comprendéis que si me he de alejar para siempre de vosotros, esta regeneración es una muerte, más aún, es una separación? Vuestra ceremonia es aterradora. Decís que me ayudáis a bien morir; pero esto es horrible; yo he de morirme muy bien, perfectamente, os lo aseguro a fé de buen...."

"Venid en torno nuestro,
Venid sombras, venid,
Porque un Sophopolita
En gracia va a morir."

interrumpía el numeroso coro de Theopolitanos, lo que nos revelaba que estos señores no eran muy fuertes en materia de versos y de música, pero que tenían en cambio un gran caudal de necedad, encerrado en cada uno de sus elementos espirituales.

Y la procesión marchaba, unas veces en columna recta, otras en columna ondulante, a semejanza de una serpiente.

Y a cada paso, a cada ondulación, las filas aumentaban con los Theopolitanos que se le reunían.

El Voltaire Marcial continuaba:

—"¿Qué es la vida? una combinación pasajera entre un átomo del alma universal y un poco de materia. ¿No veis que esta combinación se va gastando por la acción destructora de los afectos y de los años? ¿no veis que llega un momento en que el espíritu está tan vinculado a la materia que su separación es un dolor? ¿no comprendéis que cuanto más viva sea la imagen de la muerte, más apego se cobra a la vida? ¿qué importa que representéis la hora suprema de la regeneración por una virgen pálida que nos llama con su voz celestial?"

—"Venid en torno nuestro,
"Venid, sombras, venid....."

repetía el coro, sin tomar en cuenta las lamentaciones del anciano.

La procesión se detuvo;—había llegado al templo.

Capítulo XIII
Jesu-Cristo Marcial

En Marte lo mismo que en la Tierra, puesto que en ambos planetas hay habitantes, más aún, hay hombres, o si queréis, existe la humanidad, y esta humanidad,—sino es idéntica en ambos, por lo menos es muy semejante,—tiene sus elementos de relación, contándose la palabra entre los más esceneciales, en Marte, decía, hay también refranes.

Esto no os extrañará, seguramente, porque hemos llegado a un punto tal que no dudo os parecerá todo muy natural; pero lo que ha de llamar vivamente vuestra atención, os lo aseguro, es que muchos refranes usados en la Tierra lo son también en Marte, y el principal de ellos es: ”El que se mete a Redentor, sale crucificado."

Si hemos de admitir aquella célebre teoría, según la cual los planetas han formado en otro tiempo parte del Sol, del que se han desprendido, bajo la forma de materia cósmica, gaseosa, por la fuerza centrífuga, tenemos que reconocer que Marte se desprendió del Sol mucho antes que la Tierra, o en otras palabras, que Marte es el planeta más antiguo de los dos.

Y efectivamente, así ha sido.

Menso voluminoso que la Tierra, su masa se enfrió más pronto, y por lo tanto la vida apareció en su superficie mucho que en aquella, de manera que cuando recién se presentaron en esta los primeros rudimentos de la organización, la primera intención de vida, hacía ya mucho tiempo que ésta palpitaba en cada una de las formas organizadas de Marte.

Primero el mineral luchó con el mineral, y de esta lucha apareció el vegetal, rudimentario y movible, y cuando éste, después de haber pugnado, sintió acercarse la hora suprema de la aparición del animal, se humilló ante el movimiento consciente y se fijó al mineral por medio de la raíz.

Los tres reinos lucharon, pero lucharon armónicamente,subordinándose los unos a los otros, por una extraña relación de existencia, y cuando por fin el ser humano apareció en Marte, sujetó los reinos al imperio de su vida intelectual.

¡Qué bello espectáculo debió presentar la Tierra al primer hombre que selló con su pié las húmedas playas de Marte! Un globo inmenso de fuego flotando rápidamente en el espacio, era un fenómeno grandioso, cuya contemplación debió herir de espanto al primer Marcialita.

Pero la humanidad Marcial fue más lenta en su desarrollo que lo que lo ha sido la humanidad Terrestre, y es porque aquella poseyó desde el primer momento de su vida una fuerza de que esta careció: la luz propia.

Si cada Marcialita llevó en sí desde su cuna la luz que le era necesaria durante su vida, es incuestionable que la civilización no podía desarrollarse rápidamente, porque la civilización es hija de las luchas que se establecen entre el ser humano y los elementos circundantes, y cuanto más enérgicas sean estas luchas, tanto más poderosa será la civilización.

Y es porque la educación de la inteligencia. está en armonía con la suma de necesidades de los séres y siendo la luz artificial, o por lo menos, los medios de obtenerla, uno de los problemas que más hayan agitado o estimulado la inteligencia de la humanidad primitiva, de ahí que aquella investigación haya sido uno de los elementos principales del adelanto intelectual en la Tierra, lo quu no sucedió en Marte.

Llegó un momento en que la humanidad Marcial detuvo la marcha de sus progresos, y permaneció estacionaria, como esperando que llegara la hora de la transformación.

La hora llegó por fin, pero llegó desde la Tierra.

Marte y la Tierra, hijos del Sol, chispas de un incendio planetario, esperaban juntos la hora suprema.

La hora sonó por fin, pero sonó en la Tierra.

La humanidad Terrestre se había detenido también en la senda del progreso.

Un hombre como todos los hombres, levantó la voz entre los hombres, y su palabra, palpitando de siglo en siglo, ha llegado hasta nosotros y llegará hasta la última generación y llegará hasta el último momento de los siglos.

Sembró en la humanidad una idea, y la humanidad, suelo fecundo donde todo germina, la ha multiplicado indefinidamente conservándole su naturaleza inmutable é inmarcesible.

Tas fue Jesu-Cristo, tal el carácter de su doctrina.

Pero aquella humanidad que había recibido el supremo de los dones, juzgó necesario crucificar a aquel hombre que le había dicho "Ama a tu prójimo como a ti mismo," y le crucificó.

La tierra guardó su despojo mortal, pero la Tierra no podía encerrar su espíritu.

Desde la cima del monte voló también, espíritu imagen, a las regiones etéreas, y arrastrado por el torbellino de los otros espíritus-imágenes, fue a sembrar en Marte es germen sublime que había sembrado en la Tierra.

Las mismas peripecias, los mismos tormentos, los mismos vejámenes, todo le hicieron sufrir los Marcialitas, pero conservaron su doctrina, y más felices que la humanidad terrestre, la han sentido difundirse en toda la superficie de su mundo.

He ahí por qué se usa el mismo refrán en ambos planetas.

¿Le sucederá lo mismo al Voltaire Marcial?

Capítulo XIV
El templo

Inmenso.

Su forma es circular, y las tres naves en que está dividido, corresponden a tres triángulos, cuyo lado exterior es un arco, tercera parte del círculo, porque la gran cúpula central descansa en un techo horizontal, sostenido por tres hileras de columnas que se irradian desde el centro, en el cual se eleva un prisma triangular, cada una de cuyas caras laterales corresponde a cada una de las naves.

La procesión penetró en el templo.

Los Theopolitanos ocuparon una de las naves.

Los Sophopolitanos, después de colocar al Voltaire Marcial en el prisma del centro, ocuparon la otra.

La tercera estaba reservada a los sacerdotes.

En el fondo de esta, sobre un altar lleno de figuritas de plata, se elevaba una estatua.

—"¿Qué representa?” pregunté al Doctor.

—"¡Cómo! ¿no sabéis lo que representa?"

—"No."

—"Es singular."

—"Opino, Doctor, que ni siquiera es plural."

—"¿No reconocéis a Jesu-Cristo?"

—"¡Jesu-Cristo!"

—"Sí; en Marte, lo mismo que en la Tierra, según parece, lo llaman Nuestro Señor de la columna."

El doctor era hombre de verdad (preocupación terrestre) y por lo tanto, debía creerle.

Pero ¿cómo reconocer aquella figura?

Una estatua de tamaño natural, representando un hombre vestido con robe-de-chambre de terciopelo lo mordoré (En Marte también se habla francés) bordado de oro, una cadena del mismo metal suspendida del rico cinturón-cuerda de seda, y un reloj de plata dorada, adornado con vidrios de colores con pretensiones de piedras finas; una abundante cabellera de rizos y un rico lente de cristal de roca, suspendido del cuello por un cordón de oro. [Lo que no os espantará, mortales de la Tierra, porque habéis visto más de una vez un escarnio semejante.]

—"Doctor! tenéis que admitir que he tenido razones muy aceptables para no reconocer al Cristo."

—"Os engañáis, señor Nic-Nac, debisteis reconocerlo."

Ignoro por qué, pero el Doctor así lo creía.

Ante aquel anacronismo, el pueblo ignorante sé podría maravillar, es decir, un habitante de Theopolis.... los que ocupaban la otra nave sonreían.

Comenzó la ceremonia, por un coro de Theopolitanos, única ocupación en que se distinguen un poco, pero sus voces carecían de alma, lo que, según parece, está en íntima armonía con ellos. Algunas voces eran buenas, en cuanto al sonido simple, pero el mismo recogimiento de los productores, las contienen en sus impulsos, muy problemáticos por otra parte.

Las luces que rodeaban todos los cuerpos brillaban con mayor intensidad, tristes, pálidas, sepulcrales, las de unos,—vivas, rosadas, intensas las de los otros;—pero sus resplandores se fundían de tal manera, las pálidas con las rosadas, que parecían amalgamarse en un solo destello, así como las tintas del crepúsculo son una fusión de las del día y de la noche.

Cuanto más examinaba aquel fenómeno, tanto más extraño me parecía.

Acerquéme, acompañado del Doctor, al prisma sobre el cual estaba tendido el Voltaire Marcial, y observamos que había disminuido de volumen; su luz, antes rosada, había palidecido, participando de todos los caracteres de la aureola de los Theopolitanos.

La hora suprema llegaba.

El Gran sacerdote (Como los de todas partes) se acercó también, y extendiendo la mano sobre la pálida momia, le preguntó:

—"¿Habéis amado a vuestro prójimo como a vos mismo?

—"Sí, he vivido siempre en Sophopolis."

Allá en el fondo del corazón de los Theopolis, esta contestación se clavó como un dardo envenenado, y haciéndoleas refluir toda la sangre a la cara, se vio, que en lo más profundo de su palidez, asomaba el más pálido de los rubores.

—"¿Habéis sido hipócrita, falso, perjuro y traidor?" preguntó el sacerdote.

—"No, he vivido siempre en Sophopolis."

Y allá en el fondo del más pálido de los rubores, se vio una nube negra, como si fuera la gangrena del alma.

—"Si ello es así," continuó el Gran Sacerdote, "podéis volatilizaros."

—"Vaya una manera original de señalar término de la vida!"

—"Me acaban de decir que en esta ciudad no hay cementerio."

—"Y los cadáveres?"

—"Veremos lo que sucede con este."

¿Habéis visto lector una gota de agua caer sobre una plancha metálica candente, y después de tomar la forma de una esfera, girar con rapidez, y perderse poco a poco?

El Voltaire Marcial comenzó a girar, su luz a disminuir lo mismo que su cuerpo.

Un momento después, éste se había reducido más de la mitad, porque parecía que la rotación lo evaporaba. Todos los habitantes de Theosophopolis que habían asistido a la ceremonia empezaron a trazar sus órbitas rosadas o pálidas al rededor del anciano, imagen fiel del torbellino etéreo en el que el Voltaire Marcial iba a penetrar momentos después.

La luz, el movimiento giratorio, el canto, lo. escena en fin, todo contribuía a acentuar más el carácter de la ceremonia.

—"¡Doctor! Doctor! no puedo girar más.”

—"Nic-Nac! Níc-Nac! yo tampoco."

Pero en aquel momento los resplandores se debilitaron, y cesó la rotación, y acercándonos al prisma, buscamos la forma del Voltaire.

Todo fue inútil:—se había evaporado; su cuerpo llenaba el templo en estado de gas y su espíritu flotaba ya en el éter, junto con los otros espíritus imágenes que lo pueblan.

Capítulo XV
Una doble observación

Había llegado el momento de retirarnos.

Primero los Theopolitanos, en seguida los habitantes de Sophopolis, y por fin los sacerdotes, salieron del templo, y cuando este quedó vacio, las puertas se cerraron con estrépito, y la procesión continuó en el mismo orden que anteriormente, pero disminuyendo poco a poco, porque cada cual tomaba el camino de su morada, a medida que llegaba a él.

Dos cosas había observado: una durante la ceremonia, y la otra en el momento de abandonar el templo.

Cuando todos girábamos vertiginosamente en torno del Voltaire Marcial, dirigí sin querer la vista hacia la imagen del Cristo vestido de terciopelo, y noté que detrás de ella había un individuo oculto, cuya fisonomía expresiva revelaba un Sophopolitano.

Este individuo tenía una cartera abierta en la mano izquierda, y mientras observaba la ceremonia, interrumpía de cuando en cuando su examen para mirar un reloj que llevaba en la misma mano, en tanto que con la derecha, trazaba en la cartera algunas líneas, al parecer apuntes.

A su lado se veía un globo grande de cristal, con cuello largo, y una llave graduada.

¿Quién era aquel individuo y cual su objeto al permanecer allí oculto? Era algún corresponsal enviado hasta Marte por los redactores del New York Herald? Difícil parecía la resolución del problema, peo lo que no dejaba duda alguna, eso sí, era la fisonomía eminentemente sophopolitana del misterioso personaje.

La rotación cesó, y el cansancio producido por el vértigo, me hizo olvidar el individuo, y su cartera, y su reloj, y su matraz de cristal, y el terciopelo del Cristo, e imitando luego a los otros Theosophopolitanos, salí del templo.

Pero en el momento de pisar el umbral, cuando ya parecía que todo quedaba tranquilo, se oyó un silbido agudo, penetrante, como el que se produce en una campana en la que se ha hecho el vacío, y una masa de aire penetra súbitamente en ella por una abertura reducida.

Al oir el silbido, todos dieron vuelta, pero como ignoraban de donde partía, y al mismo tiempo reconocían que un silbido no en un crimen grave que debiera purgarse en el tormento, todos los que habían mirado, dejaron de mirar, porque de todos modos......no se veía nada.

A algunos pasos de distancia del templo, el Doctor y yo, acompañados por el cicerone, (que no era otro que el procesionario con quien antes habíamos hablado) nos detuvimos un momento, no solo para ver pasar toda la procesión, sino también para averiguar qué hacía el individuo oculto; porque de tal manera se nos había desarrollarlo la curiosidad, que no había cuestión que no quisiéramos tratar, ni punto que no deseáramos resolver, ni conversación en la que no procuráramos inmiscuirnos, obligándome estas circunstancias a manifestar mi curiosidad con motivo del incógnito.

Habíamos combinado ya nuestro plan de ataque a una de las puertas del templo para arrancar el secreto que guardaba, cuando se abrió una puertecilla secreta y apareció el personaje, alto, meditabundo, leyendo en su cartera y lanzando, como todos, sus resplandores rosados. De cuando en cuando levantaba los ojos, pero no para mirar, sino para hacer resaltar más su profunda abstracción.

Al pasar cerca de nosotros, le oímos estas palabras:

"Dada la cantidad de oxígeno que encierra un volumen determinado del gas producido por la evaporación de un Sophopolitano, averiguar los medios de quemar los barrios de Theopolis con todos sus habitantes."

Y se alejó, y doblando en dirección a Sophopolis, le perdimos de vista.

Nos miramos, y no pudimos menos de compadecer al soñador.

—"Recuerdo algo terrestre,” dijo el Doctor.

—"¿Qué cosa?” preguntó.

—"Una ocurrencia de un examinador que proponía el siguiente problema a un examinando: Dada la altura de una torre, averiguar el nombre del sacristán.' —'Falta un dato,' observó el examinando. —'¿Cuál?'—'La fe de bautismo del sacristán.'"

—"Pero nosotros no hemos tenido siquiera la oportunidad de observar ni una palabra al misterioso personaje."

—"Hubiera sido inútil," dijo el cicerone.

—"Por qué?"

—"Porque ese hombre está loco."

—"¿Loco?"

—"Sí, es una historia larga, la suya."

—"¿Queréis referírnosla?"

—"No hay inconveniente."

—"Podemos sentarnos en las gradas del templo, ¿no os parece, Nic-Nac?"

—"Como gustéis, Doctor."

Capítulo XVI
La historia del loco marcial

—"Los habitantes de Marte” dijo el cicerone, "son todos cristianos, de manera que existe aquí un espíritu universal que ha penetrado en todos los corazones, armonizando en un solo latido, los latidos de todas las razas.

Pero ah! qué desgracia!

Nacida quién sabe cuando, surgida quién sabe dónde, existe una familia abyecta que ha cruzado todos los montes, que ha pisado todos los valles, que ha surcado todos los mares, sin poder hallar un suelo propicio dónde sembrar perpetuamente los gérmenes letales que elabora allá en el fondo de su destino.

Arrojada de todas partes, maldecida en todos los países, siempre vejada, escarnecida y ultrajada, ha hallado en un rincón del mundo un pedazo de tierra donde poder vivir pasajeramente.

Como los otros habitantes de Marte, sus miembros son también cristianos, pero cristianos transformados, porque el rasgo característico de su vida es la exaltación de una cualidad abominable: la hipocresía; y esta cualidad, convertida por ellos en dogma, ha derramado más males sobre Marte que todas las guerras y abusos Marciales.

He ahí, en breves palabras, los rasgos de la fisonomía moral de esta familia.

Después de luchar durante siglos, llegó a la Nic-Naquia Meridional. y habiendo examinado todos los países que forman esta gran porción del continente, se estableció en esta llanura, en este país hospitalario......"

—"¡Y cómo se llama este país?"

—"Ja! ja! ja! sois muy curioso, señor Nic-Nac.— Se estableció, decía, en este país, y fundó la ciudad que hoy lleva el nombre de Theopolis."

—"De manera que se trata de los Theopolitanos?"

—"Ni más, ni menos. Pero debido no sé a que extraño destino, el mismo quizá de los abrojos y de las malas yerbas, se propagó rápidamente, y poco tiempo después, la gran ciudad de Theopolis levantaba sus severos edificios, como desafiando al mundo, digo mal, como insultando al país que había consentido en su instalación."

—"Estaba desierta entonces la llanura?"

—"No, porque Sophopolis ya existía."

—"Y cómo consintieron los Sophopolitanos en aceptar tales vecinos?"

—"En la época de la fundación de Theopolis, los Sophopolitas se hallaban preocupadísimos con motivo de ciertos estudios que habían emprendido recientemente."

—"Pero qué! ¿todo el mundo estudia en Sophopolis?"

—"Todo el mundo, sin distinción de edad, ni de sexo."

—"Y los Theopolitanos se valieron de esa ocasión?"

—"Ya lo veréis.— Cierto día, un grupo de ellos se dirigió a las puertas de Sophopolis y solicitó permiso para levantar algunas tiendas hacia el Este. Los Sophopolitanos que no veían que aquello pudiera proporcionarles grandes disturbios, consintieron. Poco tiempo después, las tiendas fueron remplazadas por edificios regulares, y al cabo de treinta años, Sophopolis y Theopolis no formaban sino una gran ciudad: Theosophopolis.

Pálidos, demacrados, humildes, despertaron al principio la compasión y benevolencia de los Sophopolitas; —afables, instruidos, serviciales, se atrajeron después su simpatía.

Sus relaciones aumentaron, y con ellas, las obligaciones mutuas.

Los Sophopolitanos vieron a sus iguales en los habitantes de Theopolis, y estos, allá en el fondo de sus esperanzas, hallaron un inferior en cada Sophopolita.

Sumergidos siempre estos en sus profundas investigaciones, no oponían un dique a los progresos de aquellos, y cuando menos lo pensaban, hallaron que la mina iba a estallar y que no tenía remedio. ¿Habéis visto las mujeres de Sophopolis?"

—No! ¿Cómo son?"

—"Hermosísimas. Parece que toda la belleza posible se hubiera condensado en esos cuerpos, en esos rostros, en esos ojos, en esas almas..."

—Héh! alto ahí, amigo cicerone, no os entusiasméis tanto; dejad algo para nosotros que aun no hemos tenido ocasión de observarlas, ni de absorberlas, ni de mirarlas. ¿Qué opináis, Doctor?"

—"Alma del alma que nadáis en un cielo de ilusiones, venid a mí!" exclamaba entre tanto el Doctor, que en aquel momento contemplaba el punto blanco, cuyos espirales iban reduciéndose cada vez más.

—"Bien, continuad; pero......¿y el gato negro?"

—"Miau! Miau!."

—"¿Me hablabais, señor Nic-Nac?" preguntó el Doctor.

—"Sí, pero no sería fácil repetir mis palabras."

—"Como gustéis."

—"Continuad."

—"Cierto día," prosiguió el cicerone, "se oyó en Theopolis un ruido extraño,—algo como una vibración sonora e incesante que despertó vivamente la atención de los Sophopolitas, quienes en aquel momento observaban el paso de la Tierra por el Sol con todo el escrúpulo de excelentes astrónomos. El disco de la Tierra entraba ya en tangencia con el Sol cuando se oyeron los ruidos extraños......"

—"¿Campanas?"

—"Como os plazca.—Abandonando todos ellos los instrumentos, corrieron a Theopolis, y como las mujeres y los niños no habían de quedar solos, corrieron también detrás de aquellos. La aglomeración crecía por grados. El ruido cesó después de muchas horas y cada cual volvió entonces a su barrio;—pero, oh desdicha! cuánta cosa se había perdido! la Tierra había cruzado ya el disco del Sol, y se alejaba gradualmente de él. ¿Creéis que aquí empezaban y terminaban los sinsabores? No lo creáis; —recién comenzaban, porque muchos Sophopolitas buscaron a sus esposas, a sus hermanas o a sus hijas..........y no las hallaron."

—"Sabinas Marciales, eh? Nic-Nac?"

—"Sí, Doctor, pero con campanillas."

—"Los Sophopolitas, entonces, indignados más por el mal éxito de las observaciones astronómicas que por la pérdida de muchas de sus mujeres, hicieron una irrupción en Theopolis, y buscaron, y rebuscaron, pero nada...... protestaron, se irritaron, amenazaron, pero nada........

De cuando en cuando un Sophopolita penetraba furtivamente en Theopolis, pero el engaño se descubría al momento, pues como habéis observado, las luces de los unos son mucho más intensas, más rosadas que las de los otros, lo que permite distinguir en el acto un Theopolitano de un habitante de Sophopolis.

¿Qué se habían hecho las mujeres?

Solo ellos lo sabían de una manera positiva.— Ya os he indicado que son hermosas como todos los resplandores de la vida, lo que permitía suponer, cuando menos, que nos las habían robado para darles de comer a los peces."

—"¿Y cómo se verificó el rapto?"

—"Eso es lo que se ignora.—Los fundadores de Theopolis habían traído consigo sus mujeres; pero... qué mujeres! ninguna era completa; escuálidas, amarillentas, con resplandores sepulcrales, desdentadas, a una le faltaba un brazo, a otra una pierna, a una tercera una oreja, y lo más espantoso del caso, es que ninguna de ellas tenía movimiento en las articulaciones de las manos, de manera que estas parecían haber sido hechas de una sola pieza de hueso. No ignoráis que aquí se hace mucho uso de refranes;—cuando los Sophopolitanos preguntaron cierto día a sus vecinos porqué confeccionaban mujeres tan raras, ellos contestaron que a falta de pan buenas son tortas."

—"Y después se comieron el pan?"

—"Sí, Doctor; pero más tarde.— Entretanto han aparecido ya varias generaciones perfeccionadas, como podéis comprender, pues ello no es sino el resultado de la mezcla de las razas. En este caso, el elemento más enérgico era el Theopolita, de manera que estas generaciones han sido de Theopolitas refinados, en quienes la hipocresía se manifiesta de una manera tan intensa, que os puedo asegurar es la hipocresía llevada a lo sublime."

—"Pero a todo esto, ¿qué relación tiene todo lo que nos habéis referido con el loco del matraz?"

—"Una relación muy bien determinada: el loco del matraz es bisnieto de una de las mujeres que robaron los Theopolitas."

—"¡Aah! Y pretende vengar la afrenta ¿no es eso?"

—"Sí, porque así lo ordenó su bisabuelo"

—"Pero desgraciadamente para el honor de la familia, el pobre se ha vuelto loco."

—"Y no ha hecho tentativa alguna. para verificar su venganza?"

—"Sí, pero todas ellas han revestido un carácter tan privado de sentido común que no se le hace caso. Varias veces ha penetrado en Theopolis, con sombreros extraños, llenos de figuras fantásticas, cinturón de matraces y resortes, collar de frascos, bastón de Laurel, todo lo cual ha contribuido más a confirmar la opinión general"

—"Y qué ha hecho cuando ha ido a Theopolis?"

—"Mirar como idiota todo lo que le rodeaba”

—"¿Es eso todo?"

—"Absolutamente todo."

—"Amigo mío, ese hombre medita un gran problema."

Capítulo XVII
Sophopolis

A juzgar por el tiempo que había pasado después de la entrada del Sol, debía ser media noche, y como las naranjas siempre han sido un alimento muy ligero, experimentábamos un vivo deseo de reforzar nuestro organismo.

Nos pusimos de pié, y dirigiéndonos a Sophopolis, tuvimos ocasión de observar que habíamos procedido razonablemente, porque un Theopolita se acercó a nosotros, y nos advirtió que era hora de retirarnos; que si queríamos podríamos ir a pasar el resto de la noche en su casa, a lo que observó nuestro cicerone' que agradecíame cordialmente, pero que nos era imposible aceptar la oferta porque teníamos que asistir a la sesión de la Academia de Sophopolis.

—"Si ello es así,” dijo el Theopolita, "que el espíritu bueno os acompañe." Y se alejó.

Pero ¡oh desgracia! un viento súbito levantó su falda, y vimos brillar una especie de culebra de acero, símbolo tal vez del espíritu bueno que nos hubiera acompañado si hubiésemos aceptado su invitación.

Y sobretodo ¿qué peor espíritu que la presencia de sus mujeres horribles, cuyas manos, según se nos acababa de decir, eran manos cadavéricas en brazos animados? No, mil veces no.

Entramos en Sophopolis.

Nada más bello, nada más gracioso, nada más fantástico que el aspecto de esta ciudad, con sus habitantes luciérnagas, que despiertan la simpatía adormecida en la atmósfera letal de Theopolis.

Aquellas luces, aquellos resplandores, que trazan curvas, que forman rectas, que generan ondas e iluminan la noche Marcial con tan brillantes aureolas, no pueden menos de fortalecer el espíritu noble de tan nobles habitantes, todo lo cual, empero, no sirve de alimento cuando no se ha comido lo suficiente para poder vivir.

—"Sabéis, amigo mío," dijo el Doctor al cicerone, "que el ayuno se prolonga?"

—"Un momento más, y habremos llegado... "

—"Á dónde?"

—"A donde gustéis;—vuestros resplandores son especiales, y reveláis por ellos que habéis sido consagrados recientemente. Todas las puertas de Sophopolis están abiertas para vosotros."

—"¿Debemos esto a Seele?"

—"Era vuestro destino. Por ahora, debéis aceptar mi casa, y cuando os hayáis satisfecho,—en lo que trataré de imitaros—supongo no tendréis inconveniente en asistir a la sesión de la Academia de Sophopolis."

—"Con el mayor placer."

De pronto oímos una vociferación horrible, semejante a la de una bandada de lobos persiguiendo... cualquier cosa.

—"¿Qué es eso?" preguntamos atónitos al cicerone.

—"Nada," contestó este sonriendo. "Son dos sabios cuyas casas están situadas la una frente a la otra. Uno de ellos es astrónomo y su telescopio sobresale por uno de los balcones a la calle; el otro es un naturalista, un zoólogo, que se ha dedicado con especialidad, últimamente, al estudio de los anfibios y a cada momento arroja grandes cantidades de agua a la calle... ¿no ois?"

—"Eh! no sea Vd. impertinente y caprichoso," decía el astrónomo.

—"Y Vd. no me moleste con su telescopio que a cada momento parece pronto a precipitarse sobre mis colecciones," contestaba el zoólogo.

—"Es que tanta agua, al evaporarse, me empaña el objetivo, y causa de Vd. he perdido dos de los elementos del Asteroide número 748."

—"¡Setecientos cuarenta y ocho!" exclamé atónito, "pero si en la tierra solo se conocen unos cien!"

—"Sí, pero observad que desde Marte, la distancia es mucho menor a las órbitas de los Asteroides," dijo el cicerone.

—"A mí no me importan los elementos de esas piedras perdidas que para nada sirven," continuaba. el zoólogo.

—"Ignorante!—Ni a mí los bichos que Vd. estudia."

—"Es que yo le destrozaré el telescopio."

—"Y yo le haré comer los renacuajos......Cállese que el asteroide ha andado ya dos grados."

—"Y vd. guarde silencio porque mis animalitos se espantan."

Y todo esto con voces tan estentóreas e insoportables, que despedazaban los tímpanos.

Los otros Sophopolitas habituados a aquellos alaridos, pasaban sin hacer alto.

—"Pobres sabios!" exclamé en un arrebato de compasión "en todas partes son lo mismo; siempre mal humorados, y con no poca frecuencia impertinentes!"

Seguimos nuestro camino, y un memento después, la espléndida mesa del Sophopolitano se ostentaba a nuestros deseos, que ya habían llegado a su colmo.

Nuestro amable cicerone, nos presentó a su numerosa familia, y puedo aseguraros que razón había tenido al hacernos su retrato.

Si alguien descubre en cualquier otro punto del Universo mujeres más hermosas que las de Sophopolis, merece seguramente comer las tortas del refrán de los Theopolitanos.

Capítulo XVIII
En casa de un marcialita

Marte no tiene satélite, es decir, no tiene Luna de manera que sus noches carecen del esplendor propio de las noches terrestres, cuando brilla tranquilamente desde el fondo del cielo la amada de Endimion.

Pero en cambio las estrellas reverberan con deslumbrantes rayos y titilan en el intenso oscuro del espacio como flores luminosas entre el musgo de de los bosques, mecidas por las brisas de las sombras.

¿Creid, por ventura que la magnificencia de esas noches de Marte es debido únicamente al fulgor de las estrellas? No, Marte tiene un cielo más vívido, un éter de luz, de donde irradian los espíritus imágenes su dulce palidez, y si a estos reunís las aureolas de los Marcialitas, tendréis que admitir que las noches más bellas son las noches de Marte.

Y cuando el trueno retumba convulsionando la atmósfera con sus ondas, y el lívido relámpago esteliza las gotas de la lluvia y el rayo silva en las capas del aire......todas aquellas luces, y todos estos ruidos y toda esta pompa Marcial infunden un misterioso respeto por el gran código que rige los mundos y los disemina en el espacio como simples vibraciones de la eternidad.

Ah! qué desgracia! volar de mundo en mundo, de vida en vida, llevando siempre el alma como núcleo..... llegar al pedestal de la gloria y de las ilusiones en el más rosado de los planetas, y volver a la Tierra a contemplar las mismas tormentas, los mismos valles, los mismos rostros..... ¡qué desgracia! subir tan alto para hundirse tanto!

¿Por qué ley de la Naturaleza existen seres que no llegan a la satisfacción suprema de su deseo?..... Pero ah! deliro..... el recuerdo de la más hermosa de las tormentas de Marte me hace olvidar los respetos sociales, y las consideraciones que tanto el Doctor, como yo, debemos a la familia de nuestro complaciente cicerone.

¿Deseáis lector que continúe? Bien lo comprendo —queréis que no me deje dominar por tanto brillo.

Bajo un dosel de Laureles y Jazmines, de Mirtos y Flores del aire cuyas rígidas hojas se entrecruzan, —en una atmósfera suave e impregnada con todos los aromas, aparece la mesa del Sophopolita, sobre la cual se ostentan no los manjares más delicados, sino los manjares más útiles.

Creo innecesario describirlos, porque tenéis bastante penetración para comprender que mis descripciones de tales manjares no aumentarán ni disminuirán la buena o mala opinión que os hayáis formado de los sabios de aquellas regiones lejanas; pero sí os haré notar que los alimentos de que se hace uso en Sophopolis son absolutamente asimilables, de manera que todos ellos forman, más tarde, parte integrante del organismo, sin que un solo átomo de materia inútil e indigesta vaya a perturbar las funciones que caracterizan la vida de aquellos cuerpos.

Este fenómeno os llevará inmediatamente a formar mil conjeturas más o menos aceptables, pero yo os cederé toda la parte que os corresponda en tan sanas elucubraciones, pues os he indicado anteriormente, que basta pisar el suelo de Marte para sentir en el fondo del espíritu la mayor imparcialidad y la ms estricta justicia en la interpretación de los hechos.

Os he dicho también que las mujeres que formaban parte de la familia del Sophopolita eran hermosas como todos los resplandores de la vida, puesto que así lo son todas las que habitan en Sophopolis, pero no os he dicho que entre las hijas de nuestro huésped había una, con especialidad una, que no sólo llamó toda mi atención, sino más, y muy particularmente la del Doctor, quien no pudo menos de permanecer absorto contemplando tan extraña belleza.

Era esbelta y graciosa, pero con esa gracia de las estrellas que dominan como el infinito, y la voluptuosidad de sus curvas, contrastaba. singularmente con la majestad serena de su fisonomía.

Al verla, hubierais dicho, mortales de la Tierra, que alguna vez habéis soñado una imagen vaporosa y etérea que os arrastraba hacia un mundo desconocido, y que aquella mujer, tangible y accesible, serena y majestuosa, era la imagen fiel de vuestro ensueño.

No lo dudo. La. Naturaleza ha adornado nuestro espíritu con el supremo don de personificar las ilusiones, creando una forma, vaga es cierto, pero que al fin es forma, a la cual le damos vida, movimiento y alma.... presentimiento tal vez de imágenes futuras.

El Doctor contemplaba absorto la bella aparición y experimentaba quizá uno de aquellos vértigos sin nombre, que nacen en el espíritu, lo dominan, lo arrebatan, y lo amalgaman con el objeto de la contemplación; pero volviendo en si, después de aquel primer éxtasis, dirigió la vista al cielo......y no vio el punto blanco que antes lo atraía. Las sombrías nubes velaban la región de los espíritus.

Mientras observaba al Doctor, tomaba parte en la conversación y de cuando en cuando miraba a la joven en torno de cuya noble frente volaba como una nubecilla de resplandores extraños.

—"¿Asistiréis a la Academia señor Nic—Nac?"

—"Si, señora, y mi amigo el Doctor me acompañará ¿no es verdad, Doctor?"

—"Indudablemente. Nuestro amable guía nos ha invitado, y ......"

El Doctor no podía evitarlo; la bella Marcialita embargaba su elocuencia.

—"Y... preferiríais" dijo la señora, "que la sesión no se celebrara hoy ¿no es cierto?"

La aureola del Doctor brilló más intensamente, de manera que algunos reflejos de carmín fueron a aumentar la nubecilla de resplandores extraños que volaba en torno de la frente de la hermosa niña.

—"El interés de cada una de las sesiones de la Academia es relativo ¿qué opináis Doctor?" preguntó el Anfitrión con maliciosa sonrisa.

—"Opino que tenéis razón."

—"Sí," dijo una de las señoritas, "porque cuando el señor Hacksf......

—"¿Quién es ese señor? Disculpad."

—"El astrónomo de quien hablábamos en el camino; el mismo que amenazaba a su vecino el zoólogo," contestó el señor de la casa.

—"Ah!"

—"Cuando el señor Hacksf lleva sus interminables memorias sobre los nuevos Asteroides que descubre, cada logaritmo y cada tangente, no pueden compararse por lo pesado y monótono sino a sus cuerdas, a sus cosenos y a sus senos."

—"El Doctor es muy afecto a las Matemáticas."

—"Era, señor Nic-Nac, pero ahora....... creo que he perdido mi afición por ellas."

—"No lo dudo,” dijo la señora, "cuando se llega a una región completamente nueva, todo maravilla, y aun se olvidan las afecciones pasadas por entregarse completamente al imperio de la novedad."

—"Ahora me permitiréis observar, señora, que también eso es relativo, y que si bien algunas afecciones se adormecen, pueden despertar más tarde," repuso el Doctor.

—"Y bien? adormecerse o morir, cuando se trata de las pasiones, es absolutamente lo mismo."

—"Con una ligera diferencia."

—"¿Cómo así?"

—"Que si todos los habitantes de la Tierra supieran lo que se ve en Marte, y muy particularmente en Sophopolis, no dudo preferirían morir. Es tan triste despertar cuando se ha soñado, y aniquilar para siempre la bella realidad ilusoria de un momento!"

—"¿Y quien os impide soñar perpetuamente?"

—"Señora, eso es lo que busco," repuso el Doctor mirando a la joven, "y en tanto no lo haya conseguido, creeré siempre que la muerte es preferible al ensueño."

Los velos de la tormenta se rasgaron de pronto, y el cielo estrellado, y la región de los espíritus, aparecieron con todos sus esplendores.

La lluvia cesó por un momento, y un vapor perfumado comenzó a elevarse hacia las altas regiones.

Un rumor extraño ajitó suavemente las capas del aire, y un brillo súbito se destacó en la altura.

Todos contemplamos aquel resplandor.

—"Alma del alma......." dijo el Doctor, y agitado por un fuego interno, hizo supremos esfuerzos por elevarse en el aire.

Vano deseo;—la gravitación le mantuvo sujeto.

El punto blanco empezó a descender, suave y blandamente, como sostenido por una nube de espíritus propicios.

Y a medida que se acercaba a nosotros, lanzaba más vívidos destellos. Sus espirales habían generado también la caída recta.

Todos contemplamos el espíritu imagen, atraídos por su magnificencia.

El doctor estaba fuera de sí.

La bella Marcialita, a semejanza de una Sibila inspirada, experimentaba vivas convulsiones, como dominada. por una fuerza extra-natural.

¿Existía alguna relación entre la hermosa joven y el punto blanco, el espíritu imagen cuya fuerza de atracción sobre el alma del doctor se había manifestado con tanta energía?

Podíamos suponerlo.

¿Existía alguna extraña simpatía entre el Doctor y la joven o entre la joven y el punto luminoso?

La aguja magnética salta bajo la acción del polo; el ave canta cuando aparece el día; la flor se perfuma cuando suena la hora de su reproducción, y todas las afinidades que ligan los seres en la Naturaleza, se manifiestan por palpitaciones supremas de su vida.

Por eso nos era permitido suponer que aquella relación de espíritus existía, como existe la luz en las estrellas y la vibración dormida en las cuerdas inmóviles de una lira.

Pero ¿cómo existía?

¿Venían estas almas buscándose desde el primer momento de los mundos, como un átomo busca a otro átomo de naturaleza análoga?

Tal vez.

—"Doctor! ¿sabéis que sois admirable? el señor Hacksf, astrónomo sin igual para escudriñar el Universo, era capaz de decir que no tenéis precio como sucesor suyo."

—"Es cierto, señor Nic-Nac; pero puedo asegurar que jamás podría creer que el Universo existe fuera de aquella alma blanca."

—"¿Y qué alma es esa?" preguntó la señora.

—"Lágrimas de la vida que se transforman en ángeles, o si queréis, ángeles que se transforman en lágrimas para más tarde convertirse en almas:"

—"Pero eso es incomprensible," observó una de las señoritas.

—"Y sobre todo, eso tiene que ser una reminiscencia terrestre."

—"No tal. Es anterior a mi propia vida; y ahora que me encuentro desligado de los vínculos terrenales, comprendo que mi espíritu había olvidado trasmigraciones anteriores."

—"Vamos! algunos amores de la época de los Plesiosauros y de los Pterodáctilos, ¿eh, doctor?"

—"Lo ignoro."

—"Miau! Miau!"

El doctor se estremeció;—el maullido del gato había, vibrado de una manera extraña en sus oidos.

—"Qué gato tan dócil, ¿no veis? viene a posarse en mi falda," dijo la hermosa niña, acariciando el animalito con sus manos incomparables.

Si en aquel momento el Doctor no hubiera vuelto a su contemplación no hay duda alguna de que hubiese manifestado vehementísimos deseos de transformarse en gato.

—"Pero volvamos al cuento," dijo el señor de la casa. "qué esperáis de aquel espíritu imagen?"

—"Seele me lo dijo en secreto."

—"¿En secreto?"

—"Sí."

—¿Y qué os dijo?"

—"Que un punto blanco... ah!... cuya inmensa atracción..."

—"Oh no tenéis nada, Doctor."

—"...cuya inmensa atracción me dominaría... sería mi alma complementaria."

—"Cómo! entonces vuestra alma no es sino un fragmento?"

—"No, pero necesita fundirse en otra alma; y creo que precisamente aquel blanco cuyo suave descenso agita más mi espíritu, es lo que falta a la mía."

—"Sin embargo, Seele os ha amenazado!"

—"Sí, señor Nic-Nac; pero la fusión de las dos almas determinará mi emancipación."

—"Y desde cuando estáis destinado a amalgamar con otro vuestro espíritu?"

—"No me lo ha dicho Seele."

Ya el resplandor del espíritu imagen se confundía con nuestras aureolas.

Como una nube de incienso que brota en el altar, lenta y hermosa, la visión se aproximó tanto a nosotros que nos sentimos atraídos por una fuerza particular que nos obligaba a contemplarla.

¡Qué dulce palidez! ¡qué suave resplandor! ¡qué bellos deben ser los cuerpos en que habiten esas almas!

Razon tenía el Doctor para admirarla tanto.

La preciosa joven experimentó una nueva convulsión.

El punto blanco se cernía sobre su frente y presentaba más brillo a la aureola que la envolvía.

El Doctor permanecía atónito.

Aquella alma, aquel punto blanco, iba a bañar el espíritu de la joven Marcialita.... Creéis que esto desagradaba al Doctor?

En el momento en que el lumen etéreo iba a posarse en la frente de la hermosa, se oyó un ruido tremendo, como si todas las rosas de Marte, y sus cataratas y sus volcanes, y sus tormentas hubieran estallado en misterioso consorcio, y una visión terrible, apareciendo súbitamente, nos envolvió en sus resplandores verde-azules.

¿De dónde había salido? ¿Qué era lo que le traía?

¡Pobre Doctor!

—"Seele! Seele!" exclamamos horrorizados.

Una carcajada del infierno resonó bajo el dosel del festín, y precipitándonos hacia el genio de la montaña, procuramos apartarlo de nuestro círculo.

Todo fue inútil. Seele había desaparecido a nuestro primer movimiento.

Sobre su mano impía había brillado un instante el punto blanco. Seele era el genio del mal. Seele había arrebatado la primera, la última, la única de las ilusiones del Doctor, en cuyo rostro se deslizaron dos gruesas lágrimas que brillaron intensamente bajo la reverberación de las aureolas.

¡Pobre Doctor! se empezaba a cumplir la amenaza de Seele.

Capítulo XIX
Una conversación que pudo ser interminable... si no hubiera terminado

Un momento después, nuestro amable cicerone me acompañaba por las espaciosas calles de Sophopolis.

El Doctor había preferido quedarse en compañía de las señoras, que comprendían cuan grande era su desgracia. El, por su parte, trataba de aumentarla.

—"La Academia” me dijo aquel, "produce extraordinarios beneficios en toda la población, de cualquier naturaleza que ella sea. Por su organización, esta Academia se divide en dos grandes secciones: la de sabios teóricos y la de sabios prácticos. Aquellos investigan, escudriñan los secretos físicos y morales, las leyes que los rigen,— estos, su aplicación a nuestra sociedad¡—y puedo aseguraros que son tan grandes los beneficios que esta organización reporta, que no sólo basta para nosotros, sino también para los demás países con los cuales las relaciones geográficas o políticas presenta el nuestro cierta afinidad.

"El Gobierno de nuestro país, deseoso de mantener el equilibrio político-social, proteje tan benéfica institución, y ella en cambio, es, por decirlo así, el Consejo Superior del Gobierno.—A ella afluyen sábioa de todas las naciones, y contribuyen, cada uno en su esfera, a interpretar la Naturaleza."

—"¿Y quienes son los miembros?"

—"Todo el que tenga suficiente buen deseo para fomentar el contento y bienestar de los hombres."

—"De lo que me habéis dicho, se desprende que los fines de esta Academia son eminentemente prácticos, y que la teoría ocupa un lugar secundario, eh?"

—"Os engañáis, señor Nic-Nac; la teoría, entre nosotros, es la base de todo progreso; y a tal extremo llevamos nuestra convicción, en ese sentido, que por nuestras leyes municipales, antes de llevar a cabo cualquier acto de la vida, debemos someterlo a la aprobación de los Departamentos subordinados."

—"¿Y qué fin os proponéis con eso?'

—"Ante todo mantener vivo el sentimiento de sociabilidad, y esos Departamentos que de otro modo parecerían inútiles, vienen a ser grandes centros de reunión, donde le discute, se propone, se aprueba, se ríe....... en una palabra, donde se aprende a vivir."

—"¿Existen instituciones análogas en Theopolis?"

—"Latentes sí, pero inútiles, porque todos los Theopolitas prefieren el más extraño aislamiento. El gobierno podría someterlos a la ley general, pero comprendéis bien que por antipáticos que ellos sean, no por esto se les debe obligar a modificar por completo sus costumbres; no molestan a nadie (solo una vez lo hicieron), no tratan de hacer propaganda de sus principios negativos; he ahí por qué no se les obliga. Además, hay una circunstancia que importa seriamente en las consideraciones de las autoridades: la luz que los envuelve es algo semejante a esos resplandores fatídicos que de tarde en tarde, suelen rodear la cima del Nevado de la Consagración."

—"El que yo denominé Nevado de Famatina?"

—"¿Verdad?"

—"Sí; Seele me propuso darle nombre, y yo adopté aquel."

—"Reminiscencias?"

—"Inevitables. Pero decidme, ¿y si algún día los Theopolitas pretendieran iniciar la propaganda?"

—"Incendiaríamos su ciudad, como la incendiaremos también el día que tengamos suficiente energía para vengar la afrenta que nos hicieron en épocas pasadas."

—"Y eso es el cristianismo que habéis aprendido? ¿No es una de las bases fundamentales de la gran doctrina el perdón de las injurias?"

—"Hay algunas que son metafísicamente abominables."

—"Convenid conmigo en que todo es relativo, y que lo que para unos puede ser un insulto, para otros es un alhago."

—"En el fondo de nuestra conciencia no existen, relatividades de ese género."

—"Bien, dejemos eso; acato vuestras opiniones, y si he manifestado extrañeza, ha sido únicamente para reconocer vuestro temple de ánimo respecto de los Theopolitas. Soy cristiano, pero a mi modo. No acepto todo lo que Cristo ha dicho por más metafórico que sea. 'Si te dan un bofetón en la mejilla derecha, presenta la izquierda' dijo el gran Apóstol de la redención; pero puedo aseguraros que en la práctica, este consejo reviste los caracteres de imposible, y no hay un hombre, por cristiano que sea, que reciba uno en la izquierda y no desee aplicar doscientos en la derecha del agresor."

—"Efectivamente, señor Nic-Nac. Es una ley fatal de la dignidad humana; sin embargo, era una metáfora."

—"Bien, en último caso yo sabía aplicarlos metafóricamente. Pero volviendo a la Academia, decidme: ¿y todos esos estudios que aparentemente no presentan utilidad práctica alguna, como sería, por ejemplo, la investigación de si en uno de los más pequeños Asteroides existe el Fósforo o el Paladio?"

—"Vos mismo lo habéis dicho: 'aparentemente' es la verdadera expresión. Todos los seres que pueblan el Universo, contribuyen a su armonía por su misma evolución, y un solo átomo que de aniquilara, bastaría para romper el equilibrio. ¿No debe pues, el hombre, darse cuanta de esas misteriosas afinidades de la existencia, y dedicar a su investigación todos los esfuerzos de su espíritu? Si el hombre no tuviera otras necesidades, otras aspiraciones que la satisfacción grosera de los elementos indispensables a su vida vegetativa, su grande inteligencia sería absolutamente inútil."

—"Pero recordad, amigo mío, que el hombre ha formado si inteligencia paso a paso, así como el vegetal y el animal han generado célula por célula, desde la primera aislada que pobló los mares, hasta el más hermoso de los árboles de nuestros bosques, o de los pájaros más lucientes que cantan en ellos."

—"Acepto la evolución, señor Nic-Nac; pero puesto que el hombre tiene hoy su actual inteligencia, es porque existía latente en la majestad del infinito, latencia que algún día había de ser sensible. Y es porque hay un más allá de las necesidades vegetativas, un más allá que nos abre las puertas de la eternidad y del espacio. La inteligencia del hombre, no es pues sino una de las formas de la armonía universal. Darse cuenta de esta armonía, estudiar sus elementos, he ahí la misión del hombre; he ahí también por qué no hay estudio alguno inútil. Desde la simple nota, elemento de esa armonía, hasta el acorde perfecto de los mundos, podéis recorrer la vasta escala de las creaciones, y en cada una de ellas encontraréis belleza, unidad y simpatía. Pero he aquí que hemos llegado a la Academia."

Capítulo XX
En la Academia

El amable guía y yo penetramos en un vastísimo salón, espléndidamente iluminado por las aureolas de los sabios como Sophopolitas, y por el magnífico resplandor de su ciencia.

Allí la ciencia irradia luz.

En uno de los extremos del salón, aparecía el asiento del presidente, algo más elevado que los de los otros, a sus lados los dos secretarios, y formando como dos alas, separados por un intervalo desocupado, los dos grupos naturales de la Academia, es decir, el de los sabios teóricos y el de los sabios prácticos.

Entre los primeros observé tres personajes que me llamaron inmediatamente la atención por algo particular que les distinguía, y como preguntara a mi guía quienes eran aquellos miembros

—"El astrónomo Hacksf, el zoólogo Biopos, su enemigo, y el botánico Geot, rival de ambos," me contestó.

—"he ahí una aureola nueva," dijo el presidente señalándome.

—"Es verdad," reposo mi guía, "pero no dudo que dentro de poco, el señor Nic-Nac, a quien tengo el honor de presentar a la Academia, sabrá probaros que es tan Sophopolita como cualquiera de nosotros."

—"La aureola que le envuelve es terrestre," dijo el secretario, "puede tomar asiento entre los sabios teóricos."

—"No," repuse, "la aureola que me circunda es eminentemente Marcial. En aquella región encantada donde todos los aromas perfuman el ambiente, donde todas las gracias de la vegetación animan el paisaje, se eleva una cadena majestuosa de montañas, en cuyo corazón metálico, habita el genio de aquellos lugares: Seele..."

—"Bien está," me interrumpió el presidente, "podéis ocupar la sección que el secretario os ha indicado. Jamás ha sido confirmada una sentencia tan elocuentemente como lo habéis hecho vos mismo al dejarnos oir vuestras palabras. Tenemos que agradecer cordialmente al Sr. Níc-Nac el favor que nos dispensa, pero... no podemos evitarlo:—el Sr. Nic-Nac estará muy bien donde esté la teoría."

Tomé asiento junto al astrónomo.

Hubo un momento de silencio que mi vecino aprovechó para hacerme algunas preguntas como: "Cuáles son las opiniones de los habitantes de la Tierra sobre el planeta Marte? ¿Hace allí mucho calor? ¿Qué clase de telescopios usan? ¿Abundan mucho los zoólogos?" y otras por el estilo, a las que traté de responder con el mayor laconismo, empero.

Dirigí involuntariamente la mirada hacia el grupo de los sabios prácticos, y no me maravilló poco el ver que entre ellos se encontraba el loco del matraz, ojeando su cartera, haciendo apuntes y hablando solo.

—"Señores!" exclamó el presidente, "en la conferencia anterior se ha tratado de una cuestión importantísima, cual es de un juicio crítico publicado no ha mucho en uno de los periódicos de esta ciudad......"

—"Cómo! ¿hay periódicos también aquí?" pregunté al Sr. Hacksf.

—"Y muy buenos; figuraos que diariamente publican mis observaciones."

—"Ese juicio crítico, versa sobre una obra aceptada por la Academia."

—"¿Que obra es? preguntó uno de los sabios prácticos.

—"El tratado completo de Martografia," dijo uno de los secretarios.

—"Pero no estaba completo," observó el autor que se hallaba presente.

—"Y bien?"

—"Y bien; en ella he presentado de la manera más elocuente posible, una descripción física y política de lo que puede llamarse el semi—planeta Oriental. He indicado las bellezas naturales que caracterizan a Protobia y a Melania, señalando particularmente el esplendor y magnificencia de los bosques que cubren con su verde ropaje estas dos porciones del continente; la elevación de sus montañas el cuadro complejo de su Fauna; el carácter y origen de sus habitantes; he insistido en la verosimilitud de las opiniones manifestadas por uno de los señores académicos de que la raza humana no ha aparecido precisamente en Protobia, nombre erróneo que se ha dado a esta porción, como indicando que la primera vida apareció allí, sino en el centro de Melania, pues todas las observaciones de los sabios modernos, de cualquier manera que ellos opinen, sirven a un espíritu imparcial para confirmar las hipótesis que, manifestándose primero en el estado embrionario, toman gradualmente el carácter de verdades inconcusas. He admitido cómo Jesu-Cristo nació en Protobia y de allí pasó a Melania, y cómo, después de muchas peripecias, su doctrina se desparramó en Seelia, desde donde se trasmitió a Nic-Naquia. Después de estudiar estas dos fuentes de la civilización primitiva, Protobia y Melania, he penetrado en Seelia, y una vez señalados los caracteres generales, he hecho minuciosas descripciones y apreciaciones sobre algunos de los diversos países que la constituyen, como Tedecia, Ingelia, Gandalia, Spondia, Tarantelia y algunos otros. No extrañaría, señor presidente, que al decir que estos países que acabo de nombrar podían reunirse en tres grupos distintos, después del estudio de sus analogías y diferencias, alguno de los naturales de aquellos hubiera deseado quebrar lanzas por la prensa con el autor del libro."

—"Eso es precisamente lo que ha sucedido. En nuestra última sesión, apenas nos fue posible mencionar los puntos vulnerables del libro y de la crítica; pero hoy, en plena posesión de los argumentos que han de servirnos, creo que podemos emprender la discusión."

—"No hay duda alguna, señor presidente," dijo otro académico, "pero es indispensable, señor presidente, que tomemos en cuenta las diveras circunstancias que pesan, señor presidente, o que deben pesar, señor presidente, como una mano de fierro sobre el corazón del crítico;—no hay duda alguna, y desde ya me manifiesto adicto a cualquiera de las decisiones de la Academia en este sentido. El articulo crítico, señor presidente, debe haber sido escrito, a no dudarlo, por un Theopolita."

No es más rápido el Halcon al lanzarse sobre su presa, ni es más veloz la Golondrina de las riberas al formar, exhalación alada, las lineas caprichosa de su vuelo, que el grito de "traición" y el movimiento súbito que se observó en el lado de la Academia cuando dejó la palabra el orador.

—"Qué hay? qué hay?" preguntaron algunos asombrados.

—"Nada!" contestó el loco del matraz, "un Theopolita que ha violado el santuario de nuestra ciencia."

—"Silencio!" Exclamó el Presidente. "El autor del tratado completo de Martografia tiene la palabra."

—"Gracias. Mis apreciaciones sobre el valor moral de los naturales de Spondia y de Tarantelia, al compararlo con el de los de Tedecia. y de Ingalia, o bien de Gandalia, eslabón que liga los otros dos grupos, deben de haber herido el amor propio nacional de algún susceptible. Pero yo pregunto: ¿tiene derecho un individuo de servirse de la prensa como de un vil instrumento de venganza? ¿Puede impunemente insultar al PaísPen que vive, desacreditarlo, ultrajarlo, difamarlo, só pretexto de criticar un libro?"

—"No! no!" contestó en masa la corporación.

—"Y bien: ese autor a quien yo no conozco, ni deseo conocer, servirá de blanco, o bien de punto de apoyo, para que establezcamos las bases de lo que provisionalmente puede llamarse "Ley Aureliana."

—"Aureliana! ¿y porqué así?" pregunté al astrónomo.

—"Ja! ja! ja! sois muy curioso, señor Nic-Nac."

Pero ¿qué destino es este mío? ¿porqué no puedo saber el nombre de este país? ¿acaso la ley no formulada aún, significaría algo relativo al problema que todos me resuelven con una carcajada? Seele, el guía, y ahora el señor Hacksf, me han dado la mima contestación ''ja! ja! ja! sois muy curioso, señor Nic-Nac!"

—"Creo que sería bueno," dijo el presidente, "que en la próxima sesión, cada uno de los miembros de la Academia presentara un proyecto de Ley Aureliana, es decir, de la Ley de Imprenta que debe regir en la Nación....."

—"Decidlo, decidlo, señor presidente," exclamé en un arrebato supremo.

—"Ja! ja! ja! sois muy curioso, señor Nic-Nac........."

—"He preparado algunos apuntes," interrumpió uno de loa académicos.

—"¿Queréis leerlos?"

—"No hay inconveniente."

—"Los secretarios lo consignarán."

—"Hélos aquí. Todos ellos quedan reducidos a tres grupos de delitos que deben castigarse: 1 ° Difamación de la Nación. 2 ° Difamación de la autoridad. 3 ° Difamación de la persona."

—"Nada más?"

—"Por ahora creo que es suficiente, lo que no impide que más tarde se agreguen otros. En el primer caso no se admitirá la prueba del agravio pues se trata de traición de lesa patria, si me es permitido expresarme así, y entonces se impondrá un castigo proporcional; en el segundo caso, pueden distinguirse dos delitos: difamación del magistrado por el solo placer de difamarle, sin que el agravio importe una acusación de responsabilidad, y de difamación del magistrado, acusándole de faltas que hagan pesar algún cargo sobre él. En este segundo caso, con sus dos subdivisiones, me alejo, se comprende fácilmente, de la acusación digna y de carácter elevado, noble prerogativa de la prensa de oposición. El magistrado es una personalidad augusta que debe respetarse, aún cuando cometa una falta grave, pues en él hay dos personas: una que representa una gran parte de los derechos del pueblo, y la otra que es completamente privada, pero el carácter de magistrado absorbe a la segunda persona, derecho simple, mínimo, cuyo valor desaparece relativamente ante la unidad de derechos múltiples. El agravio, el insulto al magistrado, debe castigarse de cualquier manera, lo que no impide que el magistrado responda de la acusación en caso de que el agravio la envuelva. En el tercer caso, difamación de la persona, se presentan igualmente dos circunstancias análogas a las anteriores: la difamación de la persona en su carácter privado,lo que obligará irremediablemente al periodista a entenderse con aquella, sin que sea permitido a este esquivarse de la responsabilidad que sobre él pesa,—y la difamación de la persona, acusándole al propio tiempo de faltas que se relacionen con el derecho público. Sintetizando: el insulto será siempre castigado y la denuncia del delito será un derecho sagrado del periodista."

—"Propongo que se acepten esas bases sin discusión," dijo el autor del tratado completo.

—"Si! sí! sí!" exclamaron los otros miembros.

—"Propongo," continuó el mismo, "que se envíen al Gobierno de la Nación para que las apruebe."

—"Sí! sí! sí!

—"Propongo que se haga pesar todo su rigor sobre la cabeza del crítico que me ha insultado."

—"No! no! no! las leyes no se hacen para los hechos consumados, sino para los consumables; es decir, no tienen efecto retroactivo."

—"Es verdad."

—"Pido la palabra!" vociferó el loco del matraz.

—"Concedida!" repuso el presidente en igual tono.

—"Voy a sostener, señores, una tesis original;— voy a probar que: dada la cantidad de oxígeno que encierra un volumen determinado del gas producido por la, evaporación de un Theopolita, averiguar los medios de quemar los barrios de Theopolis, con todos sus habitantes."

—"No lo habíais formulado anteriormente diciendo 'del gas producido por la evaporación de un Sophopolitano'?"

—"Si, pero he cambiado de manera de pensar pues ahora tengo a mi disposición un Theopolita."

—"Un Theopolita!"

—"Diré más bien, el Theopolita."

—"El Theopolita!"

—"Habéis olvidado acaso," dijo el loco, "el incidente que ocurrió hace un momento?"

El loco tenía razón, y si empleo este nombre, es únicamente por conservar el que le había dado nuestro amigo el cicerone—No sé cómo ni porqué habíamos olvidado el movimiento y el grito. ¿Qué había pasado en aquella escena interrumpida por la órden de "silencio!" del presidente?

El individuo que había hablado un instante después de comenzar la sesión,—sin que esto signifique que hubiera dicho algo.—y que varias veces había, empleado el vocativo en las pocas palabras que dirigió al presidente, era un Theopolita, un verdadero Theopolita, con todos sus caracteres disimulados el silencio convertido en insulsa verbosidad; la luz pálida, fosforescente, lanzando vivos destellos sofisticados; la demacración del rostro perdida por una repleción de las cavidades internas de los carrillos, y la miseria de las miradas, completamente cambiada por una agitación artificial. Pero cuando hubo acabado de hablar, la luz prestada desapareció y sus ojos hipócritas, su fisonomía vipérica, recobraron su valor real. Fue entonces que el loco del matraz, que había seguido sus palabras, lanzó el grito de "traición," precipitándose simultáneamente sobre al espía.

Los Theopolitas son elásticos.

El loco llevaba consigo su gran matraz, y valiéndose de la elasticidad propia del Theopolita, lo introdujo en él, con gran satisfacción de algunos académicos, que veían corroborada de una manera tan elocuente la opinión que corría sobre la poca cohesión de las moléculas de aquella raza degradada.

El zoólogo Biopos experimentó un choque de satisfacción suprema, porque no dudaba que aquel matraz pasaría con su contenido a formar parte de su colección. ¡Qué placer para él! ¡Un Theopolita en aguardiente!

—"Señor presidente!” exclamó el loco, "ha llegado el momento de la venganza; ahora podremos incendiar la ciudad enemiga, y sus infames habitantes, rechazados siempre de todos los países, irá, espíritus imágenes abyectos, a girar aislados en los confines del espacio."

—"Y cuáles son los medios de que pretendéis valeros?" preguntó mi guía.

—"Muy sencillos: la combustión que determine el oxígeno de un Theopolita en una cantidad fija de materia, puede servir de término de comparación para averiguar la cantidad que de él se necesita para incendiar toda la materia con que está formada Theopolis y los que en ella moren."

—"No es necesario," interrumpió mi amigo el cicerone, "basta quemar el cuerpo de un Theopolita vivo para trasmitir el incendio a toda la población."

—"No el cierto," dijo el loco algo irritado por aquella insinuación, pues si ella era positiva, sus largos estudios de tantos años, no hubieran sido sino inútiles, pues con un medio sencillo se evitaban muchas averiguaciones difíciles y penosas, y sobretodo, rodeadas de peligros, "¿y cual es el medio que proponéis?"

—"La combustión de un Theopolita produce cierta cantidad de gas."

—"Pero es necesario evaporarlo antes."

—"No; basta quemarlo."

—"Imposible!" exclamó el loco.

—"¿Imposible? ya lo veréis."

Y dirigiéndose a la mesa sobre la cual se había colocado el matraz

—"Aquí mismo puede hacerse el experimento," dijo.

—"No! no! vociferó el zoólogo;—"esa pieza es magnífica para una colección zoológica."

—"Que se queme inmediatamente," propuso el astrónomo Hacksf mirando a Biopos con rostro encendido y la mirada. volcánica.

—"No, que no se queme," volvió a insinuar el académico Biopos, "en la materia que forma un Theopolita, pueden hallarse siempre los mismos elementos de los anfibios."

—"Señor presidente! si el señor Biopos insiste, quemaré yo mismo al Theopolita con un rayo de Sol condensado."

—"Rayo de Sol condensado!" exclamó el botánico Geot poniéndose de pié súbitamente; "¿no sabéis que un rayo de Sol, en esas condiciones, sería la muerte de la Academia? ¿y si ese rayo de Sol se difundiera en ese ámbito?"

—"Lo volvería a condensar como lo he hecho con este."

Y el astrónomo presentó una pequeña caja de una sustancia verde y transparente como la esmeralda, en cuyo interior, suspendido a semejanza de un astro en el espacio, se veía un punto intensamente luminoso.

—"Señores! nos apartamos de la cuestión. Ni el señor académico Biopos obtendrá para su colección el Theopolita, ni el señor académico Hacksf conseguirá que sea quemado," dijo el presidente.

—"¿Porqué no?" preguntó mi amigo. "¿No es laudable, por ventura, ahorrar molestias a un académico digno y perseverante que aparentemente busca la verdad donde la verdad no existe?"

"Yo soy igualmente perseverante y digno," dijo el zoólogo," y precisamente por eso es que no deseo que se queme el cuerpo del Theopolita."

—"Pero señores! ¿a donde vamos? he dicho que el Theopolita no será quemado. Es una reliquia que debemos conservar a todo trance. ¿Y si por un incidente cualquiera, se condensaran sus gases y se regenerara su cuerpo ¿no comprendéis que estábamos perdidos? Aquí, en el local de la Academia, en un lugar seguro, debe conservarse ese matraz, y dos académicos, uno de cada sección, harán la guardia e impedirán la entrada de algún Theopolita!" dijo el presidente, y sus palabras fueron aceptadas por unanimidad. "Cuando llegue el momento oportuno", continuó, "no faltaran Theopolitas, y cada cual podrá tener el suyo, si le place."

—"¿Y cómo se conservará ese cuerpo vivo?" preguntó Biopos.

—"Depositando en el matraz el rayo de Sol condensado por el señor Hacksf," dijo el botánico Geot.

Capítulo XXI
Comentarios

La sesión continuaba en la Academia; pero mi amigo el cicerone me indicó con un gesto que podíamos retirarnos.

Me puse de pié, y luego me dirigí a la puerta, donde un momento después mi complaciente amigo vino a reunírseme.

—"De qué van a tratar ahora?” le pregunté cuando nos alejábamos del recinto.

—"De los medios de organizar la prensa de oposición."

—"¿Nada más?"

—"Hay algunas otras cuestiones; pero la principal es esta. Me parece inútil que permanezcamos aquí, porque nada nuevo vamos a oir por hoy. La prensa de oposición será siempre la prensa de oposición, y al tratar de organizarla, la Academia no hará sino desquiciarla más. Por otra parte, una vez aceptadas las tres bases de la Ley Aureliana, la oposición debe sujetarse a ella."

—"Y si se abstiene, lo que nada tendría de particular?"

—"No puede."

—"Cómo! no puede!”

—"Lo que oís, señor Nic-Nac: no puede."

—"Pero... y qué... ¿no son acaso ciudadanos libres?

—"Precisamente porque son libres; pero esa misma libertad tiene sus límites, y uno de ellos es la obligación de conservar la prensa de oposición; ella es un derecho del pueblo, y de sus representantes; es una necesidad imperiosa que ella exista, pero que exista sometida a ciertas restricciones. Suprimidle los abusos, los insultos generalmente impunes, y os hallaréis frente a frente de la más bella, de la más noble conquista de un pueblo libre. Suprimid la prensa de oposición y el gobierno más benévolo y bien intencionado puede convertirse, sin quererlo casi, en un tirano aborrecible."

—"¿Y qué es necesario hacer para que el gobierno de la Nación promulgue la Ley Aureliana?"

—"Nada más que someterla a su aprobación. La Academia de Sophopolis es también un Congreso Nacional."

—"¿Creéis que las tres bases sean suficientes para coartar los abusos de la prensa?"

—"Examinadlas bien, y veréis que sí"

—"¿Es eso todo lo de que va a ocuparse hoy la Academia?"

—"Os he dicho que hay algo más, pero, secundario. Una vez terminado el debate sobre la prensa, tomará nuevamente la palabra el autor del Tratado completo de Martografía"

—"Para qué?"

—"¿No le habéis oído decir que su tratado no era completo?'

—"Sí, pero eso......"

—"Significa que hoy va a continuar describiendo ambas Nic-Naquias: la Setentrional y la Meridional."

—"¿Indicando los nombres de los países que las forman?"

—"Es muy natural."

¿Cómo no aprovechar tan brillante oportunidad?

Corrí como una exhalación hacia la Academia. El corazón me palpitaba, los cabellos se me erizaban, el aire denso no era suficiente aún para equilibrar el cansancio.

Llegué a la Academia y dirigiéndome al primero que observé en la puerta, le hice un signo expresivo, pues no podía hablar.

—"Es tarde! La sesión ha terminado por hoy," dijo Biops saludándome.

En aquel momento, oí una voz interior, una voz mía que exclamaba:"Sois muy curioso, señor Nic-Nac! ja! ja! ja!."

Capítulo XXII
Por fin!

En el momento en que el cicerone llegaba a su casa, miró hacia atrás y no pudo menos de sonreír, al verme fatigado, jadeando casi, de vuelta de mi súbita carrera.

Se detuvo, y cuando yo también llegué a la casa:

—"Sois muy curioso, señor Nic-Nac." me dijo. "Si la causa de vuestra agitación fuera otra, podría teneros compasión..."

—"La rechazo, vuestra compasión, amigo mío."

—"Miau! miau!”

—"Ah! infeliz!" exclamé golpeándome la frente "infeliz, mil veces infeliz! y yo que había olvidado el gato negro, el inseparable y misterioso amigo!"

—"Miau! miau!"

—"Ven aquí, amigo mío."

"Miaháu!" hizo el gato en tono de profunda sumisión.

—"¿Conoces este país?"

"Miau!" y repitió con la cabeza el mismo movimiento antero-posterior que alguna vez me había hecho observar el Doctor.

—"¿Es un país monárquico?"

Nada. El gato nada respondió.

—"Es una República?"

—"Miau!"

—"Y el nombre? Ya sé que es Nación..."

—"Mi-áu..."

"Au! ah! ya caigo "Aureliana!"

"Miau! Miau!" El gato desapareció.

—"Aaaah!" exclamé, interjección que se me hinchó en la garganta tanto como un alfabeto. [Nic-Nac plagia a Dickens en esta expresión.]

—"Ya veis amigo mío," dijo el cicerone, "que os habíais ofuscado. Cuando oísteis decir en la Academia 'Ley Aureliana' debisteis suponer que era lo mismo que Ley Taranteliana, o Ingeliana, o sea de Tarantelia o de Ingelia."

—"Y porqué lleva este nombre?"

—"Por qué! ¿qué metal precioso abunda en este país?"

—"El oro."

—"Oro, en latín, es aurum, y de aquí Aureliana, es decir "Nación del Oro."

—"Tenemos que hablar mucho sobre esto, y particularmente sobre la forma de gobierno de este país, de esta Nación Aureliana."

—"Si amigo mío, pero entremos. ¿No veis? El pobre Doctor pretende en convencer a mi bella hija de que no se consuela de la pérdida del punto blanco."

—"Y vuestra hija es accesible a la convicción?"

—"Señor Nic-Nac... en todos los planetas cada sexo tiene sus caracteres propios."

Capítulo XXIII
El doctor y la sophopolita

—"Nada más natural,” decía el Doctor a la hermosa niña en momento en que penetrábamos en la casa. "Armonía suprema en las leyes de la vida, atracciones inevitables como manifestación de la esencia íntima de los seres, he ahí el cuadro."

—"No deja de ser risueño, "interrumpió el señor de la casa; "pero preguntad al señor Nic-Nac, si es tan natural lo que acaba de pasarle."

—"¿Cómo así, Nic-Nac?"

—"Figuraos que el gato negro ha resuelto en mi espíritu la duda más terrible que me haya dominado hasta ahora."

—"¿Cuál era, señor Nic-Nac?" preguntó la niña.

—"El nombre de este país."

—"¿Y el gato os lo ha dicho?"

—"A lo menos me lo ha indicado."

—"Es un gato originalísimo," dijo el Doctor.

—"Es verdad;—pero ¿porqué no continuáis vuestra interrumpida conversación?"

El Doctor había sido en la Tierra un hombre amable y fino, pero no con esa amabilidad empalagosa que fastidia al principio y sofoca por fin, sino con una manera especial de saber decir, persuadiendo y elevando el espíritu, un cierto aire aristocrático en su más alta expresión, que no le sentaba mal cuando defendía la instituciones republicanas, agregad a esto una arrogancia particular en sus movimientos y una presencia gallarda, y tendréis su retrato terrenal. Pero el Doctor había sido complementado en Marte, porque a todas sus prendas físicas y morales, reunía su nueva naturaleza, después de la transmigración. El Doctor tenía entonces aspecto Marcial.

Siempre he sido de opinión, tanto en la Tierra como en Marte, de que la ciencia fisionómica, es la llave de las almas, y si bien es cierto que ella cuenta con muchos adeptos y con muchos contrarios, jamás he creído que estos últimos debieran tomarse en consideración. No me juzguéis ciego por mi opinión, no; la experiencia nos lo enseña y debemos someternos. Admito ciertas restricciones a los elementos de la teoría, pero veo que en el fondo hay algo de positivo que jamás engaña. La eterna ley de la subordinación de unos seres a otros seres, de una parte a otra parte, rije también los rasgos de las fisonomías; todo el secreto está, pues,en descubrir los rasgos dominantes. Los opositores a aquella ciencia, no teniendo un espíritu suficientemente penetrante para poder juzgar del valor relativo de las formas, niegan en absoluto las verdades más palpitantes y se abisman en su necia convicción.

No interrumpais las leyes del abismo!

No despertéis las almas que en él duermen!

La exaltación del espíritu en Marte, y muy particularmente en Sophopolis, aguza, por decirlo así, la penetración, y no es extraño que cada Sophopolita sea un juez consciente del individuo que juzga.

Hacía un momento, sólo un momento, que el Doctor vivía en familia en casa de nuestro guía,y ya gozaba de toda la confianza de las personas que la formaban—y era porque habían comprendido que el Doctor tenía un espíritu noble, incapaz de ennegrecer la sublime sencillez de sus costumbres.

La franqueza era el alma de aquella familia ¿y qué ser habrá tan abyecto que no se reconozca agradecido en tales condiciones?

La situación del Doctor, por otra parte, era excepcional.

Un alma le buscaba, tal vez desde el principio de las almas, si es que tuvieron principio; un genio extraño le había pronosticado su próxima complementación, revelándole al propio tiempo el secreto del espíritu imagen, alma blanca que Seele le arrebatara en un momento fatal; y aquella hermosa joven, aquella espléndida belleza física y moral, era nada menos que la forma Marcial del alma blanca.

Oh! qué tormento sufrió el Doctor cuando Seele se la arrancó!

Pero cuando hubo recobrado una parte de su calma, recordó la profecía, y comprendió lo que sólo un espíritu generoso puede comprender, y es que la felicidad es hija del deseo.

Y el deseo, cuando nace y vive en el espíritu y para el espíritu, es como un rayo de esperanza templando un dolor infinito.

En una palabra, el Doctor comprendió que el espíritu imagen que tanto le había atraído, era el complemento necesario de su alma y del alma de la joven y que ambas almas, antes de su fusión absoluta, debían sujetarse al imperio del deseo espiritual, forma o nombre delicioso con que le designa en Marte la atracción que en la Tierra se llama amor, pero con una significación más elevada, más sublime, si queréis.

Pero sus almas, aunque incompletas, se comprendían, como deben comprenderse en el seno del alma universal, ese núcleo eterno de donde dimanan.

¿Habían resuelto algo durante nuestra ausencia, es decir, mientras el señor de la casa y yo permanecíamos en la Academia?"

Lo veremos.

Capítulo XXIV
Un presente de valor psíquico

Durante algunos días permanecíamos en aquel paraíso, sin pensar en otra cosa que en las delicias de nuestra nueva vida.

El señor de la casa era el más amable de los hombres; su señora, la más complaciente de las mujeres, y las tres hijas de esta feliz pareja, las niñas más graciosas y agradables que sea posible hallar en este mundo—digo mal: en el otro.

—"Nic-Nac," me dijo el Doctor cierto día que recorríamos solos la gran ciudad, "Nic-Nac, ¿no os sentís atraído espiritualmente por alguna de las hijas de nuestro generoso amigo?"

—"En verdad os digo," repuse, "que las tres me atraen igualmente. Pero vos, por vuestra parte, no sois insensible respecto de una de ellas."

—"Es natural."

—"Sin duda; pero recuerdo que alguna vez me habéis dicho que pensabais ejercer aquí vuestra antigua profesión."

—"He estudiado durante estos días las predisposiciones de los Sophopolitas, y he deducido que las enfermedades son desconocidas en este planeta."

—"Y sin embargo, las lluvias formidables que lo refrescan continuamente son los generadores más eficaces de ciertas afecciones pulmonares."

—"Imposible! hasta ahora no ha habido un solo enfermo en Sophopolis."

—"¿Y en Theopolis?"

—"Os les cedo en caso de que los haya."

—"Gracias; no sé firmar pasaportes de transmigración. Pero volviendo a nuestro cuento ¿qué pensáis hacer?"

—"Vivir en Sophopolis."

—"¿Perpetuamente?"

—"Si es posible."

—"Y nuestros viajes, este deseo que dominó nuestra vida?"

—"La vuestra, señor Nic-Nac, la vuestra; jamás he pensado en viajes. Mi transplantación no ha sido originada por ningún deseo, sino por un terror — debéis recordarlo."

—"Oh! sí! cuando visteis aparecer en mi cámara mortuoria los signos que trazaba mi espíritu subordinado."

—"La vida en Marte es deliciosa."

—"Os alejáis, Doctor, de la cuestión. ¿Qué pensáis hacer con la hermosa Sophopolita?"

—"Lo que puede cualquier hombre que se encuentra en mis circunstancias."

—"Admitiendo, empero, que son excepcionales?"

—"Oh! eso sí; lo que no impide que obre en armonía con mi deseo. Lo único que lamento es que se prolongue tanto la fusión del espíritu imagen. La prueba a que me somete Seele es bastante ruda."

—"Porqué"

—"Porque de ese modo será menos intensa la fusión de la materia imagen."

—"La familia no se opone?"

—"Absolutamente."

—"Estáis seguro de ello?"

—"En Sophopolis no existen trabas de ningún género; el mismo señor de la casa me lo ha comunicado."

—"Y bien Doctor, a mí también. Y puesto que ya se lo habéis dicho, os manifestaré que se considera plenamente satisfecho."

—"Tanto mejor para él y para mí."

Cuando volvimos a casa, todo había mudado de aspecto. Se preparaba una fiesta, espléndida. ¿Sabéis cual? Las bodas del Doctor.

De todos los puntos de Sophopolis acudían regalos para la joven, y como puede esperarse de una ciudad en que todos son sabios, uno enviaba una obra completa en treinta tomos sobre la determinación de las estrellas fijas, otro una monografía del género Mirto, alguno el exámen crítico de las publicaciones de Hacksf, Biopos remitía varios ejemplares de su obra monumental sobre los anfibios de Ingelia, Geot una colección de Flores del aire, con sus descripciones. En una palabra, la casa era un museo. ¿Pero qué destino creis que se dio a aquellos regalos? ¿Hacer uso de ellos inmediatamente? De ninguna manera. Se guardaron en lugar seguro, y cuando llegara la hora solemne, se juzgarían, y el que tuviera un valor psíquico más notable se aceptaría, devolviendo los otros a sus autores o respectivos dueños, manifestándoles cuanto agradecían el señalado interés que los trabajos habían despertado, lo que no era sino una fórmula.

Entre los innumerables presentes que recibió la joven, se hallaba uno cuya trascendencia o valor psíquico podía muy bien ponerse en duda.

Era una pequeña caja. "de una sustancia verde y transparente como la esmeralda, en cuyo interior, suspendido a semejanza de un astro en el espacio, se veia un punto intensamente luminoso." En ella reconocimos, el señor de la casa y yo, la caja que habíamos visto en la Academia.

Una carta de Hacksf la acompañaba.

"Es un rayo de sol recién condensado," decía "lo he visto flotando en el espacio, como si una fuerza extraordinaria le hiciera trazar una curva inexplicable. Conservadlo. Que no lo vea el Doctor hasta el último momento. Mantiene viva la llama de la vida y ahoga con sus blancas irradiaciones los negros sinsabores a que puede exponeros la proximidad de los Theopolitas—Hacksf."

¿Qué misterio encontraba aquel presente? ¿Porqué se quería evitar que el Doctor lo viera?

Felizmente el Doctor paseaba, en aquel momento entre la sombra del próximo jardín; pero cuando un instante después penetró en la casa, notamos todos que rostro estaba encendido y que una agitación visible le dominaba a medida que le aproximaba al salón de los presentes.

Dirigía la vista a las alturas, como tratando de descubrir algo en el espacio. Nada.

—"Que es eso, Doctor?" le pregunté.

—"Siento, amigo mío, un malestar extraño, y que no obstante puedo considerar un bien. Experimento la misma impresión que cuando flotaba en las altas regiones mi espíritu complementario."

¿Qué nuevo misterio era aquel?

—"Vamos" le dije, "vuestra situación no es para menos. Hoy vais a celebrar uno de los actos más solemnes de vuestra vida y....

—"Nic-Nac! Nic-Nac!" exclamó el señor de la casa precipitadamente.

Ahí cerca me esperaba.

—"Amigo mío," me dijo, "leed esta carta.”

Leí: "En el recinto de la Academia existe un gran matraz, dentro del cual se ha encerrado un Theopolita, y en vuestra casa una caja enviada por el astrónomo Hacksf, la cual contiene un rayo de Sol condensado por él. Ese rayo de Sol no es otra cosa que el espíritu complementario del Doctor y de vuestra hija. Si en vez de bañar sus almas, penetra en la del Theopolita encerrado, este se transformará del ser más desgraciado como tal, en un Sophopolita digno y feliz, y aunque es verdad que la felicidad absoluta de vuestros hijos depende de esa fusión, no es menos cierto que en el fondo de sus almas existe un venero inagotable de abnegación, y este sacrificio, aunque muy grande, importa la salvación de un alma."

—"Es un lance terrible, amigo mío!"

—"No lo dudo, pero es necesario que el Doctor no lo ignore."

Capítulo XXV
¿Por qué no?

En la Tierra, nada hubiera sido más delicado ni más penoso que comunicar una noticia como aquellla, a una persona que se hallara en las circunstancias del Doctor; pero en Marte, y particularmente en Sophopolis, ¡cuanta diferencia!

La franqueza, esa sublimación del sentimiento moral del individuo, vive en todos los corazones, y todas las almas le rinden homenaje.

Un momento después de leer la terrible carta, comuniqué al Doctor su significado.

—"¿Por qué no?” me dijo, "¿acaso los espíritus imágenes son formas pasajeras del infinito, existencias efímeras? no, Nic-Nac. Las almas que se buscan de transmigración en transmigración, de planeta en planeta, se reunen al fin, se funden en un alma sola, se transfiguran, se amalgaman. Si en un momento de mi vida Marcial debí de realizarse el divino misterio de la fusión psíquica. ¿por qué no confiar en el destino, esperando firmemente que pueda realizarse alguna vez esa fusión? Si derramando los efluvios de esa alma blanca en el espíritu del Theopolita se ha de convertir este en un ser feliz, ¿por qué no hacer un débil sacrificio?"

—"¡Y qué! no sabéis que esa alma blanca es de sustancia femenina?"

—"Bien está; pero eso no impide su Martificación en un ser masculino. ¿Acaso los espíritus imágenes tienen sexo? ¿no comprendéis que ellos no son sino conjuntos de cualidades espirituales con imagen?'

—"Sí, Doctor; pero al aceptar la conversión del Theopolita, debéis comprender que privaréis a vuestra prometida de cualidades extraordinarias, y sobretodo ¿cómo sabéis si ella acepta vuestras opiniones?"

—"Nic-Nac,......nuestra felicidad, os lo puedo asegurar, no depende exclusivamente de la posesión del espíritu blanco......"

—"Lo comprendo, Doctor, lo comprendo muy bien; pero......"

—"Pero qué?"

—"Pero...... se hará como gustéis. Vuestra noble alma tiene un caudal inagotable de bondades."

Capítulo XXVI
Ceremonia

Cada ave tiene su nido, cada flor su perfume, cada insecto su matiz, cada pueblo sus costumbres, cada secta sus preocupaciones.

Si las bodas del Doctor se debieran celebrar en Theopolis, el pueblo se reuniría al pié del altar invocando a los espíritus propicios para que alejaran de los nuevos desposados el genio del mal, y el cántico incomprensible resonaría bajo las bóvedas del Templo de la Regeneración.

El rostro espectral de los Theopolitas se cubriría de siniestros deseos, y la voz del Gran Sacerdote, el único hombre generoso y cristiano de aquella población indigna, iría a morir como un eco perdido en el fondo de aquellos corazones satánicos.

Pero la gran sabiduría de los nobles seres que habitan en Sophopolis, les ha señalado un templo más digno, un recinto más sagrado, donde se verifican ceremonias de tan augusto carácter: la Academia.

Por eso, un instante después de la conversación que habíamos tenido con el Doctor, una procesión, partiendo de la casa del Sophopolita, llegaba a la Academia, y distribuyéndose en su recinto los diversos miembros que la componían, esperaban el momento oportuno en que debía consumarse la ceremonia.

En el centro el Doctor y la joven, acompañada de la familia, y en torno de este grupo, los demás Sophopolitas.

Las flores que cubrían las columnas, lanzaron al aire torrentes de perfumes, y una melodía divina, producida por instrumentos invisibles, nos anunció que se acercaba el momento.

Nuestra sorpresa no tuvo límites cuando al dirigir la vista hacia el fondo del gran salón, percibimos el matraz del loco, en cuyo interior estaba encerrado el Theopolita. El Doctor se acercó a él, y tomando aquella cárcel de cristal por el cuello, la trajo hacia la joven y la colocó en el centro del recinto. Nuestro amigo el cicerone tomó a su vez la caja de Hacksf, y aproximándola al suplicante prisionero, le manifestó las ideas dominantes.

—"Si, sí!” exclamó desde el fondo.

Y en el momento en que el alma blanca se elevaba lentamente para precipitarse en aquel ser abyecto, oímos un ruido extraño, semejante al que alguna vez habíamos observado, cuando Seele arrebatara las ilusiones del Doctor.

Una luz indecisa baño súbita los rostros; se hizo luego más intensa, y su vívido resplandor eclipsó por fin las aureolas de los circunstantes.

—"Seele! Seele!" exclamamos en coro. Si, era Seele, que aparecía como evocado por un destino inevitable, y cuya presencia en aquel momento, infundía en todos los ánimos un pavoroso respeto.

—"Girad, girad!” exclamó el genio del Nevado; y al punto se apoderó de nosotros la fuerza giratriz, y un vértigo terrible, dominando nuestros sentidos, parecíanos experimentar las atracciones del abismo.

—"Girad, girad!" repetía Seele, que en aquel momento, elevándose en el aire como la nube de incienso, había tomado el punto blanco, el espíritu imagen, y le hacía trazar espirales ascendentes.

Pero al girar nosotros, giraba también el Theopolita, y observamos con una mezcla de placer y de terror, que su cuerpo se evaporaba como le había evaporado el Voltaire Marcial.

Un momento después había desaparecido, transformándose en gas invisible, en tanto que el punto blanco, brillando con resplandores deslumbrantes, eclipsaba a su vez los destellos de Seele.

La rotación cesó de pronto, y vimos ¡placer indescriptible! que Seele descendía, como desciende la nube que refresca los valles, y que en su mano, su mano antes impía, brillaba el punto blanco, cual una promesa de eterna felicidad.

Posó en la frente de la bella joven el alma blanca, ensueño, delirio del Doctor, y aproximándose a este con intención marcada.

—"Venid al Nevado," le dijo,"y todos los esplendores, y todas las bellezas, y toda la pompa del Edén circundante, serán para vosotros una fuente inagotable de admiración y bienestar."

Y en tanto que Seele pronunciaba estas palabras, el espíritu complementario del Doctor y de la joven se desdobló, como suelen desdoblarse en el espacio las nubes de la mañana, rodar con otras nubes, volar a otras regiones, y perderse más allá del horizonte en su vuelo ligero.

El espíritu doble se transformó súbitamente en nube luminosa, que ocultando ambos cuerpos con su espléndido brillo, se alejó lentamente del recinto.

Desde aquel instante, refundidas ambas almas en un alma sola, podía gozar el Doctor de todas las prerogativas inherentes a su augusta misión, y libre de los vínculos que la ligaban a Seele, su existencia podría concentrar toda la suma de dichas imaginables.

La ceremonia había terminado, si olvidamos, no obstante, al loco del matraz, que no pudo resistir a la tentación de absorber, coa su inimitable instrumento "una cantidad determinada del gas producido por la evaporación del Theopolita."

Capítulo XXVII
"Como gustéis, Señor Seele"

Cuando todos se retiraban de la Academia, llevando en el fondo del alma la más punzante duda respecto de la aparición de Seele que se había negado a convertir el Theopolita. Friedrich Seele, o Federico Alma, el espiritista terrestre, el genio Marcial, me hizo una seña para que permaneciera allí, y cuando se hubo alejado el último concurrente, que como podéis suponerlo, era el loco del matraz

—"Tenéis algún interés particular en permanecer en Sophopolis?" me preguntó.

—"No, señor Seele, de ninguna manera, y mucho menos ahora que el Doctor se separa de mí, tal vez para siempre."

—"Os engañáis, señor Nic-Nac, el Doctor no le aleja para siempre, sino temporalmente; volverá, no tengáis duda."

—"Y entretanto?"

—"Podemos, si queréis, emprender un nuevo viaje."

—"A algún otro planeta? Os aseguro que desearía no precipitarme. Es tan maravillosa la vida Marcial, y sus misterios se armonizan de tal manera con la índole de mi carácter, que no me atrevería a abandonar mis nuevos hábitos. Pero ante todo decidme, Señor Seele,—si vuestro elevado carácter puede permitiros hacerme una revelación— ¿por qué no habéis consentido en la conversión del Theopolita?"

—"¿Porqué?—voy a decíroslo. Conocéis ya, con bastante exactitud, los antecedentes relativos a la fundación de Theopolis, y no dudo que cederéis la razón a los Sophopolitas. Estos tienen el carácter más generoso y más noble, en tanto que los otros hipócritas profundos, conservan su carácter primitivo y no lo perderán jamás, a no ser qué, jóvenes sin reflexión aún, penetren en esta ciudad. Si no he consentido en semejante conversión, ha sido porque no quería ver penetrar aquí los malos elementos de perversión."

—"Y la carla recibida por mi huésped?"

—"Ja! ja! ¿qué no habéis comprendido que era de un Theopolita?"

—"Aaah! ¿y cómo es que el astrónomo Hacksf condensó el espíritu imagen creyendo condensar un rayo de Sol?"

—"¿No recordáis que Hacksf decía en su carta, hablando del rayo: "lo he visto flotando en el espacio, como si una fuerza extraordinaria le hiciera trazar una curva inexplicable?"

—"¿Y bien?"

—"Es muy simple: mi mano lo arrastraba por las altas regiones."

—"Señor Seele, me llamo Nic-Nac."

—"Bien lo sé."

—"Y esa es la causa que me impide humillarme ante vuestro maravilloso poder."

—"Señor Nic-Nac, os espero aquí mañana, cuando pase la hora del Zenit." Y desapareció.

La noche había negado.

Al entrar en casa de mi amigo el cicerona, saludé a todas las risueñas personas allí reunidas, y me retiré a mis habitaciones.

Capítulo XXVIII
Insomnio

Un letargo profundo se ha derramado en la atmósfera y en los seres animados que habitan en Marte.

Las aguas mismas de los torrentes parecen apagar un instante su murmullo, y el confuso rumor de las selvas se adormece también en la calma de la noche profunda.

Una vaga emoción se apodera del ánimo, y el sueño que huye de mis párpados vaga en el fondo del paisaje nocturno, personificando las yerbas y las flores y los árboles, en cada uno de los cuales creo ver levantarse un espectro, que me habla, que me llama con voces de la tumba; y en vano divaga mi vista, el espíritu se halla sometido a las personificaciones del sueño.

Duerme la planta y recibe el bautismo de los cielos; el césped condensa los vapores flotantes, y algún rayo imperceptible de luz difusa va a reflejarse en el fondo de una gota de rocío.

Quizá los genios del aire, ocultos en las azucenas, elaboran en sus pétalos un aroma purísimo; tal vez alguna sílfide juguetona prsaide [sic!] las castas nupcias de los azahares, o volando invisible de violeta en violeta, les arranca, mariposa de la noche, el rubor de su cándido misterio; o la ondina voluble se baña en los imperceptibles rizos de la fuente callada, arrebatando a los astros un resplandor suave para las aguas queridas.

Duerme el insecto bullicioso y activo, esperando en su silencio que el sol de la mañana despierte de su letargo la hoja adormecida, y que al derramar en los valles y en las selvas sus efluvios de luz quiebre los rayos de su gloria en la curva de sus alas nacaradas.

Las aves escondidas entre las hojas de los Laureles y Limoneros, calientan el blando nido de sus amores, y con sus alas maternales resguardan al desnudo polluelo del frío de la noche y del terrible enemigo.

Profundo silencio! profundo misterio!

La noche callada, volando en el aire, derrama en los seres extraño vigor, y el lumen que brilla con vívidos rayos, esparce en sus velos misterio y amor.

Se levanta una brisa y acariciando los seres, les anuncia la próxima aurora, que ya desplega sus alas en el fondo del cielo.

La nube que cruza las sombras se dora con indecisos resplandores, y un soplo luminoso se difunde al través de la noche, y arroja los ensueños a occidente.

El aire se colora, y el rubor de la mañana asoma tímidamente en el rostro del día, apagando la luz de las estrellas.

Los montes reflejan, los rayos aún ocultos, y el incendio de las altas regiones se extiende más y más.

Las florecillas sonriendo entre su manto esmeraltado, derraman a torrentes las ondas de sus aromas, y la gota de rocío, lágrima de los cielos, reverbera los cambiantes caprichosos de la nácar.

Las aves sacuden las ligeras alas, y lanzan al viento sus notas matinales; el bosque se puebla de extraños ruidos, el aire de nubes, las nubes de luz; y entre aquel armonioso torbellino, en que cada ser toma la parte activa que le corresponde en la lucha por la existencia, se observa al hombre, elemento psíquico de aquel conjunto, secundando enérgicamente las leyes del destino y el acorde grandioso de la vida.

Capítulo XXIX
La partida

—"Señor Ni-Nac," dijo el señor de la casa, penetrando en mi aposento, "el rayo del senit es el más bello efluvio que el espacio nos envía, como para anunciarnos el momento en que la actividad Marcial debe desplegarse con todo la esplendor."

—"¡Y a mí me lo decía!"

—"¿Y qué?"

—"Nada;—que no he podido dormir."

—"¿Preocupado acaso con lo que le ha sucedido al Doctor?"

—"Qué le ha sucedido?"

—"¿Sabéis que es original vuestra pregunta, señor Nic-Nac? ¿habéis olvidado que ayer se han celebrado sus bodas?"

—"Olvidado! ¿y porqué queréis que lo haya olvidado?"

—"O es acaso vuestra gloria lo que os absorbe?"

—"Mi gloria! en Marte! os chanceáis, amigo mío!"

—"No, señor Nic-Nac; yo no acostumbro hacer eso."

—"Entonces, ¿qué nombre debo dar a vuestras expresiones?”

—"¿No habéis leído los diarios de la capital?"

—"No!"

—"Pues leedlos; pero ante todo, ¿porqué estáis tan preocupado?

—"Por mi próxima partida."

—"Y a donde vais?"

—"No lo sé. Ayer, cuando terminó la ceremonia, permanecí un momento aún en la Academia,— Seele me había llamado.—'Podemos, si queréis, emprender un nuevo viaje', me dijo. Preguntéle a qué punto, pero como me dominaron algunas dudas, pedí a Seele me las resolviera."

—"Y las resolvió?"

—"Sí; pero mi precipitación no esperó que el genio del Nevado me indicára hacia que punto nos dirigiríamos. Por lo demás, no dudo que Seele me reserva alguna sorpresa."

—"Os la deseo, Señor Nic-Nac, y no vacilo en creer que dentro de poco volveréis a habitar con nosotros. Nuestra familia será la vuestra, y los vínculos más cordiales nos ligarán hasta el último momento."

Estreché la mano de tan excelente amigo, y no pude menos de conmoverme al escuchar tan generosa oferta.

Momentos después me despedía de aquella noble familia, no sin haber leído los diarios de la Capital, en los cuales se referían los pormenores de mi llegada a Sophopolis, manifestando luego vehementes deseos de que fuera a despertar entre ellos los recuerdos aletargados de la Tierra.

El amigo me acompaño hasta la Academia, y al llegar a la entrada, me volvió a estrechar la mano y se alejó.

Penetré en el recinto.

Seele, transformado en Sophopolita, me esperaba allí.

—"¿Partimos?" me preguntó.

—"Cuando gustéis, maestro," repuse.

Capítulo XXX
La llanura

Era la época en que los Naranjos elaboran en su savia la esencia del azahar y difundiéndola en el aire cual vapor invisible, perfuman los bosques y los montes y los valles de aquella región feliz.

La tarde sonrosaba los cielos.

Un vientecillo suave gemía entre los céspedes humildes, conmoviendo sus hojas,—céfiro murmurador, eternamente descontento, volaba un instante alrededor nuestro, para luego alejarse, llevando sobre sus alas el eterno lamento de su inconstancia.

Las aves de los campos modulaban el himno del ocaso, que vibrando en el corazón como el gemido del dolor, se perdía suave y blandamente.

¿Porqué tanta tristeza en aquellas notas?

¿Porqué tanta melancolía?

¿Acaso saludaban el último sol de su existencia?

¿Acaso era el rayo postrero que iba a lanzar desde el fondo de los espacios la luz y la vida?

Las nubes a semejanza de flotantes crespones, volaban al poniente sobre las invisibles alas de los vientos, y al agruparse en torno del astro agonizan-

te, cubríanse con el carmín de los cielos, como si un pudor encerrado en su seno, se difundiera en ellas al recibir la caricia de la estrella del día.

Allá en las alturas, donde se apaga casi la misteriosa luz de la mirada, se cernían, cual puntos imperceptibles, las aves que guardan aquel mar de césped, cuyas olas, a veces agitadas por furiosos torbellinos, levantan en su cresta la espuma de sus flores.

Y a medida que nos alejábamos de Sophopolis, cuyos edificios dorados por los rayos del sol, se perdían en la vaguedad de la distancia, la tarde declinaba, arrastrando hacia occidente los tules luminosos del día; y los vapores crepusculares, elevándose del suelo como fantasmas helados, rompían la uniformidad del horizonte con su ropaje fatídico.

La insondable llanura desplegaba la pompa de su inmensidad, y las flores, por un esfuerzo supremo, absorbían los últimos destellos de la tarde.

Pero no! la Naturaleza no es una tumba, y el silencio de los valles es una nota de la infinita armonía de los mundos; la palidez de una nube no es un sudario, sino tal vez una sonrisa del aire; el trino del ave no es un himno al dolor,—es un canto de gracias; y la estrella que titila en el fondo de los cielos, es una bendición de los espacios.

¿Qué vago presentimiento, perdido en el alma, arranca mi alegría, y la difunde en torno mío cual sombras sepulcrales?

Ah! presentimientos sin duda, que vienen a turbar una existencia de porvenir risueño!

—"Decidme, maestro, ¿porqué se agita mi espíritu en extraños devaneos, cuando debiera sentir el corazón palpitante de gozo?"

—"Disipad esas tinieblas, señor Nic-Nac; ellas son hijas de vuestra situación, y de cierta influencia que en vos ejerce la naturaleza circundante. Esta llanura ilimitada, con su majestuosa monotonía, es para vuestra alma un reflejo de la eternidad, y al hallaros sumergido en el caos de tan grandiosa idea, no podéis menos de interpretar vuestras impresiones sino con pensamientos lúgubres. Pero bien pronto cambiará la escena, y la vida agitada de las nuevas comarcas a que llegaremos, trasformarán vuestro malestar."

—"Y porqué no me decis a dónde vamos?"

—"No he pretendido hacer de ello un secreto: vamos a la gran capital de la Nación Aureliana, donde un pueblo siempre agitado y turbulento, a la vez que generoso, os reserva inauditas sorpresas."

—"Si?"

—"Sí. Mañana cuando destelle el sol sus primeros rayos, veréis aparecer la ilustre ciudad, a donde nos llaman las circunstancias más extrañas."

—"Y después?"

—"Emprenderemos un nuevo viaje.”

No pude menos de mostrarme sorprendido; pero Seele, que observaba mis facciones, de las cuales había desaparecido ya la expresión melancólica, me dijo:

—"Admiro mucho, señor Nic-Nac, la metamorfosis que habéis experimentado. ¿Fui yo, por ventura, quien manifestó deseos de volar de planeta en planeta, para imponerse de los misterios de las altas regiones inaccesibles al hombre, mientras no abandona su crisálida humana? No, fuisteis vos, y a instancias vuestras emprendí una de mis últimas peregrinaciones a Marte."

—"Disculpad, maestro¡ yo no he solicitado de vos que abandonaráis la Tierra para acompañarme a este planeta."

—"Directamente no, es cierto; pero como deseabais transmigrar, yo no podía—habiéndoos dirigido desde el primer momento—abandonaros como a un átomo lanzado al acaso en los confines de la Naturaleza."

—"Gracias, maestro."

—"No la acepto, señor Nic-Nac, pues aún no os halláis en condiciones de poder apreciar vuestra situación. Pero ¿qué nueva sorpresa viene a retratarse en vuestra fisonomía? Podría conocerla con sólo penetrar en vuestro espíritu, pero desearía no emplear ese medio."

—"¿Cómo no queréis que admire este fenómeno?”

—"¿Cuál?"

—"Que nuestros cuerpos ya no tienen aureola."

—"Lo que significa que inútil en la capital. Allí hay más positivismo, y el pueblo aprecia más un reflejo amarillo del mejor de los metales, que todas las aureolas que se ostentan en Sophopolis."

—"Nuestra situación, en ese caso, será penosa, porque..."

Seele sonrió como sólo saben hacerlo los genios de las montañas. Una vislumbre azulada iluminó sus dientes, y sus ojos lanzaron dos vibraciones extrañas, semejantes a dos relámpagos lívidos.

Al punto reconocí que mi observación había sido inútil, porque Seele estaba dotado de extranaturales poderes, de misteriosas fuerza, ante las cuales retrocedía cualquier dificultad.

—"¿Queréis que hagamos abstracción de nuestro peso, y viajemos como dos palomas que llevaran las alas en la voluntad?" me preguntó.

A un habitante de la Tierra, no acostumbrado a tantas maravillas, esta pregunta hubiera parecido un sarcasmo, pero a mi no me sucedió tal cosa, porque estaba tan familiarizado con el imposible, que respondí afirmativamente.

—"Volad!" exclamó Seele, recobrando sus destellos, revistiéndose de su aureola.

Las alturas nos atrajeron, y cortando lentamente las capas del aire, nos elevamos como dos almas luminosas que van a lanzarse en el éter de los espíritus-imágenes.

No dejó de causarme cierto malestar este nuevo medio de locomoción, porque pensaba que bien podía ocurrírsele a Seele hacer abstracción de los cuerpos también, los cuales, al rodar en la caída, habrían ido a estrellarse sobre el duro suelo, y las dos almas, reducidas a su peregrinación ante-marcial, irían a reunirse con el torbellino de los espíritus, que en aquel momento lanzaban al planeta los rayos de los espirales luminosos.

Capítulo XXXI
En el aire

—"Decidme, maestro, ¿qué clase de pueblo vamos a conocer?"

—"Un pueblo extraño, y casi diría heterogéneo. Un pueblo en el que se va apagando el sentimiento de la nacionalidad, como se apaga un planeta ante la luz del Sol de la mañana. A él afluyen todos los pueblos, todas las razas, y de este caos, o condensación de sentimientos encontrados, surgen diariamente querellas intestinas, que muchas veces se resuelven en los campos de batalla."

—"De batalla!"

—"Sí, de batalla, lo que no debe extrañaros, pues son hijos de Marte."

—"Pero... y qué! ¿es un pueblo privado de sentido común?"

—"No, antes por el contrario parece que lo tiene muy desarrollado.

"La causa de su ruina es la vehemencia con que se desenvuelven las pasiones en su seno. Estas llanuras inmesas, de extrema fertilidad, están completamente despobladas, y es necesario a todo trance, que una fuerza viva venga a arrancarles los tesoros que encierran. Para ello solicita el concurso de las otras naciones, que le envían elementos de todo género, buenos y malos, los cuales, en vez de desparramarse lejos de los grandes centros de población, se acumulan en ellos, contribuyendo poderosamente a acentuar más y más el carácter y fisonomía heterogénea que en todos sus elementos palpita. De esta asimilación, resultan las relaciones poderosas de los diversos grupos que tratan de armonizarse, de unificarse en ideas, y cuando estalla una de aquellas manifestaciones sociales o políticas, tan comunes en los pueblos que no han cimentado aún su organización interna, estos grupos heterogéneos se reunen en dos grandes centros, de los cuales emanan todas las disenciones, todas las sospechas, todas las amenazas, todos los males, en una palabra, que pueden afligir un país, como podéis comprenderlo fácilmente."

—"Señor Seele! ¿y qué el sentimiento de nacionalidad no se sobrepone a las pasiones mezquinas?"

—"¿Sobrepone? ¿no os he dicho que ese sentimiento se iba apagando?"

—"Verdad; pero ¿qué clase de pueblo es ese?

—"Un pueblo original. Allí la imaginación tiene una sutileza etérea, que necesita ser impresionada continuamente por convulsiones vivísimas, y cuando estas no se presentan de una manera espontánea, el pueblo las crea, las formula, las modela, las ensancha, les dá movimiento y vida, hasta que el vértigo de su actividad regeneradora, las hunda ante una nueva convulsión, para volverlas a elevar y para volverlas a hundir. La historia de este pueblo os una série no interrumpida de hechos gloriosos, pero desde hace algunos años, estos hechos no se presentan de tal manera que puedan reavivar el sentimiento patrio adormecido, porque los móviles que ahora dominan, son muy diversos de aquellos que generaron las pasadas glorias. Allí no hay términos medios. El pueblo comprende que el adelanto de las naciones es hijo predilecto de la Paz, pero este pueblo, bien o mal instruido, no tiene, no sabe tener otra disyuntiva que esta: o la guerra civil o la guerra nacional, ¿Por qué? ¿Para qué? Para mantener vivas las impresiones de la imaginación. Estalla la guerra civil, la sangre corre en espumantes arroyos, o continúa encerrada haciendo palpitar el corazón de los más exaltados, como regularmente sucede."

—"Desgraciadamente."

—"Sí. Las instituciones son republicanas, y en uno de esos momentos en que el pueblo se prepara a representar su autonomía, la prensa de uno de los dos grandes centros se manifiesta altamente contraria, hostil diremos, a la opinión del otro centro. Comienza la lucha. Todo marcha bien. La indignación llega al colmo, y en vez de insultarse, de individuo a individuo,.... no... esto es muy poco es necesario prodigar algunas blasfemias a la propia patria, cansada ya de tan monótona evidencia. Mientras el natural del país, solamente él, toma cartas en el asunto, puede creerse que se le mirará como a un desgraciado, que habla porque goza del don de la palabra, o que escribe porque no ignora el arte de trazar signos, pero cuando el extranjero toma parte, y en vez de mantener la neutralidad que le asegura su bienestar, el aprecio y respeto de sus nuevos conciudadanos y de la Nación entera, la escena varía de carácter; los insultos toman un aspecto más grave, el grajo se viste con las plumas de los pavos reales, para decirles imbéciles y los pavos reales, que ven un hermano en el grajo...... no le arrancan las plumas, porque así conviene a los intereses del centro a que pertenecen, posponiendo la dignidad de la patria, el fuego del sentimiento nacional, ese fuego sagrado que una vestal celeste debe animar perpetuamente, a todos los intereses mezquinos de pasiones que cada cual pretende ennoblecer con razón o sin ella."

A medida que Seele pronunciaba, estas palabras, la aureola que le rodeaba, traducía con chispas ardientes el furor de su espíritu exaltado, y alejándose del planeta con velocidades intermitentes, como los saltos de un León aéreo, me elevaba consigo, no sólo a las altas regiones del aire, sino también a las altas regiones del entusiasmo.

—"Si, maestro," exclamé, "es cierto lo que decís, y si vuestra misión en la Capital de la Nación Aureliana es echar por tierra las prerogativas usurpadas de los grajos humanos, tendréis en mí un apoyo poderoso que tratará de secundar vuestros esfuerzos."

Un aire frío heló casi los nervios de mi cuerpo... Había observado la fosforescencia en los dientes de Seele.

—"¿Yo?" dijo con calma etérea, "¿creéis que voy a cambiar la situación de este país? No, amigo mío; mil veces no. Volemos siempre, observemos, estudiemos, comentemos de cuando en cuando una costumbre, un hábito bueno o malo, pero dejemos a cada uno lo que le corresponde. Cuando la abeja se cansa de libar en el mismo nectareo, busca otra flor y otra flor, y cuando el hastio se apodera de ella, y cuando le empalaga ya la miel, la abeja muere a la entrada de la colmena como diciendo: 'he aquí el principio y el fin de mi actividad y de mi vida'."

Esta observación no tenia réplica; aquella fosforescencia no tenía compasión de mi humildad.

Algunas luces vagas, perdidas en el misterio de las sombras, indicaban que nos aproximábamos a habitaciones humanas, y que tocábamos ya el límite del desierto.

Consulté a Seele.

—"Efectivamente," repuso, "pronto las estrellas habrán trazado el arco de una noche, en cuyo extremo oriente aparecerán los primeros resplandores del día. Vamos a llegar a la Capital; pero antes de descender, es necesario que escojáis, entre la invisibilidad o la visibilidad."

—"¿Qué queréis decirme, maestro?"

—"Digo que manifestéis vuestro deseo, es decir si preferís ser visible o invisible para los habitantes de esta ciudad."

—"Invisible," contesté, "y de ese modo me será más fácil penetrar ciertos misterios.

—"Si ello es así, que la noche absorba vuestra personalidad corpórea..... y la mía!" exclamó Seele con voz serena y profunda.

El genio del Nevado desapareció, quedando solamente la aureola, fenómeno que observé también en mí mismo.

—"Ya lo veis," me dijo Seele, "la metamorfosis es sencillísima, y sin embargo no hemos aniquilado nuestros cuerpos."

—"¿Y dónde están?"

—"Los llevamos en estado latente."

Las dos aureolas, separadas hasta entonces, se reunieron en una sola, como solicitadas por una fuerza de que carecían cuando los cuerpos no habían desaparecido aún.

Empezamos a descender, y las primeras nubecillas de la mañana volando hacia occidente, semejaron los púdicos símbolos del beso del día a la tranquila hermana coronada de estrellas.

—"La veis?" exclamó el invisible Seele.

—"Es una gran ciudad," contesté con mi garganta invisible.

Capítulo XXVII
Sorpresa

Los primeros rayos del Sol dividieron y apagaron la emanación luminosa que nos envolvía, de manera que nuestra existencia, desde aquel momento, quedaba reducida a una existencia latente, en relación, no hay duda alguna, con la anterior, pero conservábamos todas nuestras fuerzas vitales, las cuales se manifestaban en un medio misterioso, incomprensible para aquel que no conociera íntimamente los fenómenos que produce la completa abstracción de todas las aspiraciones terrenales.

Pero este estado particular a que me había sometido Seele debía despertar en mi invisible organismo una impresión violenta.

Toda la población de la gran ciudad se había aglomerado en la porción occidental de esta, ¿para qué? pronto había de saberlo, pues aú no distinguía con precisión sino un cúmulo de bultos humanos, moviéndose de una parte a otra, en confuso laberinto.

Como nuestro descenso continuaba, llegó un momento en que pudimos percibir no sólo cada uno de los individuos reunidos, sino también sus formas y movimientos. ¡Señalaban el espacio! ¡Indicaban precisamente la dirección en que nuestras flotantes aureolas habían sido sumergidas en la atmósfera iluminada por el día!

¿Qué pasó en mi espíritu en aquel instante? ¿qué velo? qué nube? qué sombra? qué presentimiento?

No lo sé; pero aquellos rostros, el metal de aquellas voces, no me eran desconocidos. Tenía de ellos, una reminiscencia vaga, indecisa como un recuerdo perdido que lucha por renacer.

¿En qué momento de mi vida había escuchado aquellos sonidos?

¿En qué circunstancia, había contemplado aquellos semblantes movibles como la ola que se quiebra en las playas?

¿Y Seele? ¿dónde está Seele? —"Seele!! Seele!!"

Nada! Seele no contesta.

Un momento más, y me habré confundido con aquel caos humano.

Pero antes de llegar al límite de mi vuelo, el descenso se verifica en espirales, y en tanto se van estos reduciendo, observo la ciudad, cuyas calles estrechas, irregulares edificios y numerosos templos evocan inútilmente un recuerdo aletargado en la noche profunda del olvido.

Allí no se distinguen como en Theosophopolis, dos agrupaciones perfectamente características: al lado del palacio se ve la humilde choza, y junto al foco de los placeres y de las alegrías, el sombrío recinto de los dolores.

En los semblantes de la aglomerada población, no se podrían señalar los rasgos del tipo nacional, absorbido, devorado por el torbellino de un cosmopolitismo inexplicable. Insisto en este punto: el elemento indígena constituye la minoría.

Pero he aquí que se me ocurre paralizar la fuerza del descenso. ¿Podré elevarme a las altas regiones una vez que haya llegado al suelo? Lo ignoro.

Así pues, prefiero mantenerme en suspensión, y esperar el momento oportuno.

La muchedumbre, entretanto, se divide;—los unos se dirigen a sus respectivas moradas: los otros, más curiosos, permanecen aún en contemplación, en tanto que diversos grupos toman tranquilamente el camino de las plazas, donde se detienen a comentar algo que sin duda alguna les absorbe y domina, y que yo, por un exceso de buen humor, atribuyo a la curiosidad de aquellas gentes.

—"Eran dos,” dice un individuo a otro que se encuentra en el mismo grupo.

—"Si, pero se refundieron en una."

—"Ah!" exclama un tercero, "se refundieron eh? pues yo creía que no había sido sino una fusión aparente, momentánea, o más bien, que no había habido fusión, sino que las posiciones relativas nos las habían hecho aparecer reunidas."

—"No, porque en ese caso hubieran estado adaptadas y con intensidades propias; pero aquí no se ha presentado tal cosa: la luz era una luz sola y única."

—"Y cómo es que después se desdoblaron?"

—"Para desaparecer con los resplandores del día."

—"Y qué fenómeno luminoso será este?"

—"¿Y quién lo sabe para poder responder?"

Yo, yo lo sé; pero no voy a decírselo, si una causa extraordinaria no me obliga a ello; ja! ja! ja!

Capítulo XXXIII
Discordia

Durante aquel primer día, tuve ocasión de observar que los habitantes de aquella ciudad eran propensos en sumo grado a luchar indefinidamente por cualquier nimiedad; —y digo nimiedad, porque antes de la aparición de las dos luces, trascendentes cuestiones agitaban los espíritus;—asi es que inmediatamente el eco nato de las opiniones del pueblo, la prensa, se apoderó del hecho, y lanzó torrentes de comentarios sobre la verosimilitud de la opinión de que aquellas dos luces fueran accesibles a la investigación humana.

"Es un fenómeno cósmico, meteorológico,” decían los unos.

"Es un fenómeno psíquico," observaban los otros.

No hacía mucho tiempo que Seele me explicara las circunstancias bajo las cuales estaba organizado el pueblo aquel en materia de opiniones, y comprendí en el acto que la doble interpretación que se daba a nuestras aureolas daría origen a una controversia profunda, que quizá se resolvería de un modo turbulento.

Intereses científicos, literarios, comerciales, políticos, todo se abandonó y puedo asegurar que más de un centro organizado, olvidó por un instante sus aspiraciones personales.

La doble opinión "fenómeno cósmico” o "fenómeno psíquico" ganó terreno con vertiginosa rapidez, y en aquel mismo día, antes que el sol hubiera llegado al senit, se habían ya reglamentado los dos partidos que habían de luchar enardecidamente, sosteniendo el uno con tenacidad la naturaleza cósmica de la aparición, y el otro la esencia psíquica del fenómeno.

De todos los medios se echó mano para granjearse prosélitos y cuando ya se iban diseñando, por decirlo así, los límites de cada uno de los centros de opinión, no faltó quien manifestara, con toda osadía, que era necesario dar a aquella controversia un carácter social o político, para lo cual, pasara o no al partido contrario, se debía proceder inmediatamente a designar el representante genuino de cada uno de ellos.

Los miembros del otro partido, por una graciosa concesión, aceptaron esta idea, y la aplaudieron calorosamente, lo que, visto por los promotores de la nominación de los jefes, hubieron de arrepentirse de haber iniciado una propaganda que sus contrarios apoyaban.

Hasta aquí la opinión nacional.

Los que atribuían la luz a un fenómeno cósmico, trataron de buscar en su seno una persona que tuviera, palabras textuales, "la mayor suma de luces psíquicas, de tal modo que brillara como una estrella."

Los que sostenían la opinión contraria nombraron a Seele, encarnado en un habitante cuya alma había adormecido.

¿Qué pasaba entretanto en el espíritu de los miembros extranjeros, cuyo número constituía la mayoría del pueblo?

Fácil era adivinarlo.—Aquellos que por naturaleza llevaban en sí la luz interior de un juicio imparcial, se plegaron a Seele:—tales eran los originarios de Tedecia y de Gandalia.

Aquellos que habían subordinado toda la luz con que habían nacido, se unieron al otro grupo, cuyo representante llevaba el nombre de Psique, que, lo mismo que Seele, significa Alma:—tales eran los oriundos de Espondia, y de Tarantelia.

Ingelia, más positiva, se mantuvo neutral, sin embargo de que sus hijos manifestaron una atracción señalada por las luces cósmicas. Esperaban el momento oportuno para plegarse a uno ú otro partido.

La lucha comenzó, y con ella, el entusiasmo de los miembros de cada centro por su jefe respectivo.

Yo conocía a Seele;—era necesario conocer a Psique.

Capítulo XXXIV
Psique

Una fuerza gigante, ilimitada casi, sirve a mi voluntad.

Soy invisible!

¿Sabéis lo que esto significa?

Significa que para mí no hay secretos y que, basta que desée transportarme de un punto a otro, abstrayendo lo impenetrable, para hacerme dueño de resortes poderosos.

He sido habitante de la Tierra, así como en la Tierra hay habitantes de la Luna; hoy mi existencia maravillosa se declina en Marte; más tarde volaré tal vez a Júpiter o a Neptuno, y ¿quién sabe si he volado, mariposa del éter, en alguno de esos astros lejanos que flotan invisibles en las profundidades infinitas?

Como todos esos seres humanos que pueblan los mundos innumerables, mi corazón ha palpitado bajo el impulso de pasiones placenteras, formas respectivas a cada uno de ellos, y que inevitablemente se manifiestan con mayor o menor intensidad.

Pero observemos a Psique.

Mi cuerpo latente vuela a su mansión, y la mirada invisible penetra en su recinto.

Allí le veo, completamente abstraído, dominado por un pensamiento que seguramente no es una combinación científica para resolver las cuestiones suscitadas en el debate.

Está sentado sobre una cómoda silla, la cual ha sido colocada en el vértice de un cono—¿de qué materia es ese cono... no percibo bien... no creo...... ah!......de arena!

En torno suyo pululan formas sin luz.

Esas formas le han levantado el pedestal y el trono.

Hace un movimiento.

Psique va a hablar.

—"Señores!"... (profundo silencio).

En el fondo de mi alma, experimento una impresión dolorosa. Aquella palabra ha sonado en mi oído con la vibración marcadísima de dos palabras.

—"Señores!" repite levantando la mirada, "¿veis este pedestal movible? Es un reflejo purísimo del mundo fisico y del mundo moral. Para colmo de mi gloria y de la vuestra, lo habéis construido de arena, como para probar a las generaciones futuras que sobre el pedestal menos seguro, puede levantarse la encarnación de la verdad y de la justicia. Dislocad uno solo de sus corpúsculos, trasponed uno sólo de sus granos, habréis modificado esencialmente el equilibrio de las moléculas......"

—"Y el edificio se derrumba!" exclamaba Seele en aquel mismo momento.

¿Cómo había oído su voz, como había llegado hasta mí?

Seele era Seele.

Pero ¿qué misterio flota en torno de Psique? ¿Por qué causa inexplicable tiene su voz una doble intensidad acústica? Es acaso el eco murmurador? Es algún genio del aire que altera mi percepción regular? No; eso no puede ser. En la persona de Psique hay una personalidad doble, cuya manifestación puede verificarse en uno u otro momento. Consultaré a Seele.

Independientemente de todo misterio, la voz de Psique es dulce, atractiva y agradable. Suena como la voz de un amigo, y en su organismo sensible, puede llegar a fascinar. Arrancadle la lengua y habréis concluido con Psique. Pero mientras conserve este órgano imprescindible para la emisión de la palabra, no extrañéis que ejerza una acción poderosa sobre los espíritus más exaltables, particularmente sobre aquellos que, haciendo abstracción de toda su fuerza propia, se privan del raciocinio.

Cuentan los habitantes de la Tierra que cierto día un zorro, huyendo de la persecución de unos perros, pasó sobre un montón de guitarras que le interceptaban el camino, las cuales, al contacto de los pies del fugitivo, produjeron ciertos sonidos —"Para música estoy yo!” exclamó el zorro.

Cuestión de temperamento.

Un prosélito de Psique habría olvidado la persecusión, y hubiera quedado allí escuchando los semi-espontáneos sonidos, precisamente por la sensibilidad de su temperamento.

Independientemente de toda melodía, la voz de Psique no puede interpretar ideas fijas, porque sus abstracciones le han llevado al mundo del imposible en materia social, económica, política, científica, literaria y artística. Dislocad el grano de arena del pedestal de Psique, y habréis circunscripto ya los imposibles, pero para ello es necesario luchar con toda la música de sus prosélitos.

Para un oído habituado a su voz, la doble impresión acústica de su palabra no existe, y sólo un ser relativamente extranatural puede percibir esa, doble vibración.

Tal es Psique, y tales los elementos que le rodean.

¿Puedo plegarme a sus prosélitos que atribuyen nuestras aureolas a. un fenómeno cósmico?

Eso es impracticable; yo no puedo hacer abatracción completa del sentido común.

Capítulo XXXV
Terrores fundados

Por un esfuerzo de voluntad, me he alejado del recinto de Psique, y ahora me encuentro en un gran salón, donde algunas personas de ambos partidos, discuten acaloradamente un punto interesante.

La noche se acerca.

—"Es o no es la luz un fenómeno material?” pregunta una de ellas.

—"No de ningún modo!" contesta una.

—"Sí!"agrega otra.

No es difícil comprender quién dice que sí y quién dice que no.

La opinión se sistematiza, y consecuentes lo unos con sus ideas sobre la naturaleza del fenómeno, levantan el tono en razón inversa del conocimiento que tienen de la materia, en tanto que los otros lo elevan en razón directa de su terquedad.

—"Poco importa, señores, que sea una cosa u otra" dice una voz que parte no se sabe de dónde. Es la mía; pero como soy invisible... "Lo que realmente debe interesaros es averiguar si las dos luces se fundieron en una o no."

Un espectro levantándose de la tumba en el silencio de una noche profunda, no esparce más terror en torno de su blanco sudario.

¿De dónde parte aquella voz que habla de fusión de las luces?

Pero el hecho es que la cuestión presenta interés, y bien pronto desaparecen los temores ante la trascendencia del asunto.

La más perfecta discordia es el alma de aquella insigne corporación, si es que puede darse este nombre a un conjunto heterogéneo de elementos.

—"Sí, se han fundido!” exclama uno con voz estentórea.

—"Es falso!" repite otro.

—"Yo no comprendo por qué vuestra petulancia os lleva a aseverar precisamente lo que no es cierto."

—"Es una indignidad lo que aquí pasa."

—"Vosotros sois los promotores."

—"Si no viera asomar la premeditación en vuestras palabras, creería que sois un imbécil."

Ppás! ppás!

—"Eh! señores! no llevéis la discusión al terreno de los hechos!"

—"Y qué! ¿queréis que nos mantengamos en el vasto campo de la teoría?"

—"Sí! porque sólo la teoría puede resolver la cuestión que nos agita."

Observo con disgusto, en este mismo instante, que mi poder está subordinado al día:—la, noche comienza a despertar mi aureola.

Alguien ha notado en el salón un destello casi imperceptible, y lo manifiesta a otro.

—"Preocupaciones! preocupaciones!" exclama este.—"No ha mucho oímos una voz misteriosa, y ahora veis una luz."

—"Algo extraño sucede aquí, señores," dice alguno.

—"Porqué?"

—"Acabo de ver pasar por mi mano un reflejo inexplicable."

—"Estamos alhacinados."

—"No, porque yo he visto lo mismo."

Al decir estas palabras, huyen despavoridos los unos, y permanecen inmóviles, atónitos, los otros.

Y en tanto que aquellos desparraman la alarma en la población, y el silencio hunde a los segundos, me elevo lentamente con mi aureola deslumbrante, y voy a cernirme, cual águila Marcial, sobre el centro mismo de la ciudad sorprendida.

Al principio el terror cunde con velocidad proporcionalmente aumentada. Psique vacila sobre su pedestal de arena, y Seele que anima a la muchedumbre curiosa y despreocupada, me envía un rayo que aumenta mi fuerza de suspensión, de descenso y de ascenso.

Un momento después, las calles y los balcones se llenan de gente y todos contemplan la nube luminosa que traza en el aire caprichosas curvas.

Por no sé que rasgo de buen humor aéreo, comienzo a descender, y viendo a Psique en un balcón aislado, como no he perdido mis fuerzas materiales le tomo de las manos y lo elevo en los aires, con gran satisfacción de sus próselitos, que ven corroborada la alta opinión que sobre él se han formado, y comienzo a trazar con él vertiginosas órbitas.

Psique, inundado con destellos prestados, experimenta el vértigo de la gloria infinita, y yo, que he recobrado todo el buen humor que me caracteriza, experimento las tentaciones más extraordinarias de lanzar a Psique sobre el abdomen de un señor obeso que, con la boca abierta, como todos los de su partido, le observan, cometa inesperado, circunscribir anillos luminosos en las últimas regiones a donde llega la fuerza de la vista humana.

Desde tan grande altura oigo las carcajadas animadoras de Seele.

Capítulo XXXVI
Descenso y ascenso

No hay espectáculo más bello para un espíritu contemplativo, que el que presenta un pueblo dominado por un ser que lo fascina en cada uno de los momentos de su evolución; un ser que concentra en sí todas las manifestaciones intelectuales posibles de ese pueblo, y al cual descubre la parte mínima, insignificante casi, de lo que guarda en lo más íntimo de su alma; un ser, en fin, digno de todas las aureolas, como la que en aquel momento envolvía, circundaba, a Psique. La admiración, esa bella hija de la ignorancia, se manifestaba con todos los atractivos de su esplendor, abriendo desmesuradamente las bocas de los unos, dilatando fuera de medida los ojos de los otros.

¿Creis que por ellos se disgustaba Psique?

De ninguna manera;—y si os repitiese lo que dijo Psique cuando observó que comenzaba a descender, sin duda alguna os admirarias, porque...

—"¿Porqué?" preguntará el lector.

— "Porque," responderá el autor, "siempre habéis creido que Psique sólo tiene un alma, y un corazón y un deseo, y una esperanza...... y una voz... pero un ser extranatural como yo, sí, yo, Nic-Nac, que he sido testigo de más maravillas que el espíritu más soñador, puedo aseguraros que en Psique hay dos almas, y dos corazones, y dos deseos, y dos esperanzas, así como sus palabras tienen doble intención en su doble intensidad, lo cual sólo puede percibirse cuando un espíritu supremo como el de Seele ha Martificado corpórea y psíquicamente un habitante de la Tierra, dominado por el único deseo de conocer y juzgar.

—"¿Y qué dijo Psique?" volverá a preguntar el lector.

No, no puedo decíroslo ahora; pero alguna vez lo sabréis.

Entretanto dejadme descender, porque aquel simple espejo, en su doble reflexion, no puede soportar la embriaguez inmensa del infinito.

Pero qué! ¿es necesario que Psique descienda como ha subido, pausada y lentamente?

No!

Psique descenderá con violencia. ¿Queréis verle? Pero no quiero conclair con él: es necesario que viva, pero que viva como un testimonio elocuente de la fuerza poderosa que rije tanto los destinos humanos, como los destinos del mundo, y que comprenda que desde el átomo inaccesible hasta la más poderosa y brillante de las estrellas, existe un equilibrio misterioso del que no puede eliminarse una parte mínima, porque ella determinará el desquicio universal, rompiendo la armonía, desconcertando el equilibrio mismo.

Cesan de pronto las fuerzas que mantienen a Psique aislado del centro de atracción planetaria y cual una gota de agua que se precipita de la nube, salva el espacio que nos separa del suelo y se hunde, hasta quedar invisible en su mismo pedestal de arena.

El pueblo, en tanto, que no ha sido testigo de la catástrofe, continúa contemplando la aureola caprichosa, y sólamente cuando comienza el sol a destellar sus primeros eflúvios comprende que ha sonado la hora de retirarse, no sin justificar, ante quien nada interroga, que esperaba el descenso visible.

La prensa, no obstante, encona los ánimos: los unos señalan los fenómenos que han acompañado la exaltación de Psique y pretenden explicar la aureola como "una emanación luminosa desprendida del planeta para circundar al más ilustre de los hombres," con lo cual manifiestan con tenacidad que la aparición es eminentemente cósmica, a lo que contestan los otros diciendo que no puede darse mayor prueba de necedad que discutir la evidencia de las cosas evidentes, tanto más cuanto que las mismas curvas, ascensos y descensos de Psique, no pueden explicarse sino aceptando de que ellos hayan sido determinados por una fuerza psíquica.

Pero todo se calma.

El órden se restablece; mi aureola se apaga, absorvida por las luces del día, y nadie se acuerda, más de Psique, porque todos le creen en las alturas y sin embargo.... ha modificado ya considerablemente el equilibrio de las moléculas de su pedestal.

Bajo, invisible, a la ciudad y distingo con sorpresa momentánea, que un grupo de gente se ha reunido cerca de un edificio antiguo, y que este grupo va a servir de núcleo para que se aglomere una vez más la población entera, pues la curiosidad trivial, esa hija de la pereza orgánica, extiende sus dominios aun en aquellas regiones apartadas del planeta Marte.

Me acerco.

¿Que creis que es lo que causa su acumulación?

Una carta.

¡Una carta!

Sí, o más bien su dirección.

Ignoro cuál sea, pero de cualquier manera, no opino que el pueblo deba reunirse de este modo—Si fuera por el contenido.... pase.

En un instante me confundo con los otros, y como además de ser invisible no ocupo un lugar en el espacio, de manera que en el mismo punto en que se encuentra mi cuerpo puede existir otro simultáneamente, he aquí porqué nadie se preocupa de mi presencia latente.

Algunas palabras incoherentes parecen indicarme que se trata de iniciar una nueva lucha, pero, felizmente, he visto que ellas no presentan un carácter tan grave que deben temerse, y que, por el contrario, deben existir, en pró de la misma, sociabilidad.

Llego por fin y veo la carta.

—"Y cuándo ha venido?" pregunta uno.

—"No lo sé; pero en todo caso no se ha valido de los medios regulares de transporte."

—"Es muy curioso."

—"Sin duda alguna, pero no deja de ser mortificante."

¿De qué se trata? Cuando ha llegado ¿quién? ¿la carta? o el individuo a quien va dirigida?

Fácil es de saberlo;—me aproximo y leo con sorpresa:

"Á Nic-Nac."

"en la Capital."

Ahora lo comprendo todo. Mi llegada a Sophopolis anunciada en la Capital, y el deseo del pueblo, manifestado siquiera esta vez por la prensa, de que viniera a despertar las aletargadas reminiscencias de la Tierra... todo, todo contribuye a explicarme aquella nueva aglomeración, que de otro modo habría considerado como una superfluidad de gente ociosa.

Pero mi llegada a la gran ciudad Capital no podía pasar inapercibida, no obstante de que nadie se dió cuenta de ella, precisamente porque mi manera de presentarme fue tan original, tan poco terrestre, que si no hubiera sido por la carta, habría podido volar eternamente sobre la ciudad, llevando en mi curso aéreo hoy a uno, mañana a otro, sin que nadie dijera: "he ahí a Nic-Nac."

—"Dadmela" exclamo.

Y al punto, sin explicarse nadie de dónde parte aquella voz, la carta comienza a circular de mano en mano. Un momento después estaba en mi poder y al abrirla, con gran admiración de los circunstantes qu consideran que la carta se abre espontáneamente, me lanzo a las altas regiones a donde voy a enterarme de su contenido.

Capítulo XXXVII
Revelacion dolorosa

Un sordo mormullo llega hasta mí.

¡El pueblo me ha adivinado!

Mi nombre, mil veces repetido, sube en los aires en confuso clamoreo.

No importa.—leamos esta carta. Ah! es del Doctor.

"Mi situacion es penosa" dice en ella el Doctor, "no porque entre la tierna Sophopolita y yo exista desavenencia alguna, sino por la presencia inexplicable de las luces fatídicas de ciertos Theopolitas en torno de mi morada.. No sé qué creer. ¿Hubiera sido mejor aceptar el consejo de Seele cuando me invitó a pasar la vida en el Nevado? Lo ignoro. ¿Qué se proponen los Theopolitas? ¿qué buscan cerca de mi mansión? Un presentimiento terrible me abruma, y este presentimiento que no me atrevo a formular, podría desvanecerlo Seele. ¿Pretenden acaso renovar la generación, y toman por primer blanco la esposa de un habitante de la Tierra recién consagrado en Marte? Preguntádselo a Seele preguntádselo, Nic-Nac. Durante el primer tiempo he vivido lejos de Sophopolis;—más tarde he vuelto a la ciudad, pero esta medida no ha bastado para alejar los resplandores fosforescentes. Todos tratan de convencerme de que no es más que una ilusión; pero os lo aseguro amigo mío, si las ilusiones tienen este color......"

¡Pobre Doctor! Continuará dominándole la amenaza de Seele?

No lo sé.—Por otra parte, lo mejor es tener paciencia,—esperar la evolución de las circunstancias, y continuar viajando. "Doctor! Doctor! si os es posible oírme desde aquí, os recomiendo paciencia..."

—"Y bien?" dijo Seele que me escuchaba invisible.

—"No es a mí, es a vos, maestro, a quien se debería dirigir esa pregunta."

—"La respuesta es muy sencilla: que tenga paciencia.

—"Nada más?"

—"Nada más."

—"Como gustéis, maestro; pero alejad del Doctor todo peligro,—os lo suplico."

—"Nada temáis. Entretanto, amigo mío, es necesario que volvamos a nosotros mismos. En este pueblo, dominado ahora por una lucha interminable sobre una cuestión de poco valor, nada nuevo se nos va a presentar."

—Pero qué! señor Seele, ¿no sería posible dar término a esta lucha refundiendo todas las opiniones en una sola?"

—"Refundiendo! no sabéis lo que decís, amigo mío, Nic-Nac!"

—"No sé lo que digo!"

—"Sí, y lo repito. ¿Cómo queréis refundir las opiniones cuando todas ellas han sido aferradas por la prensa?" ¿No comprenrdéis que los ánimos están enconados? Y sobretodo ¿de qué medio os valdríais para verificar esa fusión?"

—"El pueblo se ha dado cuenta de mi llegada..."

—"No veo que ella pueda influir en la opinión."

—"Pero yo sí. La lucha, tiene por objeto determinar si las luces (nustras luces ¿eh?) eran de naturaleza cósmica o de naturaleza psíquica."

—"Es muy cierto."

—"Bien pues, haciéndonos sensibles al pueblo con nuestros cuerpos reales, se convencerán....."

—"De nada ... y vais a ver porqué: os llamáis Nic-Nac, y yo me llamo Seele. Mientras los unos sostengan tenazmente que la opinión que debe prevalecer es aquella que reconozca la naturaleza cósmica de la luz, los otros sostendrán, con no menos energía, la esencia psíquica de la aparición."

—"Pero ya no se trata de una nueva discusión, sino únicamente de adoptar un término medio, en cuyo valor se refunda la masa de opiniones encontradas, con razón o sin ella."

—"Imposible.—puedo aseguraros que uno de los argumentos va a ser este, suponiendo que yo también me haga visible y se pronuncie mi nombre:—'Seéle es absolutamente lo mismo que Alma, y esta es irremediablemente Psique... luego, llamad al fenómeno Seélico o Almico, el hecho es que de cualquier manera es Psíquico.' Los otros dirán que, 'puesto que la luz emanaba de los cuerpos latentes de Nic-Nac y de Seele, siendo estos cuerpos materiales, y su emanación material también, el fenómeno tiene que ser cósmico.' La fusión de ideas no es posible. La divergencia perpétua de opiniones es es una ley orgánica de este pueblo. ¿Cómo queréis, pues, privar de una de sus funciones al organismo social?" No, Nic-Nac, alejémonos de aquí. Más tarde, cuando todo esté tranquilo, volveremos, y ya veréis qué metamórfosis"

—"¿Y a dónde vamos?"

—"Lejos, muy léjos: vamos a Seelia, a Protobia y a Melania. Seréis testigo de grandes hazaña de la civilización, pero también contemplaréis la miseria de las sociedades. Veréis cómo ciertas corporaciones estúpidas arrancan la miga de pan de entre los harapos de los padres para convertirla en adorno de una ceremonia innecesaria de los hijos; veréis cómo los hijos desprecian el sacrificio y le dan el caracter de obligación ineludible; veréis cómo desaparecen unas sociedades para ceder a otras su puesto, y cómo ruedan por el polvo las monarquías, y cómo se derrumban las repúblicas, y cómo se sostienen los tiranos y cómo se hunden los ineptos y cómo se desquician para siempre los ineptos y los tiranos y las repúblicas, y las monarquías y las sociedades.—Volemos, Nic-Nac, volemos; Volemos a Seelia, a Protobia y a Melania!

Capítulo XXXVIII
Nic-Nac al lector

Aquí me veo, lector amable o intransigente, (que alguna de las dos cosas tenéis que ser), me veo, digo, en el caso de suprimir una gran parte de mi libro por razones muy aceptables que creo llegan a cien: la primera que no la he escrito; la segunda, que no pienso escribirla por ahora, sino más tarde; la tercera ahorraros malos ratos con la narración de mi viaje maravilloso si acaso os ha causado uno o más disgustos su lectura; la cuarta originaros un disgusto si acaso os ha proporcionado uno o más buenos ratos la lectura de mi viaje maravilloso...... dejando las noventa y seis razones que faltan a cuenta de vuestro buen criterio, si lo tenéis, o si no lo tenéis, a cuenta de vuestro criterio malo.

Esta supresión acelera, como debéis comprenderlo, el final de este trabajo. ¿Os alegráis? Me alegro. ¿Lo sentís? Me alegro.

Al comenzar mi narración, os había prometido iniciaros en los extraños misterios del planeta Marte, —lo he cumplido en parte,—guiaros por las dilatadas llanuras y ásperas montañas de Protobia y de Melania,—lo he cumplido también presentándoos cien razones aceptables—y acompañaros en los espléndidos bosques de Nic-Naquia—lo que no he cumplido causa vuestra, pues no os habéis presentado en ellos para que yo os acompañe.

Capítulo XXXIX
Vuelta a Sophopolis

Durante nuestro viaje, largo y penoso, y lleno de curiosas aventuras, se ha establecido entre Seele y yo una confianza mucho mayor que la que puede existir entre dos seres de fuerzas desiguales. Solemos darnos el tratamiento de "amigo" pero por fórmula, por costumbre, pues la amistad en su valor absoluto, no puede existir, o a lo menos no puede ser duradera entre dos individuos cuyas fuerzas no están equilibradas: el rey jamás será amigo del artesano, ni el noble del plebeyo, ni el rico del pobre, ni el fuerte del débil, ni la mariposa de la golondrina, ni la paloma del milano, ni la liebre del galgo, ni el gato del perro, ni Nic-Nac de Seele. . . .

En una de esas largas conversaciones que hemos tenido en nuestro viaje aéreo, me ha comunicado Seele noticias tristísimas, noticias que han venido a aumentar la vaga melancolía que se ha apoderado de mí después de aquella carta en que el Doctor me daba cuenta de los presentimientos que le abrumaban.

¡Pobre Doctor! su destino es atroz!

¿Cómo no queréis que yo sufra cuando el sufre, si somos amigos? y esta amistad, fundada en la igualdad de condiciones individuales, durará sensible mientras estas existan, y cuando desaparezcan, durará latente. Yo quise morir en la Tierra y él me firmó la sentencia; él, que tal vez quería morir, murió también y voló conmigo, espíritu-imagen, al planeta Marte.

Los vínculos se han estrechado a la distancia y hoy vuelvo a su hogar, llevándole un rico caudal de amistad y de consuelo.

¡Pobre doctor! su destino es atroz!

—"Decidme maestro, ¿cuantas veces veremos el sol en el zenit antes de llegar a Sophopolis?"

—"Ninguna, si así os agrada."

—"Podemos hacer abstracción de la distancia?"

—"Si, como habéis hecho de lo penetrable cuando examinabais a Psique."

—"Y porqué no hicimos esa abstracción en nuestro viaje de tantos años?"

—"Para fortalecer en vos la paciencia, al mismo tiempo que para instruiros durante las aereas peregrinaciones.

—"Gracias, maestro;—sois incomprensible."

—"Me llamo Seele, y este nombre lo explica."

—"Lo que me hace creer que se acerca un momento supremo."

—"Sí, sí; pero mirad..."

Miré y vi un resplandor confuso en el lejano horizonte.

Y seguimos volando, volando, como aves mensajeras de paz hacia aquel laberinto de destellos rosados y verdes pálidos.

Descendimos hacia la superficie del planeta, sin llegar a ella y reconocí la llanura que antes cruzara con Seele cuando nos alejamos de Sophopolis.

Momentos después tocamos con nuestro pie el blando cesped que la cubría. Nuestros cuerpos reaparecieron evocados por Seele y continuamos caminando precipitadamente hacia el resplandor ya cercano.

—"Que es eso maestro! decídmelo Seele! ¿que significa este fenómeno extraño?

—"Significa," repuso Seele, significa que vamos a ser testigos de una gran catástrofe."

—"Ah! es inútil que me digáis de qué naturaleza!"

Horror!

Sophópolis es presa de las llamas! Un incendio terrible devora la ciudad de los sabios!

¡Qué inmensa evaporación sin que intervenga el gran sacerdote!

Capítulo XL
El planeta marte no ha interrumpido su curso

Mi primer cuidado fue dirigirme a la casa de mi antiguo cicerone a donde no habían llegado aún las llamas, por encontrarse aislada entre jardines. Pero no estaba allí. ¿Qué hacer?" Buscarle.—Seele, por otra parte, había desaparecido, y si un fenómeno extranatural no guiaba mis pasos, seria también presa de las llamas.

Pero he aquí que en medio del tumulto, de los innumerables ruidos que produce el incendio devorador, los ayes de los Sophopolitas que perecen, evaporándose entre las llamas, y el estruendo de los edificios que se derrumban, oigo una voz conocida que sale no sé de donde: es un Miau prolongado, doloroso, que eriza mis tegumentos con espantoso calofrío, un Miau que conmueve como el lamento más tierno.... ¿qué será? Un vago presentimiento me indica que es el gato negro, cuya presencia en el planeta me ha señalado más de una vez el rumbo. El es, sin duda, coa imagen perpetua de las aspiraciones terrestres, y si ahora perece su forma marcial..... oh! Nic-Nac! Nic-Nac! no termines.... tu vida está vinculada en parte a la de ese gato negro que en estos momentos maúlla lastimosamente.

—"Voy a salvarte!"

Nada. El gato no contesta.

—"Voy a salvar al Doctor!” —"Miau! Miau!"

—"Por aquí? "Nada—"¿por aquí?" —"Miau! Miau!

Penetro precipitadamente por una de las calles que llevan a la gran plaza central, aquella en que se encuentra el cubo donde está el doble nombre de la doble ciudad, y observo con terror mezclado de una satisfacción indecible, que las llamas se separan para dejarme pasar, y forman en torno mío como una bóveda de fuego. Aquello es un espanto. Yo creo, sí, no puedo menos de creer en la transmigración de las almas en cuerpos humanos, pero jamás en la metempsícosis a cuerpos de otros seres, y esta separación del activo elemento, parece combinar en las ondas graduadas y en sus vivos colores la palabra "Salamandra" No! No! perezca mil veces entre las llamas de Sophopolis antes que tomar el aspecto de un reptil—"Salamandra"—"Salamandra

Las fuerzas me abandonan. Ah! Las llamas!...

Arrojo un grito. Estoy salvado. Biopos que ha oído la palabra misteriosa, ha creído que se trata realmente de una última pieza para su ya incendiada colección.

—"Nic-Nac!" exclama "¿sois vos?"

—"Sí, amigo mío;—indicadme, os lo suplico, en qué parte podré hallar al Doctor."

—"Ah!" murmura el zoólogo, "la

Salamandra.....la hija de las llamas...." y luego agrega en voz alta "por aquí, venid Señor Nic-Nac."

Sofocado entre las cúpulas de fuego, y el reverberar de las llamas, experimento un malestar de agonía.

Nos hallamos en la gran plaza.

La mayor parte de los habitantes está allí reunida. Muchos han perecido ya.

—"¿Qué es esto," pregunto a mi antiguo amigo el cicerone.

—"¿Qué es? los Theopolitas robaron a mi hija. Hemos dado un ataque y nos han rechazado. Lo han hecho ellos, no hemos podido contenerlos, y han incendiado nuestra ciudad. En este momento sucede algo extraño ¿no veis?"

Dirijo la vista hacia Theopolis, y observo al loco del matraz, tranquilo como la estatua de la venganza satisfecha, mirando hacia el centro de la ciudad. Su calma cesa, y agitando los brazos en circulo perfecto al rededor de su cabeza, creo que ha llegado al último grado de su insensatez.

—"No!" me dice el astrónomo Hacksf que no había podido desprenderse de su telescopio, y a quien comunico la idea que me ha asaltado respecto del Loco, "no! el Loco del matraz somete la última fuerza de su espíritu al último recurso de venganza. ¿No veis?" pregunta súbitamente señalando al Loco.

Se evapora! Pero sus vapores, en vez de concentrarse en reducida nube, se difunden en gigantesco anillo, que un instante después rodea la ciudad.

En la puerta del templo, el gran sacerdote Theopolita, el único digno de veneración entre aquella turba de hipócritas y miserables contempla la escena sin podérsela explicar. El Loco del matraz ha desaparecido, pero en aquel mismo momento, una visión que derrama el supremo bienestar en nuestras almas, se destaca del agitado centro de Theopolis. El Doctor! la hermosa Sophopolita!

En tanto nosotros, reunidos en la plaza, corremos hacia ellos. Al pasar cerca del Templo, el Doctor, con fisonomía aterrorizada, dirige al Gran Sacerdote una mirada de venganza infinita y el Gran Sacerdote considerando que es un acto hostil a su dignidad, extiende la mano hacia el Doctor y la joven. Al punto comienzan a girar: con ese vértigo de la evaporación de los cuerpos para la exaltación de las almas".

El padre de la joven se precipita hacia sus hijos, y el Gran Sacerdote que le vé dirigirse hacia aquel punto, no sabe interpretar el deseo de un padre que vá a salvar a sus hijos... y extiende también la mano hacia él. Pero en aquel momento llega a nuestros oidos la fórmula fatal: "Evaporaos!"

—"Nic-Nac! salvaos" exclama el Doctor.

El maullido tristísimo del gato negro se oye por última vez. Tiene todo el dolor de la agonía.

"Seele! Seele! ayudadme!" prorrumpo involuntariamente, y me lanzo como un bólido hacia el grupo en que perecen mis amigos.

Biopos, Geot, Hacksf, y todos los Sophopolitas corren detrás de mí hacia el templo que se derrumbaba, y un anillo de fuego, destellando resplandores en torno de Theopolis, reconcentra su curva y esparce la consternación en los habitantes sorprendidos.

Los vapores del Loco se han inflamado.

Se difunde el incendio, y todos perecerán.

Sophopolis está vengada.

Pero el gran sacerdote ha tenido tiempo de extender por última vez la mano hacia nosotros. El vértigo nos evapora!

Un inmenso espiral de luces psíquicas se eleva de Theopolis. Espíritus imágenes Marciales ¿a dónde iremos?

Allá en el horizonte se eleva una luz pálida, verde-azul como el rayo de la luna. ¡Es la aureola de Seele!

La aureola se aproxima. Los Theopolitas agrupados alrededor del templo, aguardan la hora suprema de su muerte. Los habitantes de Sophopolis, el Doctor y yo, espíritus giratorios, nos elevamos al éter.

Una voz se oye en aquel momento: "¡Precipitaos en las sombras de la noche eterna!" es Seele quien lo ordena. Los Theopolitas en compacta nube, indignos de un espiral etéreo, se lanzan al espacio en línea recta, se alejan, se confunden y se pierden para siempre en la noche sin esperanza.

Las dos almas refundidas en una, la del Doctor y la de la joven Sophopolita, forman el núcleo del anillo que ha de volar al seno del alma universal.

Marte entretanto, llevando por su órbita las cenizas de aquella catástrofe, se aleja de nosotros y la noche que envuelve los escombros de Theosophopolis, nos descubre el inmenso torbellino de los espíritus imágenes.

¿A donde iremos, lucecillas brillantes de cuerpos desprendidos?

Nuevas fuerzas dominan mi espíritu, y a medida que me alejo de Marte, van despertándose los recuerdos de la Tierra. Computo el tiempo y deduzco, con extraordinaria sorpresa, que dentro de poco Marte y la Tierra estarán en oposición, y que por consiguiente, este último será el más próximo a Marte en las distancias relativas en el espacio.

Allí, sí, allí la veo, y un vago presentimiento me dice que vuelvo a ella.

Y el torbellino de los espíritus imágenes gira, fluctúa, ondula y destella, como destellan, ondulan, fluctúan y giran los astros silenciosos en la eterna majestad de los espacios.

Appendix A

Fin de la obra del señor Nic Nac
CC BY-SA 4.0